lunes, 15 de diciembre de 2014

EL JARDÍN PERSA / 1






E
ntre las antiguas civilizaciones del Próximo y Medio Oriente, la persa hizo una destacada contribución al arte del jardín. Allí, en un territorio colindante a la antigua Mesopotamia, fue donde se ordenó por primera vez un tipo de jardín de especial repercusión en diversas y heterogéneas culturas posteriores. Los jardines islámicos, andalusíes, mogoles, los claustros medievales, los cuadros de los jardines renacentistas e incluso el triunfo del jardín francés barroco, deben mucho, desde el punto de vista de su concepción espacial, al jardín desarrollado en Persia.
Pese al tiempo transcurrido tras el fin de las dos dinastías persas y a pesar de haber existido un largo paréntesis de colonización griega y aparente olvido de su cultura, los testimonios existentes de jardines sasánidas confirman una continuidad en la concepción del jardín, fiel a la antigua tradición aqueménida. Los diferentes testimonios de diversa procedencia que hoy tenemos sobre los jardines persas (literarios, arqueológicos, en las artes decorativas, etc.) permiten analizar su tipología en un plano teórico ideal, una tipología única y diferenciada con entidad propia.

El jardín responde a la concepción del mundo dividido en cuatro partes correspondientes a los cuatro elementos esenciales: agua, aire, tierra y fuego. La materialización de esta idea en forma de jardín consiste en un cuadro dividido en cuatro cuadrantes mediante sus dos ejes transversales, ejes que señalan a los cuatro puntos cardinales. Resulta así el tipo de jardín denominado chahar bagh, palabra persa que significa ‘jardín cuatripartito’ o ‘jardín de jardines’. La simbología del número cuatro que representa los cuatro elementos sagrados tiene antecedentes muy antiguos. En el Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, un río salía del Edén para regar el jardín; desde allí se dividía en cuatro brazos. Para los persas de la antigüedad, una cruz dividía al mundo en cuatro partes; en su centro se encontraba un manantial. Los parques de caza mesopotámicos estaban divididos en cuatro cuartos, con un edificio central.

La composición del jardín persa responde a los siguientes principios:

- Recinto cuadrado, en donde los elementos de cierre definen y configuran su forma.

- Dos ejes de simetría transversales materializados como caminos con canales de agua.

- Los cuatro cuadrantes resultantes de esta división, son espacios destinados a la plantación.

- En el cruce de los ejes o caminos, aparece un elemento que refuerza así la composición de tipo centrípeta (pabellones o estanques).

En esta composición que representa el mundo, los elementos responden a mensajes simbólicos y, al mismo tiempo, a necesidades prácticas, aunque éstas queden en segundo plano. Luz y agua, presentes también en su filosofía y su religión, representan el bien y la vida, pero también son esenciales para asegurar el buen desarrollo y mantenimiento del jardín.

Caminos y canales se construyen a un nivel ligeramente elevado con respecto a la cota de los cuadrantes destinados a la plantación. De esta manera, mediante la apertura de compuertas, el agua de los canales se desborda, rebosando los caminos y alcanzando a los cuadros inferiores, que quedan inundados. El sistema de «riego a manta» —por inundación—, es una técnica de riego por lo bajo, es decir que se dirige directamente al sustrato de la planta para alimentar sus raíces sin tocar la parte aérea (hojas y flores), adecuada en climatologías de sol intenso. Este riego por inundación fue aprendido más tarde por agricultores y jardineros del imperio islámico que lo introdujeron en la Península Ibérica, donde se ha mantenido en huertos y jardines.

El agua de inundación debida al riego, al igual que la de los estanques del jardín, producía, además, un efecto estético: se convertía en un espejo en el que se reflejaba el cielo, con sus astros, las nubes en movimiento y la especial cualidad luminosa de las distintas horas del día. 

La situación de los estanques es básica para la concepción centrípeta del jardín persa, destinándose para ello precisamente, el punto de encuentro de ejes. El elemento central puede ser también un pabellón, una arquitectura ligera y abierta al jardín, desde donde poderlo percibir en su totalidad. Otras veces, el elemento central de énfasis es una glorieta de cuatro árboles cuyas ramas entretejen una bóveda vegetal.

En el jardín persa contrasta su estricta organización espacial con la disposición de la plantación en los cuadrantes del mismo, donde las diversas plantas se colocan de forma densa y arbitraria. Colores, olores, formas y texturas se mezclan preparando un lugar para el disfrute de los sentidos, en el que el color también responde a una simbología. En los cuadros se albergan especies de medio y bajo porte, arbustos y herbáceas de poca altura que se extienden como una alfombra viva a ras de los caminos elevados.

Especies de flor fragante como la rosa forman el muestrario vegetal, flores sencillas que prestan una imagen cálida y silvestre en contraste con el rígido esquema formal. Las especies de mayor porte, los árboles, también ocupan un lugar, aunque éstos lo hacen siguiendo un orden geométrico, subrayando los caminos, plantados en sus bordes en rigurosas alineaciones. Cipreses de porte piramidal contrastan con los guindos o los granados, más bajos y de porte redondeado.

Además de la concepción puramente estética, también se atribuye a los jardines persas un significado cosmológico. Expresarían una visión del universo, serían un símbolo de la vida que, al ser adoptado por los conquistadores árabes, se difundió y llegó a constituir el arquetipo del jardín islámico (D. Wilber).



JARDINES DE ISFAHÁN
 
PATIO DE LAS DONCELLAS EN LOS REALES ALCÁZARES DE SEVILLA
 
JARDÍN CLÁSICO PERSA



 
JARDINES DE ISFAHÁN
 




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