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ntre las antiguas civilizaciones del
Próximo y Medio Oriente, la persa hizo una destacada contribución al arte del
jardín. Allí, en un territorio colindante a la antigua Mesopotamia, fue donde
se ordenó por primera vez un tipo de jardín de especial repercusión en diversas
y heterogéneas culturas posteriores. Los jardines islámicos, andalusíes,
mogoles, los claustros medievales, los cuadros de los jardines renacentistas e
incluso el triunfo del jardín francés barroco, deben mucho, desde el punto de
vista de su concepción espacial, al jardín desarrollado en Persia.
Pese al tiempo transcurrido tras el
fin de las dos dinastías persas y a pesar de haber existido un largo paréntesis
de colonización griega y aparente olvido de su cultura, los testimonios
existentes de jardines sasánidas confirman una continuidad en la concepción del
jardín, fiel a la antigua tradición aqueménida. Los diferentes testimonios de
diversa procedencia que hoy tenemos sobre los jardines persas (literarios,
arqueológicos, en las artes decorativas, etc.) permiten analizar su tipología
en un plano teórico ideal, una tipología única y diferenciada con entidad
propia.
El jardín responde a la concepción del
mundo dividido en cuatro partes correspondientes a los cuatro elementos
esenciales: agua, aire, tierra y fuego. La materialización de esta idea en
forma de jardín consiste en un cuadro dividido en cuatro cuadrantes mediante
sus dos ejes transversales, ejes que señalan a los cuatro puntos cardinales.
Resulta así el tipo de jardín denominado chahar bagh, palabra
persa que significa ‘jardín cuatripartito’ o ‘jardín de jardines’. La
simbología del número cuatro que representa los cuatro elementos sagrados tiene antecedentes muy antiguos. En el
Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, un río salía del Edén para regar
el jardín; desde allí se dividía en cuatro brazos. Para los persas de la
antigüedad, una cruz dividía al mundo en cuatro partes; en su centro se
encontraba un manantial. Los parques de caza mesopotámicos estaban divididos en
cuatro cuartos, con un edificio central.
La composición del jardín persa
responde a los siguientes principios:
- Recinto cuadrado, en donde los
elementos de cierre definen y configuran su forma.
- Dos ejes de simetría transversales
materializados como caminos con canales de agua.
- Los cuatro cuadrantes resultantes de
esta división, son espacios destinados a la plantación.
- En el cruce de los ejes o caminos,
aparece un elemento que refuerza así la composición de tipo centrípeta
(pabellones o estanques).
En esta composición que representa el
mundo, los elementos responden a mensajes simbólicos y, al mismo tiempo, a
necesidades prácticas, aunque éstas queden en segundo plano. Luz y agua,
presentes también en su filosofía y su religión, representan el bien y la vida,
pero también son esenciales para asegurar el buen desarrollo y mantenimiento
del jardín.
Caminos y canales se construyen a un nivel ligeramente elevado con respecto a la
cota de los cuadrantes destinados a la plantación. De esta manera, mediante la
apertura de compuertas, el agua de los canales se desborda, rebosando los
caminos y alcanzando a los cuadros inferiores, que quedan inundados. El sistema
de «riego a manta» —por inundación—, es una técnica de riego por lo bajo, es
decir que se dirige directamente al sustrato de la planta para alimentar sus
raíces sin tocar la parte aérea (hojas y flores), adecuada en climatologías de
sol intenso. Este riego por inundación fue aprendido más tarde por agricultores
y jardineros del imperio islámico que lo introdujeron en la Península Ibérica,
donde se ha mantenido en huertos y jardines.
El agua de inundación debida al riego,
al igual que la de los estanques del jardín, producía, además, un efecto
estético: se convertía en un espejo en el que se reflejaba el cielo, con sus
astros, las nubes en movimiento y la especial cualidad luminosa de las
distintas horas del día.
La situación de los estanques es básica para la concepción
centrípeta del jardín persa, destinándose para ello precisamente, el punto de
encuentro de ejes. El elemento central puede ser también un pabellón, una
arquitectura ligera y abierta al jardín, desde donde poderlo percibir en su
totalidad. Otras veces, el elemento central de énfasis es una glorieta de
cuatro árboles cuyas ramas entretejen una bóveda vegetal.
En el jardín persa contrasta su
estricta organización espacial con la disposición de la plantación en los cuadrantes del mismo,
donde las diversas plantas se colocan de forma densa y arbitraria. Colores,
olores, formas y texturas se mezclan preparando un lugar para el disfrute de
los sentidos, en el que el color también responde a una simbología. En los
cuadros se albergan especies de medio y bajo porte, arbustos y herbáceas de
poca altura que se extienden como una alfombra viva a ras de los caminos
elevados.
Especies de flor fragante como la rosa
forman el muestrario vegetal, flores sencillas que prestan una imagen cálida y
silvestre en contraste con el rígido esquema formal. Las especies de mayor
porte, los árboles, también ocupan un lugar, aunque éstos lo hacen siguiendo un
orden geométrico, subrayando los caminos, plantados en sus bordes en rigurosas
alineaciones. Cipreses de porte piramidal contrastan con los guindos o los
granados, más bajos y de porte redondeado.
Además de la concepción puramente
estética, también se atribuye a los jardines persas un significado cosmológico.
Expresarían una visión del universo, serían un símbolo de la vida que, al ser
adoptado por los conquistadores árabes, se difundió y llegó a constituir el
arquetipo del jardín islámico (D. Wilber).
JARDINES DE ISFAHÁN |
© Textos
Instituto Cervantes (España), 2004-2014.
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