lunes, 27 de octubre de 2014

SEFARDÍES / 4: Los Sefardíes y España

España ante los Sefardíes

Desde la expulsión hasta el siglo XIX, España prácticamente ignoró la existencia de los sefardíes en el exilio. Durante los siglos XVI y XVII algún contacto esporádico hubo entre ellos y la península, y no sólo a través de los perseguidos marranos; nos consta, por ejemplo, que a España vinieron en calidad de representantes de sus respectivos gobiernos judíos ilustres como Samuel Palache (embajador de Marruecos en los Países Bajos). También hubo viajeros españoles, como Gonzalo de Illescas o el capitán Domingo de Toral (libertado de los turcos por un judío de Alepo) que dejaron en sus escritos testimonios de cómo vivían los sefarditas de Oriente. Y aparecen asimismo personajes sefardíes en el Viaje a Turquía.

En el siglo XVIII parece que los españoles ignoraban la existencia de aquellos lejanos seres. Si llegó alguna noticia sobre ese <<exótico>> pueblo a la península debió de pasar inadvertida en el mundo dieciochesco con unos intereses y curiosidades muy divergentes del mundo sefardí.

En la Guerra de África

Fue a mediados del siglo XIX cuando España redescubrió a los sefardíes. La campaña española en África y la toma de Tetuán en 1860 pusieron a los españoles de la época ante la realidad de las juderías marroquíes, donde una colectividad hasta entonces ignorada había conservado la lengua y la memoria de España.

En las obras de los cronistas de la campaña -el más relevante de los cuales es in duda Pedro Antonio de Alarcón- se plasma la impresión que los sefarditas marroquíes despertaron en los españoles; hay siempre una mezcla de curiosidad y prevención hacia aquellos individuos que vivían, en su mayoría, en la más absoluta miseria. A veces esta prevención se transforma en desprecio o en franco antijudaísmo, cuando se identifica la miseria material del mel-lah con cierta miseria moral de sus habitantes.

Otras veces la curiosidad se torna auténtica admiración hacia la belleza y el recato de las damas judías de clase alta, como la famosa Tamo Pariente, alabada por su encanto, su agrado y su inteligencia.

Los escritos de quienes entraron en Tetuán con las tropas españolas constituyen hoy para nosotros un interesante documento de cómo vivían los judíos sefardíes de Marruecos a mediados del siglo XIX. Y en su época supusieron una llamada de atención sobre la existencia de este pueblo, con sus peculiares costumbres y su peculiar modo de hablar español. 

Cuando, casi cincuenta años después, Benito Pérez Galdós recreó el momento histórico en su episodio nacional Aita Tettuaen, no pudo resistirse a introducir en su novela algunos personajes sefardíes más o menos estereotipados.


La Campaña de Pulido

Aunque alguna noticia aislada sobre los sefardíes de los Balcanes llegó a España a finales del siglo XIX, la gran conmoción había de producirse a comienzos del siglo XX, con el descubrimiento de los sefardíes orientales por parte del doctor y senador Ángel Pulido Fernández.

El matrimonio de ancianos sefardíes con los que la familia Pulido había tomado contacto eran Enrique Bejarano y su esposa. Bejarana, director de la escuela que la comunidad sefardí tenía en Bucarest, era un gran admirador de España de la que sabía que habían salido sus antecesores y que no conocía. Su alegría al encontrar una familia española fue inmensa y ese entusiasmo suyo animó a Ángel Pulido a convertirse en propagandista de la realidad sefardí.

El amor de Bejarano por nuestro país hizo creer a Pulido que todos los sefardíes se sentían vinculados a España con los mismos lazos afectivos, que la consideraban su verdadera patria y que, pese a la expulsión y las persecuciones de que en ella fueron objeto, habían mantenido ininterrumpidamente una veneración casi religiosa por el solar de sus antepasados. 

A la vuelta de su viaje, don Ángel publicó en la prensa española diversos artículos, que luego reunió en su primer libro: Los Israelitas Españoles y el Idioma Castellano (Madrid 1904). Los escritos se difundieron no solo por España, sino también por Marruecos y por el Oriente mediterráneo.

Al año siguiente (1905) publicó su segundo libro, Españoles sin Patria y La Raza Sefardí, en el cual, entre otras cosas recogía parte de la numerosa correspondencia que en el curso de poco más de un año había mantenido con sefardíes y personalidades españolas a quienes había logrado interesar por el tema.

Hasta el fin de su vida, Pulido fue un infatigable propagador de la <<causa sefardí>>. El título de su segundo libro se convirtió en frase acuñada para definir a aquellos judíos para los que el senador pedía la nacionalidad española.

