PUESTA DE SOL. LA ALHAMBRA. Acuarela de Rafael Dueñas |
—¡Abenámar,
Abenámar, moro de la morería,
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
Allí
respondiera el moro, bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía
que mentira no dijese, que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
—Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía
que mentira no dijese, que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
—El Alhambra
era, señor, y la otra la mezquita,
los otros los Alixares, labrados a maravilla.
El moro que los labraba cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra, otras tantas se perdía.
El otro es Generalife, huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría;
daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
los otros los Alixares, labrados a maravilla.
El moro que los labraba cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra, otras tantas se perdía.
El otro es Generalife, huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría;
daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
Los romances son poemas cantados, tradicionales,
anónimos y más bien populares, que se trasmitían oralmente de pueblo en pueblo,
incluyendo en ellos una amplia variedad temática. Circulaban en hojas de
pliego, “ciegos”, y no fueron recopilados hasta finales del siglo XIX. Solían
ser anónimos.
El Romance de Abenámar es una de
las composiciones más destacadas del Romancero Viejo, un conjunto de poemas
anónimos elaborados durante los siglos XIV y XV donde podemos hallar la poesía
épica y la lírica tradicional. Se trata de un romance fronterizo (romances
históricos que hablan de los hombres de la frontera, especialmente de la
frontera granadina, donde son contados los sucesos entre moros y cristianos) y de escena, puesto que te introduce
en un hecho, ya sea metafórico o real, sin desenlace, sin continuación.
A pesar de ser un romance fronterizo destaca por su calidad y su
fuerza poética. Son justamente estos elementos dramáticos y líricos los que
alejan al romance del estilo de la épica y le dota de una innegable fuerza
expresiva.
Se sitúa en la época del reinado de Juan II de España, antes de
la llegada de los Reyes Católicos, en la ciudad de Granada. En un tiempo de
convivencia entre musulmanes y cristianos.
El romance nos habla del deseo del rey Juan II de España de
incorporar Granada a su reino. Éste es mostrado a través de los diálogos del
rey con el moro Abenámar y con la ciudad de Granada respectivamente. Granada aparece personificada y convertida
metafóricamente en una mujer.
El romance se inicia “in media res”, un comienzo muy habitual en
el romancero, que consiste en empezar a contar los hechos por la mitad de la
historia. No hay una situación previa en el tiempo y en el espacio. Ésta es una
tarea que debe ser ejercida por el oyente o el lector.
El Romance de Abenámar tampoco presenta un desenlace: es una
historia abierta, sin continuación definida.
Dividido en dos partes, que corresponden a los diálogos que
sostiene el rey. La primera parte consiste en el diálogo entre el rey y
Abenámar. La segunda parte consiste en un diálogo fantástico y de gran fuerza
poética entre el rey y la ciudad de Granada, convertida metafóricamente en una
mujer.
El texto sigue el esquema métrico propio de los romances. Se
compone de 56 versos octosílabos con rima asonante en los pares con las
siguientes figuras retóricas:
Reduplicación del vocativo “¡Abenámar, Abenámar”
Repetición formularia “-dárete en arras y dote / a Córdoba y a Sevilla”
Repetición literal “Casada soy rey don Juan / Casada que no soy viuda”
Derivaciones descriptivas “Moro de la morería”
Libertad en el uso de los verbos “Por tanto, pregunta, rey / Que la verdad te diría”
Hipérbole
“Cien doblas ganaba al día”
Personificaciones “Si tú quisieses, Granada / Contigo me casaría”
Anáforas
“-El Alambra / Y la otra la mezquita, / Los otros los Alixares”
Aposiciones descriptivas “Labradas a maravilla”
El sentido literal es la historia de un rey que quiere incorporar
una ciudad a su reino y que a su vez, trata de cortejar a una dama; el sentido
metafórico es el deseo, la pasión, la ambición y los intereses, así como el
amor o la exaltación de la belleza. También abunda el valor de la cortesía y la
elegancia.
El romance está dotado de un cierto lirismo que llena de
expresividad una escena que contada de otro modo carecería de brillantez y
sensibilidad. El tono ascendiente en que se expresa el deseo del rey, la
admiración y el equilibrio con el que Abenámar describe Granada, la breve y
misteriosa contestación de ciudad y mujer, que nos abre camino al suspenso y a
la imaginación…
Muy bueno
ResponderEliminarEl poema lo aprendí de memoria en la escuela secundaria. Jamás se me olvidó.
ResponderEliminarque significa moro en el romance de Abenamar
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