viernes, 27 de septiembre de 2013

ABDERRAMÁN, EL PRÍNCIPE OMEYA

La gran familia de los Omeyas gobernó el imperio mahometano durante casi un siglo, desde su ascensión al poder en el año 661 de la era cristiana.

La dinastía tomó el nombre de su fundador, cuya condición de noble en La Meca ya era conocida antes de Mahoma. No obstante sus decendientes abandonaron Arabia, sumándose a la gran corriente de musulmanes que partió a la conquista del mundo, y, tras alcanzar el mandato supremo, eligieron Damasco, en Siria, como su capital.

Catorce califas de este nombre se sucedieron en reinados de gran magnificencia y fueron los más poderosos gobernantes de su tiempo. Sus ejércitos de blancos estandartes impusieron un dominio que se extendía hasta la India, por el este; cruzaba África y entraba en España, por el oeste. Parecía no existir límite a sus victorias. Sin embargo, sus días estaban contados y su caída fue tan rápida como magnífica había sido su ascensión al poder.

Su ocaso llegón con Marwan, el último califa sirio de la dinastía. Ningún poder exterior contaba con una fuerza capaz de derrocarle; y así, ésta fue a surgir en su propio seno. Llegó con la familia rival de los abasidas, cuyo linaje se remontaba también a los tiempos de Mahoma.

El estandarte de los abasidas era negro y, entre los distintos pueblos que conformaban el imperio musulmán de Asia Menor, fueron muchos los que se pusieron de su lado. Las semillas de la rebelión habían sido plantadas cuidadosamente y las enemistades enterradas despertaron de nuevo a la vida. Cuando los abasidas estuvieron preparados para levantarse, eran ya un ejército.

Abderramán, el príncipe omeya relata las aventuras que tuvo que vivir Abderramán tras los despiadados asesinatos cometidos contra los miembros de su dinastía, los Omeya, en el siglo VIII de nuestra era. Tras lograr escapar de esta barbarie, y puesto precio a su cabeza, la novela narra su tenaz y posterior persecución a la que fueron sometidos él y Saffana, su yegua; su romance con Alohra, una joven beduina del Wadi Zuran; y su relación con los zenatas y bereberes del desierto hasta hacer su triunfal entrada en España y su posterior asentamiento, como nuevo califa, en la ciudad de Córdoba.

...en la oscuridad de la noche, arriesgando su vida, un amigo llegó hasta Abderramán con un veloz caballo, diciendo "¡Los jinetes del califa cabalgan a través de la noche en tu búsqueda! ¡Levántate y corre al desierto! ¡No hay seguridad para ti en la morada del hombre!".

Sobre el autor.-
 
Anthony Fon Eisen, escritor norteamericano, nació en 1917 y ha dedicado la mayor parte de su vida a los negocios. Su primera novela fue Sorm, dog of Newfoundland, a la que siguió varios años después Abderramán, el príncipe omeya, que ha sido traducida a distintas lenguas y fue premiada en Italia (1966). También ha publicado relatos breves para diversas revistas norteamericanas, siempre firmando con seudónimo.