Su entusiasmo logró, en efecto, contagiar a no pocos intelectuales que escribieron sobre los sefardíes y procuraron acercarse, con una actitud sentimental y patriótica, a su realidad. Caso extremo lo constituye el escritor Rafael Cansinos Assens, quien no sólo dedicó una parte de su producción al tema judío, sino que, creyéndose descendiente de conversos, llegó, al parecer, a abrazar la religión judía.


La Campaña durante el Protectorado de Marruecos

Pocos años después se estableció el Protectorado español en Marruecos y nuestros compatriotas tuvieron la ocasión de intensificar sus contactos directos con las comunidades sefardíes del Norte de África.

Influidos por la campaña de Pulido, escribieron sobre los sefarditas con amoroso y exaltado entusiasmo. El más claro ejemplo es sin duda Manuel Ortega, autor del libro Los hebreos en Marruecos (1919) que fue muy bien acogido por el público. 

Los sefardíes del Mogreb aman a España, como la aman sus hermanos de Asia, de Europa, de América, con un amor puro que no está contaminado con la ruindad de ningún mezquino interés... Somos españoles por vocación, por temperamento y por simpatías; en nuestras venas circula sangre española; pensamos en español y sentimos de igual modo; algunas de nuestras oraciones las hacemos en espñol... España es nuestra patria, es la tierra bendita donde descansan los restos de nuestros antepasados, y es natural que sintamos por ella cariño y veneración.

ORTEGA 1919
  
El propio Ortega proponía en su libro un detallado plan de estudios orientado hacia los judíos de Marruecos, en el cual se diera cabida a la enseñanza religiosa judía junto con las materias laicas. Como cabe suponer, nada de esto se llevó a cabo a nivel oficial y en el corazón de este ilusionado escritor quedó para siempre clavada esa espinita.

Como logro más importante suele citarse la ley de Primo de Rivera (20/12/1924) por la que -al suprimir turquía y varios países balcánicos el derecho de protección consular- se concedía nacionalidad española a los <<antiguos protegidos españoles o descendientes de éstos, y en general individuos pertenecientes a familias de origen español>> que lo solicitasen antes del 31 de diciembre de 1930. Aunque la ley no hacía mención expresa a los sefardíes, a ellos beneficiaba especialmente.

Resultado del creciente interés por lo judío fue la creación de una cátedra de lengua y literatura rabínicas en la Universidad de Madrid, para ocupar la cual se nombró al eminente hebraísta de origen sefardí Abraham Shalom Yahuda.


Durante la II República

El 29 de abril de 1931 la II República aprobó un decreto mediante el cual se especificaban las normas para obtener carta de naturaleza por vecindad; uno de sus artículos, aunque no estaba dirigido expresamente a los sefardíes, facilitaba a los judíos de Marruecos la obtención de la nacionalidad española.


En la etapa Franquista

En los angustiosos años de 1940 a 1944 cierto número de judíos encontraron en España la tabla de salvación que les permitió librarse del exterminio. Judíos que se refugieron en España y judíos expresamente protegidos por el gobierno español. 

Los primeros llegaron a nuestro país huyendo de Francia tras la rendición de ese país a los alemanes, el 10 de mayo de 1940. Decenas de millares de personas -entre las que naturalmente había judíos, tanto franceses como refugiados de Alemania- emprendieron el éxodo hacia el sur atravesando los Pirineos.

En principio las autoridades españolas fueron permisivas y concedieron visado de tránsito a todos lo que lo solicitaban, gracias a esto, un número indeterminado de judíos pudo salir camino a otras tierras, ya que no se les autorizaba a permanecer en España. Pero poco a poco fueron imponíendose restricciones, encaminadas a no atraer las iras del gobierno de Vichy, por lo que se limitó el número de personas que podían pasar la frontera diariamente y comenzó a exigírseles el visado de salida de Francia.

La corriente migratoria legal de hebreos se detuvo en agosto de 1942, cuando las autoridades francesas anularon todos los visados de salida a los judíos. Se intensificó entonces la emigración ilegal, cuyos protagonistas atravesaban los Pirineos con ayuda de humanitarios guardas de frontera o de contrabandistas que cobraban un alto precio por sus servicios. 

No obstante los refugiados siguieron llegando a España, se calcula que entre el verano de 1942 y el otoño de 1944 unos siete mil quinientos judíos pudieron escapar del exterminio a través de la península ibérica.

Los pocos más de tres mil doscientos sefardíes a quienes los consulados españoles ofrecieron de manera activa su protección, alegando su origen hispano (en Francia y los Balcanes principalmente) fue más bien una forma de agradecer los servicios prestados: tal fue el caso de ciento cincuenta judíos de Bulgaria y ciento siete de Rumanía a quienes se concedió visado español y se les facilitó la huida porque habían apoyado al régimen franquista y mantenido relaciones con sus representantes durante la guerra civil.

