viernes, 12 de diciembre de 2014

LA TOMA DE BAGDAD por los mongoles



H
ace trescientos años, la fría mañana de febrero en que Bagdad cayó en manos de los mongoles y fue despiadadamente saqueada, las mundialmente famosas bibliotecas de dicha ciudad contenían veintidós libros, en su mayor parte Sagrados Coranes, escritos por Ibn Şakir, el más famoso y magistral calígrafo no sólo del mundo árabe sino de todo el orbe musulmán a pesar de su juventud. 




Como estaba convencido de que aquellos libros existirían hasta el Día del Juicio, Ibn Şakir vivía con una idea profunda e infinita del tiempo. Había trabajado heroicamente toda una noche a la luz temblorosa de los candelabros en el último de aquellos libros legendarios, que pocos días después serían rotos, destrozados, quemados y arrojados al Tigris uno a uno por los soldados del jakán mongol Hulagu, de tal manera que hoy no sabemos nada de ellos.

Los maestros calígrafos árabes, fieles a la tradición y a la idea de la inmortalidad de los libros, tenían una manera de descansar la vista para luchar contra la ceguera a la que recurrían desde hacía cinco siglos: dar la espalda al sol naciente y mirar hacia el oeste, hacia el horizonte.

Así pues, en la frescura de aquella mañana, Ibn Şakir subió al alminar de la Mezquita Califal y vio desde el balcón lo que iba a acabar con toda una tradición de escritura que perduraba desde hacía quinientos años. Primero vio la entrada en Bagdad de los crueles  soldados de Hulagu pero permaneció en el alminar. Vio cómo se saqueaba y se destruía la ciudad, cómo se pasaba por la espada a cientos de miles de personas, cómo mataban al último de los califas del Islam, que habían gobernado Bagdad desde hacía quinientos años, cómo se violaba a las mujeres, cómo se quemaban las bibliotecas y cómo decenas de miles de libros eran arrojados al Tigris.

Dos días después, en medio del hedor de los cadáveres y de los gritos de agonía, mientras contemplaba la corriente del Tigris, que ahora fluía rojo a causa de la tinta de los libros que habían arrojado con su hermosa caligrafía y que ahora habían desaparecido no habían servido para detener aquella terrible masacre y destrucción y juró que nunca más volvería a escribir. Más aún, se le ocurrió que sólo podría expresar el dolor y la catástrofe de que había sido testigo mediante el arte de la pintura, al que hasta ese día había despreciado y considerado una rebelión contra Dios, y pintó todo lo que había visto desde el alminar en el papel del que nunca se separaba.

A ese milagro feliz posterior a la invasión mongola le debemos la fuerza de la que gozó la pintura islámica durante trescientos años y lo que la separa de la de los paganos y los cristianos: que el mundo se pinte con un dolor sincero y trazando la línea del horizonte desde lo alto, desde donde Dios lo contempla. Y además, a que Ibn Şakir, con el corazón resuelto y sus dibujos en la mano se dirigiera después de la matanza hacia el norte, en la dirección por la que habían venido los ejércitos mongoles, y aprendiera pintura de los maestros chinos… 

Así pues, se comprende que la idea del tiempo infinito que había yacido en el corazón de los calígrafos árabes durante quinientos años se haría realidad, no en la escritura, sino en la pintura. La prueba es que los libros, los volúmenes, pueden ser destrozados y desaparecer pero las páginas ilustradas que contienen se introducen en otros libros, en otros volúmenes, y siguen viviendo hasta el infinito mostrándonos el universo de Dios.



lunes, 8 de diciembre de 2014

EL JARDÍN ANDALUSÍ / 4



El jardín poético

En todo el mundo islámico hubo un marcado gusto por la naturaleza, que se manifestó, no sólo en el cultivo de los abundantes jardines y huertos que rodeaban las ciudades, especialmente las andalusíes, sino en el deseo de disfrutar de esos paisajes y del bienestar que produce su proximidad.
 
Así, a partir de la segunda mitad del siglo X, la sociedad de todo el orbe islámico solía acercarse hasta las afueras de la ciudad para disfrutar de la naturaleza. Se podían contemplar con frecuencia grupos familiares merendando junto a los ríos, a modo de auténticos festejos populares.

Como consecuencia de esa afición, iniciada anteriormente por la clase elevada en el marco de sus almunias, se desarrolló un movimiento poético, de influencia persa, en el que los temas florales y jardineros fueron sus protagonistas. El género poético sobre jardines se conoció como rawdiyyat (de rawd, ‘jardines’ en árabe). En él se aludía a los jardines en general, pero existía otro género llamado ‘poema floral’, que se conocía en árabe como nawriyyat, y se refería específicamente a las flores.

Entre los siglos X y XI abundaron los poetas de estos géneros en el mundo islámico. Algunos de los más famosos fueron Sa`id al-Bagdadi, de Bagdad, así como los andalusíes Ibn al-Quttiya, de Sevilla, e Ibn Jafaya, de Alcira. 