Abderramán, el príncipe Omeya. 
Autor: Anthony Fon Eisen
Editorial: Siruela

jueves, 26 de septiembre de 2013

DAMASCO / 5



Museo Arqueológico Nacional
Ubicado en un edificio (no muy grande para la magnitud de su contenido), rodeado de jardines, fuentes y estanques se accede a él por la calle Shoukri al-Kouwatli.
Nada más acceder a sus jardines llama la atención que algunas de las piezas más impresionantes están allí, al aire libre, lo que hace de la visita un paseo agradable y relajante. Sarcófagos, estatuas, capiteles, columnas, lápidas, puertas de piedra (muy llamativas) se mezclan con árboles, arbustos y estanques.
La entrada principal al Museo es la fachada del palacio Al-Hir, construido por el califa omeya Icham ben Abdul Malek a principios del siglo VIII. Se trata de una puerta principal rodeada de dos torres semicilíndricas cuya ornamentación es muy variada (plantas, adornos geométricos, escenas de cacería y figuras humanas). No es de extrañar que aparecieran figuras humanas y de animales en los edificios públicos ya que hasta mucho más tarde no fueron prohibidas tales representaciones.
Ya dentro, en el vestíbulo, vemos que el Museo se divide en varias secciones: la Siria antigua, la prehistoria, la época clásica (griega, romana y bizantina), la islámica y el arte moderno. De las paredes cuelgan algunos cuadros (originales) que adornaban los salones del palacio (escenas de caza, músicos, escenas mitológicas, etc.)
De las primeras salas que visitamos nos llama la atención la estatua de Ornin. Original de la antigua Ciudad Mari (III milenio antes de Cristo). Representa a una famosa cantante sentada sobre un cojín de piel. Va vestida con un ancho pantalón de lana (conax) y tiene las manos (en una postura casi imposible) sobre sus pechos en postura de oración. Los ojos de la estatua son de nácar y rubíes. No se ha logrado conocer quién fue el artista que labró esta estatua por el deterioro de la escritura que se encuentra en la espalda de la misma. Otra de las estatuas que impresionan es la de Iku-Shamagan (considerado e rey más antiguo de Mari). La estatua está dedicada a Innana Zaza. Es de gran tamaño y se la considera la mayor del período sumerio arcáico.
Otras estatuas del mismo período llaman la atención del visitante por sus ojos. Realizados en lapislázuli, uno está orientado hacia arriba (se supone que al cielo) y otro hacia abajo (la tierra). Sus cabezas aparecen afeitadas. Sus manos pegadas al pecho en actitud orante (en una postura imposible) y vestidos con largas faldas de lana. Todas ellas tienen en la parte posterior (espalda) una inscripción votiva de dedicación.
En esta zona también podemos contemplar el primer alfabeto conocido. Se trata de una tableta de arcilla (no más grande que un dedo) en el que se escribió lo que hasta hoy es el primer alfabeto conocido. Se encontró en Ugarit. El tipo de escritura es la cuneiforme y por tanto más simplificada que la jeroglífica (utilizada antes de la aparición de ésta). 
Hay muchas más tablillas en la misma sala. Nos llama la atención una en mármol que contiene la primera partitura musical conocida.
Según avanzamos hacia la zona donde se exhibe los hallazgos de la época clásica y antes de llegar a la sala donde se exhiben algunos de los mausoleos traídos desde Palmira, vamos viendo estelas de Tike (diosa de la fortuna); de Ablad (dios protector del Éufrates); otras con sacerdotes de gorros cónicos; altares, etc.
En esta sección hay una importante colección de estatuas y grabados de las cuales destaca la estatua del arquero (es una copia de la estatua romana hecha por el escultor Polidito que vivió en el siglo V antes de Cristo). Es una pieza esencial en el arte de la escultura porque es el modelo más perfecto de las medidas y proporciones clásicas del cuerpo humano.
Más adelante se exhiben varios mosaicos descubiertos en Shahba que se caracterizan por su fina elaboración, su bello diseño y las pequeñas piezas que se utilizaron en su elaboración. Sus temas son variados y están inspirados en la mitología griega y romana. El cuadro más importante es el que representa a la diosa Gea (la tierra).
En la parte dedicada al arte islámico se muestran colecciones de cerámica, arcillas, instrumentos de navegación, manuscritos, maderas artesanales y una importante colección del libro sagrado El Corán. Todos ellos manuscritos con tinta de oro y que son de la época mameluca. Asimismo en esta sección se exponen decorados de madera pintados con oro y que están en perfecto estado de conservación.
Quizás una de las exposiciones más importantes de esta sección y que sin lugar a dudas llama la atención del visitante es el Salón damasceno.
Antes de salir del recinto, en el jardín, junto a la verja de entrada hay una pequeña tienda que es recomendable visitar. Allí se encuentran reproducidas numerosas piezas del museo (estatuas, sellos reales, joyas) y un buen número de libros ilustrados.






































