domingo, 5 de enero de 2014

LOS REYES MAGOS DE ORIENTE




Corría el año 175 a. C. cuando uno de los descendientes del quebradizo reino de Alejandro el Grande, el entonces rey de Siria, Antíoco IV, decidió añadir a su nombre el adjetivo de Epífanes, es decir “dios manifestado en la carne”, de lo cual naturalmente, estaba convencido.

Para justificar su propósito, emprendió obras grandiosas que demostraran su divinidad e impuso el culto a su persona en todos los pueblos que estaban sometidos a él.

Pero, como siempre sucede en estos casos, al poco tiempo, la sabiduría popular cambió el adjetivo a Epímanes, que en el griego clásico se traduce por “fuera de sí”, y aquel rey terminó en la frustrada y extensa lista de megalómanos que la Historia ha conocido.

Sin embargo, y sin que él lo sospechara quizás, poco después vendría uno que desde las condiciones más humildes –nacido en una cueva, acostado en un pesebre, con peregrinos y pastores por compañeros– sería aquello que el ingenuo Antíoco hubiera deseado: ahora sí lo invisible, lo omnipotente, lo inconmensurable e inefable se manifestaban en la pequeñez de un niño recién nacido en los márgenes de la sociedad de su tiempo.

(Tomado de Prensalibre.com 7-1-07 por Victor Hugo Palma)


Según la tradición cristiana, tras el nacimiento de Jesús de Nazaret acudieron desde países extranjeros tres magos para rendirle homenaje y entregarle unos regalos de gran riqueza simbólica: oro, incienso y mirra.

La palabra «mago», proviene del elamita ma-ku-ish-ti, que ―pasando por el persa ma-gu-u-sha y por el acadio ma-gu-shu llegó al griego como μαγός (magós, plural: μαγοι, magoi) y de ahí al latín magi, /mágui/ (cf. magister, /maguíster/) de donde llegó al español.

Eran los miembros de la casta sacerdotal medo-persa de la época aqueménide y durante todo el reinado de Darío el Medo (521-486 a.C).

La figura católica de los Reyes Magos tiene su origen en los relatos del nacimiento de Jesús, algunos, fueron integrados de los evangelios canónicos que hoy conforman el Nuevo testamento de la Biblia. Concretamente el Evangelio de Mateo es la única fuente bíblica que menciona a unos magos (aunque no especifica los nombres, el número ni el título de reyes) quienes, tras seguir una supuesta estrella, buscan al «rey de los judíos que ha nacido» en Jerusalén, guiándoles dicha estrella hasta Jesús nacido en Belén, y a quien ofrecen ofrendas de oro, incienso y mirra.


Las tradiciones antiguas que no fueron recogidas en la Biblia ―como por ejemplo el llamado Evangelio del Pseudo Tomás (o Evangelios de la infancia (de Tomás)) del siglo II― son sin embargo más ricas en detalles. En ese mismo evangelio apócrifo se dice que tenían algún vínculo familiar, y también que llegaron con tres legiones de soldados: una de Persia, otra de Babilonia y otra de Asia.


Con respecto a los nombres de los reyes (Melchor, Gaspar y Baltasar) las primeras referencias parecen remontarse al siglo V a través de dos textos, el primero titulado Excerpta latina bárbari, en el que son llamados Melichior, Gathaspa y Bithisarea. Een otro evangelio apócrifo, el Evangelio armenio de la infancia, donde se les llama Balthazar, Melkon y Gaspard. Los nombres son además diferentes según la tradición siríaca.
 


Sea como fuere, la noche de reyes es una noche especial, mágica, de ilusión compartida por grandes y pequeños, de nervios, de pocas horas de sueño. 

Yo recuerdo las de mi infancia. Antes de que se impusiera el señor de barba blanca y vestido de rojo, todos los niños soñábamos con la noche de reyes.

Vivívamos, entonces, en una casa con un jardín enorme delante. Esa tarde venían a merendar mis primos para a continuación salir al jardín y allí (bien abrigados) observar el cielo hasta que caía la noche. Alguno de nosotros, incluso, llegó a ver entre las estrellas a los tres reyes magos...


¡¡¡Felices Reyes a todos!!!


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