Las metáforas florales

Los poetas enriquecieron sus poemas con innumerables metáforas sobre las cualidades de un jardín o de las múltiples flores que lo componían, a veces con cierto barroquismo, pero con indudable belleza.
Veamos algunos ejemplos sobre el jardín:

Cuántas veces he ido en hora temprana a los jardines:
las ramas me recordaban la actitud de los amantes.
¡Qué hermosas se mostraban cuando el viento las entrelazaba como cuellos!
Las rosas son mejillas; las margaritas, bocas sonrientes; mientras que los junquillos reemplazan a los ojos.
Ibn Hafs al-Yaziri (s. XI)

***

A menudo el jardín está revestido con la lluvia fina
de un tejido [yemení] listado
e inspira a las almas el deseo de detenerse en él y sentarse.
Cuando la brisa le roza con su mano, imaginamos
que sus ramas son danzarinas que se balancean
con sus vestidos verdes de tela rayada.
Abu Marwan Ibn Razin (s. XI)

Este género poético de jardines y flores, rawdiyyat y nawriyyat, de los poetas andalusíes, refleja claramente la impresión que les causaba la contemplación de la naturaleza. Las luces, sombras y colores se proyectan en estos poemas como en el lienzo de un pintor impresionista.
Algunas evocaciones son de una gran sutileza, como por ejemplo aquella que alude a la brisa tejiendo cotas de malla sobre la superficie de la alberca (al ondular sus aguas). O bien, la que compara el jardín bajo una fina capa de lluvia con los tejidos listados orientales creados en San’a (Yemen), de moda en aquel entonces, al tiempo que también menciona los tejidos fabricados en Tustar (Persia): 

Contempla para recrear tus ojos, un jardín lujuriante,
sobre el que la brisa no cesa de soplar y la lluvia de caer.
Te hará ver el arte de San`a en los dibujos
que adornan sus mantos,
que se diría fabricados en Tustar...
Abu-l Qasim al Balnu (s.XI)

Pero la creatividad poética de los andalusíes no se limitaba solamente a los temas paisajísticos, tradicionalmente clásicos en poesía. Fue más allá, al incluir las frutas y hortalizas como objeto de inspiración, a veces irónicamente: 

El membrillo tiene el color amarillo del oro, el sabor del vino,
la tez del amante y el aliento de la bien amada.
Al-Nuwayri (s.XI)

***

¡He aquí alcachofas cubiertas de dardos
capaces de atravesar la piel de un elefante!
Ibn Suhayd (s.XI)


Ibn Jafaya, el Jardinero

Entre aquellos poetas sobresalió el valenciano Abu Ishaaq Ibrahim Ibn Jafaya, (1058-1139) nacido en Alcira de una familia acomodada.
La contemplación de los extensos predios familiares en los que pasó la mayor parte de su vida, lo convirtieron en un amante de los jardines y del paisaje que lo rodeaba.
Influido por los poetas de Bagdad, sobresalió en el género rawdiyyat, del que creó una auténtica escuela andalusí, superando a sus maestros.
En sus poemas describió sobre todo los árboles y frondas de los jardines, lo que le valió el sobrenombre de al-Yannan, el Jardinero, o el amante de los jardines. Fue ante todo un poeta paisajista.

El jardín era un rostro de una blancura resplandeciente,
la umbría, una cabellera negra,
y el agua del arroyo una boca de hermosos dientes.
Fue allí donde la paloma nos regocijó una tarde
al dejarnos oír su dulce arrullo.


El arco iris del jardín poético

En la temática del jardín que abordaron los poetas del mundo islámico, hay una alusión constante a los colores que reviste la naturaleza vegetal. Incluso, a veces, extraían el sentido de un determinado lenguaje y simbología.

Les admiraba, por ejemplo, el contraste entre el blanco y el amarillo de la camomila. El lirio azul se comparaba con una turquesa y su color, semejante al cielo, era considerado superior al blanco de su hermana la azucena. El color de la violeta era indescifrable para los poetas, y para justificarlo, los autores del siglo IX empleaban un ejemplo alquímico: el azufre que se quema en el crisol para obtener el tono rojo y azulado, similar al de sus pétalos. La rosa roja se revestía en su imaginación de túnicas de coral y cornalina, como una soberana, y cuando se mostraba en sus ramas, las rosas de otro color palidecían de envidia.

Las flores 

Algunas de las flores que constaron en los jardines andalusíes y que más inspiraron a estos poetas por su aroma y por su belleza fueron:

alhucema (varias especies de lavándula): en Al Ándalus, al-juzama.

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adormidera (Papaver somniferum): en el mundo árabo-islámico se la conocía por jasjas. En Al Ándalus se utilizó como remedio medicamentoso por su poder narcótico.

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jazmín de olor (Jasminum officinale): en Al Ándalus, yasamin. Procedente de Persia, ya se utilizaba en Al Ándalus con fines terapéuticos y en preparados cosméticos.

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alhelí
(diversas especias de Erysimumy Mattihola): en Al Ándalus, al-jayri, vocablo de origen persa. De características ornamentales y aromáticas.

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lirio (varias especies de Iris): amarillos o de agua, y azules. En Al Ándalus, sawsan. Se plantaban por su valor ornamental y para usarlas en cosmética y en farmacopea.

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narciso (distintas variedades de Narcissus): en Al Ándalus, naryis y bahar. El aceite de narciso se empleaba en los masajes para relajar el sistema nervioso y para algunas afecciones.

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azucena (Lilium candidum): en Al Ándalus, sawsan. Esta flor originaria de Oriente Próximo fue muy apreciada desde la Antigüedad debido a su belleza y a su fuerte aroma. 

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nenúfar (Nymphaea alba y Nuphar luteum): en Al Ándalus, nilufar abyad y nilufar asfar, nenúfar blanco y amarillo, respectivamente. Esta planta acuática, usada como ornamento en las albercas, también servía para hacer aceites hidratantes.

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rosa (numerosas especies de Rosa spp.): en Al Ándalus, ward.


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