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Museo Arqueológico Nacional de Damasco por Carmen Dorado Vedia se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

ÁLVARO MUTIS

Amén

Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.

martes, 24 de septiembre de 2013

DAMASCO / 4

Los Zocos
Si hay un lugar de todos los que capturan la atención del visitante en Damasco son los Zocos. Los objetos expuestos no dejan indiferente. Es un verdadero placer para todos los sentidos, pues como cabía esperar de un bazar árabe, en ellos se puede encontrar de todo.
Los de Damasco son, con gran diferencia, los mejores de todo Oriente. Por su variedad: tejidos, vestidos con una amplia gama de colores, artículos de latón, objetos de cobre u otros metales, especias, babuchas de piel, joyas, objetos de madera, velas, jabones, pétalos de flores, perfumes, dulces, alfombras, libros, etc.; por la atmósfera: una algarabía permanente: por el buen hacer y el trato respetuoso de los comerciantes: a diferencia de otros mercados el visitante puede pasear tranquilamente sin ser avasallado; por la calidad de sus mercancías: los mejores brocados, las mejores sedad, el diseño oriental de sus joyas, los perfumes (a muy buen precio) etc.
Los zocos de Damasco se reparten circundando la gran Mezquita de los Omeyas, cada uno especializado en un tema. Sin embargo es al Suq al-Hamidiyya el más visitado y turístico de todos. Localizado desde la parte sur de la fortaleza, lugar donde se encuentra la estatua ecuestre de Saladino (en la calle Nasser) hasta Bab al-Barid. De la época otomana, su techo metálico (sustituyó al original de madera). Tiene seiscientos metros de longitud por quince de alto. Está especializado en telas de seda natural, telas bordadas y brocados, manteles bordados, espadas damascenas, artesanía en madera y piel.
Llama la atención la lencería (muy atrevida) que se exhibe en los escaparates.
Al final, antes de llegar a la explanada que se abre a la mezquita hay una tienda (a mano derecha) donde se podían comprar (a buen precio) los mejores perfumes (jazmín, rosas, azahar…), justo enfrente se encuentran los puestos de libros, la mayoría son libros religiosos.
Bajo aquella bóveda de cañón, alejada de la oscuridad, junto a sus paredes altas tomamos  nuestro primer contacto con la ciudad que nos enamoraría. Nuestra primera estancia en Damasco coincidió con el Ramadán. Por este motivo todas las tiendas (exceptuando las del barrio cristiano) permanecían abiertas toda la noche. En visitas sucesivas conocimos a Mohammed que actuaba como reclamo para la tienda de Víctor. Allí compré los típicos manteles damascenos y varios pañuelos de seda. La tienda a la que se accedía por una callejuela perpendicular a al-Hamidiyya era muy pequeña. Dividida en en dos secciones, para realizar (tranquilamente) nuestras compras pasamos al interior, y tras varias tazas de té y charla comenzamos con la transacción.  Era Víctor un cristiano ortodoxo y su empleado Mohammed musulmán. Llevaban años trabajando juntos sin que la religión fuese un impedimento. Así era Damasco, el Damasco que yo conocí.
Caminando por la pared sur de la mezquita llegamos al Zoco al-Kabakibiya, especializado en artesanía de madera, artes orientales, joyerías y alguna que otra tienda de recuerdos.
Otro de los zocos cubiertos de Damasco se encuentra hacia el sur, a lo largo del extremo occidental de la Vía Recta es el Souq Midhat Pasha. Está especializado en herboristería y medicina tradicional árabe. Los sacos y recipientes están expuestos al público. El aroma es intenso, el colorido también.
 Caminando hacia el extremo oriental, cruzando una calle transversal que regresa hacia la Gran Mezquita nos encontraremos con el Souq Al-Bzouriyya. Entre la calle Recta y el zoco de las Armas. Es un mercado cubierto de la época mameluca donde se comercializa con especias, té y cafés, frutas glaseadas y los típicos dulces árabes. En él se encuentran: el hammam de Nur Eddin Zenki (1171) y el Caravasar Assad Pasha (1179).
Al-Attarind es el zoco donde se pueden encontrar especias y café.
Caminando de espaldas a la mezquita Omeya entraremos en el Suq al-Sagha (zoco de la orfebrería) especializado en joyas de oro y plata elaboradas con los tradicionales diseños orientales.
En la Vía Recta los compradores se mezclan con los coches. Las aceras son muy estrechas. Allí de puede encontrar el famoso algodón sirio, el azafrán nacional (más barato que el iraní), las pastillas de jabón natural de Alepo o café turco, de Colombia, etc.
Para terminar con las compras (algo muy difícil en Damasco) hay que bajar hasta la zona cristiana y entrando por Bab Sharqi podremos ver las tiendas donde se realizan los muebles damasquinados. Es imposible no comprar una caja artística, un ajedrez o (por qué no) algún mueble. También están los artesanos del vidrio, con verdaderas obras de arte (imposible resistirse: una lámpara, un juego de té…)
Regatear, regatear y regatear. Imposible resistir a la tentación. Damasco, a diferencia de otras ciudades de oriente no agota. El visitante puede caminar con tranquilidad por los zocos sin que le agobien los comerciantes. Sin embargo, en el momento en que traspasas el umbral de cualquiera de las tiendas y se da precio por alguna de las mercancías hay que seguir hasta el final. Allí han hecho un arte de la práctica de la transacción.