En general, si varios centenares de sefardíes pudieron acogerse a la protección de los consulados de España, fue gracias al esfuerzo de unos pocos diplomáticos y funcionarios españoles, como Bernardo Rolland (cónsul en París); Eduardo Gasset (cónsul en Salónica hasta abril de 1943); su sucesor Sebastián Romero Radigales; Miguel Ángel Muruiro (ministro español en Budapest); Ángel Sanz Briz (encargado de negocios de España en Budapest); o el ministro de España en Sofía, Julio Palencia y Tubau

Cuando en 1948 terminó el régimen de capitulaciones con Egipto y Grecia que habían permitido tener progtegidos sefardíes, ciento cuarenta y cuatro familias sefardíes de Grecia y casi trescientos judíos de Egipto obtuvieron la nacionalidad española. Casi veinte años más tarde, a raíz de la guerra de los Seis Días, ciento diez sefardíes egipcios pudieron refugiarse en Israel gracias a su pasaporte español.

El 30 de junio de 1982 se aprueba una ley por la que se concede a los sefardíes la posibilidad de obtener la nacionalidad española con un plazo reducido de residencia de dos años (en lugar de diez, como es lo normal), equiparándolos con los súbditos de otras naciones vinculadas culturalmente a España, como los países hispanoamericanos, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Andorra.


Los sefardíes ante España


Desde mi más tierna infancia, España alentaba mi imaginación como un sueño de hadas... En octubre de 1992 llegué por primera vez a España... me reintegraba a una patria milenaria, de la cual habían sido arrojados mis mayores ¡tan cruelmente! Me parecía que iba a encontrar intactas las hermosas moradas... cuyas llaves ocidadas había visto algunas veces en las juderías... Por primera vez en mi vida me sentía verdaderamente aborigen, nativo. ¡Aquí no era, no podía ser un intruso! ¡Por primera vez me sentía muy en mi casa, mucha más que en la judería donde había nacido! No me avergüenzo de confesar que me incliné, en un arranque de emoción indescriptible, y besé la tierra que pisaba... Coincidía yo también con las observaciones de otros viajeros sefardíes y creía ver en todas partes caras conocidas de amigos y parientes, las mismas mujeres nuestras, los mismos niños, las mismas clases, la misma mentalidad y, sobre todo, era un gozo punzante oír hablar mi lengua por primnera vez en un país cristiano y por cristianos, esta lengua que en Oriente llamaban de los <<judíos>>. Los nombres y apellidos eran todos muy nuestros. Las comidas, la música... en fin, todo; hasta las piedras parecía que tenían mensajes para mí.
 JOSÉ ESTRUGO. RETORNO 

Me enorgullecía el pensar que tan español era yo como todos aquellos que integraban la vida madrileña... Mi sangre española parecía como que entonces sentía el influjo de aquel medio, la suave temperatura del ambiente, el orear de aquellos aires patrios, el alegre bullir de todos aquellos seres por los que corría la misma sangre... Madrid, España, Españoles, yo os amo, os adoro porque soy español.
M.J.BENSASSON 

A ti, España bienquerida,
nosotros <<madre>> te llamamos,
y, mientras toda nuestra vida,
tu dulce lingua no dejamos.
Aunque tú nos desterraste
como madrastra de tu seno,
no estancamos de amarte
como santísimo terreno
en que dejaron nuestros padres
a sus parientes enterrados
y las cenizas de millares
de tormentados y quemados.
Por ti nosotros conservamos
amor filial, país glorioso,
por consiguiente te mandamos
nuestro saludo caluroso.
ABRAHAM CAPPÓN

Si en el mercado de Yaffo algunos transeúnes proclaman, al enterarse de la presencia de españoles, que <<no ay nada mijor que la Espanya>>, otros les contestan espontáneamente que <<la Espanya fue negra porké nos ecdhó afuera>>. La mayoría de los sefardíes de a pie no conocen España, aunque demuestren una gran curiosidad, mezclada con una buena dosis de ignorancia, por el país que les echó hace ya cinco siglos. Preguntan, por ejemplo..., si España es antisemita, como si aquel espíritu intolerante que condujo a su expulsión subsistiese 500 años después... Cuando, por casualidad..., han dedicado unas vacaciones a visitar la península ibérica, se han sacado decenas de fotografías, que muestran orgullosos en las juderías de varias ciudades españolas, se han retratado con la mirada altiva ante la sinagoga de Santa María la Blanca (Toledo), y hasta han preguntado a los chuetas de Palma de Mallorca si se sentían aún judíos.
EL PAÍS












 

Textos del libro Los Sefardíes. Historia, Lengua y Cultura
Autora: Paloma Díaz-Mas
Riopiedras Ediciones

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