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espués de la muerte de Tamerlán, el Soberano del Mundo, sus hijos
y sus nietos cayeron unos sobre otros combatiéndose despiadadamente, y si lo
primero que hacían cuando conquistaban una ciudad era acuñar moneda a su nombre
y que en su nombre se hiciera el sermón del viernes, los segundo era
desencuadernar los libros que se habían arrebatado unos a otros, colocar una
dedicatoria y un colofón nuevos que les elogiara como Soberanos del mundo y
volver a encuadernarlos de manera que todo el que mirara el libro de aquel
monarca creyera realmente que se trataba del Soberano del Mundo.
Uno de ellos Abdullatif, hijo de Ulug Bey, nieto de Tamerlán,
quiso que se hiciera de inmediato un libro en nombre de su padre en cuanto tomó
Herat y movilizó con tanto apresuramiento a ilustradores, calígrafos y
encuadernadores, les metió tanta prisa, que mientras rasgaban y quemaban páginas
ilustradas y manuscritas de volúmenes desencuadernados, éstas se mezclaron. Como
no habría sido adecuado al renombre de Ulug Bey, un amante de la pintura,
encuadernar las pinturas al azar sin atender a qué historia de qué libro
correspondían provocando un pastiche, su hijo reunió a todos los ilustradores
de Herat y les pidió que le contaran la historia de cada pintura para así poder
ponerlas en orden, pero de cada boca salía una historia y las pinturas se
mezclaron aún más.
Entonces buscó y encontró al último gran ilustrador, un anciano
que había sido olvidado y que se había dejado la luz de los ojos en los libros
de todos los shas y príncipes que habían gobernado Herat en los últimos
cincuenta años.
Cuando se supo que aquel anciano que observaba las pinturas
estaba ciego se produjo un gran revuelo e incluso hubo quién se rió, pero el
anciano Maestro pidió que le llevaran a un niño que aún no hubiera cumplido los
seis años, inteligente pero analfabeto. El anciano puso ante el niño una
pintura y le pidió que le describiera lo que veía. Mientras el niño se lo
explicaba, el anciano le escuchaba atentamente con sus ojos ciegos clavados en
el cielo y luego comenzó a decir de repente:
- Alejandro abrazando a Daría moribundo del “Libro de los Reyes”
de Firdausi…
- La historia del maestro que se enamora de su hermoso estudiante
de la “Rosaleda” de Sadi…
- La competición de los médicos del “Tesoro de los secretos” de
Nizami…
Los demás ilustradores se rieron del anciano y dijeron: - Eso
podríamos haberlo dicho también nosotros. Son las escenas más conocidas de las
historias más famosas.
Entonces el anciano ilustrador ciego colocó ante el niño las
pinturas más difíciles y volvió a escucharle con atención:
Humruz envenenando a los calígrafos uno a uno del “Libro de los
Reyes” de Firdausi –dijo mirando de nuevo al cielo-, la mala historia y peor
ilustración del marido que atrapa en la copa de un peral a su mujer y un amante
del “Mensevi” de Mevlana; y así siguió reconociendo todas aquellas pinturas que
no podría ver gracias a la descripción del niño, consiguiendo que se pudieran
encuadernar los libros.
Cuando Ulug Bey entró con su ejército en Herat le preguntó al
anciano el secreto de cómo había podido reconocer sin verlas las historias que
los demás maestros ilustradores no habían podido recordar viéndolas.
Al contrario de lo que suele creerse, no es porque mi memoria sea
fuerte debido a que estoy ciego –le contestó el anciano ilustrador-, simplemente,
nunca se me olvida que las historias no se recuerdan con las fantasías, sino
con palabras.
Ulug Bey le replicó que los demás ilustradores también conocían
aquellas palabras y aquellas historias, pero que habían sido incapaces de poner
en orden las pinturas.
Porque –le respondió el anciano ilustrador- ellos tienen en muy
alta estima su propio talento y la pintura, que es su arte, pero ignoran que
los maestros antiguos las pintaban a partir de los recuerdos de Dios.
Entonces Ulug Bey le preguntó que cómo era posible que un niño lo
supiera.
El niño no lo sabe –le dijo el anciano-, es simplemente que yo,
un ilustrador viejo y ciego, sé que Dios creó al mundo como a un niño
inteligente de seis años le habría gustado verlo. Porque Dios creó ante todo el
mundo para que se viera. Luego para que compartiéramos lo que veíamos y para
que lo habláramos nos dio la palabra, pero nosotros hicimos historias con esas
palabras.
Texto de Santiago Palomero Plaza
Subdirector General de Museos Estatales del Ministerio de Cultura
Este texto es del libro Me llamo Rojo del escritor Orhan Pamuk.
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