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domingo, 22 de septiembre de 2013

DAMASCO / 3



La Gran Mezquita de los Omeyas

Al-Djami Bani Umaya es la mezquita más importante de Damasco además de ser una de las más antiguas y grandes del mundo. Está considerada como el cuarto lugar más sagrado del Islam, tras Masyd al-Haram (La Meca), la Masyid al-Nabawi (Medina) y la Masyd al-Aqsa (Jerusalén).
El lugar donde se encuentra es considerado lugar sagrado desde hace miles de años. Los arameos, fundadores de la ciudad, habían construido en ese lugar su templo a la deidad Hadad. Posteriormente los griegos y los romanos dedicaron el lugar a Júpiter.
Era un templo imponente que abarcaba, con su muralla externa, los trescientos diez por trecientos ochenta metros.
En la época bizantina fue reconvertido en la Iglesia de San Juan Bautista.
Con la llegada de los árabes musulmanes a Damasco (año 636) utilizaron parte del antiguo templo romano como mezquita. Durante años compartieron el lugar musulmanes y cristianos hasta que en el año 705 el califa Omawi llegó a un acuerdo con la iglesia y se inició la construcción de la gran mezquita.
Las obras duraron diez años. Se utilizaron los mejores materiales y se contrató a los mejores artesanos de la región.
Está considerada como el primer modelo real de la naciente arquitectura islámica. En ella se utilizó, por primera vez, el minarete y el nicho que marca la qibla. La disposición de las tres naves cubiertas y paralelas al muro de la qibla y un gran patio porticado exterior, la hicieron un modelo a seguir en construcciones posteriores.
La mezquita ha sufrido varios incendios y terremotos a lo largo de su historia, siendo el más grave el incendio del año 1893 que la destruyó totalmente y por ello hubo de ser reconstruida.
Desde fuera llama la atención del visitante los tres minaretes, cada uno de ellos construido en un estilo diferente.  
El minarete de Arous (primero de la arquitectura islámica) su estilo fue adoptado de la arquitectura bizantina.  
El segundo minarete (el más alto de todos) llamado de Jesús, se encuentra en la parte sureste de la mezquita y se construyó sobre una de las torres del antiguo templo de Júpiter. Según la tradición religiosa marca el lugar donde el Mesías volverá a la tierra el día del Juicio Final.  
El tercer minarete llamado el del sultán Kubtay queda en el lado suroeste de la mezquita y fue construido en el año 1488.

Para acceder al interior hay que franquear una de las cuatro puertas que tiene:  
Bab al-Barid (puerta del correo) que se abre al Oeste; 
Bab al-Faradiss (puerta del paraíso) situada al Norte bajo el minarete de Arous (minarete de la novia);  
Puerta de Girón en el lado Este
Bab al-Ziada (puerta de los joyeros) por el lado sur, la más bella y espectacular de todas (en mis continuas visitas a la mezquita siempre la encontraba cerrada).

 

Si entramos por la puerta Norte nos brinda una visión panorámica del patio de la mezquita. De forma rectangular, abierto y rodeado de tres largos pasillos de arcos, columnas y por el oratorio de la mezquita por el cuarto lado. Allí nos sorprenden tres cúpulas: la bóveda de la tesorería (o de la moneda) sostenida sobre ocho columnas altas. Adornada con brillantes mosaicos dorados que reflejan la luz del sol. Data de la época romana y servía de caja de seguridad inaccesible y bien custodiada para guardar las arcas públicas. ¿Qué mejor lugar para guardar el tesoro nacional que en el templo?
En el centro del patio se encuentra la cúpula de la fuente que da sombra a la fuente (circular) que utilizan los creyentes para realizar las abluciones antes de cada rezo.
En el extremo opuesto a la bóveda del tesoro está la cúpula de las horas (Zein Abidin) bajo la que se reúnen cientos de palomas a picotear los granos que les ofrecen los visitantes.
Todas las paredes del patio están revestidas de mármol blanco y negro (haciendo caprichosos diseños geométricos) o de finos mosaicos brillantes que representan los palacios Omeya o la campiña damascena.
El suelo del patio (de mármol blanco) brilla de manera espectacular, por allí vemos a muchos chavales sentados observando (sobre todo) a las mujeres extranjeras.

 
En nuestra primera visita (coincidiendo con el final del Ramadán) habían dispuesto en el patio varios reposteros acordonando las zonas ya que esperaban la afluencia de muchos peregrinos. Nos llama la atención los fieles shiitas, todos vestidos de negro, algunos muy mayores, pero muy amables y educados que han recorrido una larga distancia para estar allí.
Bajo una bóveda cuajada de mosaicos que representan el Jardín del Edén accedemos a la Sala de Oraciones. Se trata de una sala espaciosa, coronada por la impresionante cúpula al-Nassr, de cuarenta y cinco metros de altura, y dividida en cinco salas grandes, cuatro en cada una de las esquinas y con los nombres de los primeros califas del Islam: Abu Beker, Omar, Osman y Alí. La quinta sala lleva el nombre del primer Imán Shiita. Es en esta sala donde se encuentra el sepulcro con la cabeza de Hussein (nieto de Mahoma) y por ello es muy frecuentada por peregrinos shiitas de todo el mundo. Llama la atención que de sus verjas cuelgan lazos verdes y negros.
En otra de las salas se encuentra el santuario de San Juan el Bautista, venerado igualmente por cristianos y musulmanes y donde, según la leyenda, reposa en un sepulcro de mármol la cabeza del bautista.


En la larga pared del frente (dirigida hacia La Meca) hay cuatro nichos. El más bonito es el nicho principal, redecorado después del incendio de 1983. 
 
 
Junto a la mezquita, en los muros del norte, rodeado de un jardín muy bello, se encuentra el Mausoleo de Saladino. Fallecido en el año 1193 fue enterrado al lado de la mezquita en lo que entonces era una Madrassa (escuela coránica). En el interior hay dos sepulcros, uno de mármol, mandado construir por el sultán otomano Din Pasha (año 1876) que está vacío y otro de madera donde reposan los restos del sultán de Siria, Egipto y Palestina fundador de la dinastía ayubí. En el mausoleo hay una corona de flores realizada en bronce regalo del Kaisser alemán Guillermo II.


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La Gran Mezquita de los Omeyas por Carmen Dorado Vedia se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.