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egún el historiador del arte islámico
G. Marçais, el mundo musulmán debe su iniciación en el arte de los jardines a
Irán, país por excelencia de las plantaciones irrigadas y cultivos arbustivos.
El hecho de que palabras árabes como bustan o firdaws hayan sido tomadas del persa, bastaría para justificar esta
hipótesis.
La palabra pairidaeza, citada muchas veces en el Avesta (el paraíso persa), significa
‘jardín’. Pasó al árabe con la forma de firdaws y es citada en dos
ocasiones en el Corán (XVIII, 107 y XXIII, 11). Este término se transmitió a
diversas lenguas occidentales a través del Oecomenicus de Jenofonte (paradeisos
en griego, paradisus en latín, paradis, paradise, paradiso,
etc. en las lenguas europeas), significando exclusivamente ‘paraíso’ y no,
‘jardín’.
No obstante, el jardín en la cultura
islámica se configura a partir de elementos formales y compositivos derivados
de los jardines presentes en los territorios conquistados, manifestándose una
doble influencia:
- La de Persia: pues la tradición del char
bagh presentó a los ojos de los musulmanes un esquema formal que
resultaba válido como abstracción geométrica de la idea de paraíso coránico.
Además, el jardín sasánida con su refinamiento, proponía el modelo adecuado al
prestigio del sultán: lujo unido a la presencia constante de vergeles,
estanques, canales y pabellones de recreo.
- La de Roma: las fuentes con surtidores de la tradición romano-bizantina y,
en general, los aspectos más arquitectónicos del jardín islámico, derivan de
aquélla: pórticos, columnatas, suelos pavimentados, así como la tipología del
patio jardín, son los rasgos más romanos del jardín islámico. En este sentido,
algunos autores consideran supravalorado el peso de la influencia persa en
detrimento de la mediterránea, donde las tradiciones mesopotámicas se habían
pasado por el tamiz de la cultura helenística y judeo-cristiana (A. Jiménez).
El jardín en la cultura islámica como
en la antigua cultura persa, la egipcia o la mesopotámica, deriva de los
condicionantes físicos que se dan en su localización. La escasez de agua, la
tierra árida, el calor intenso, son determinantes para lograr, a partir de
sabios y sensatos recursos, un jardín con una atmósfera bien diferenciada de su
entorno natural. Desde esta perspectiva, el jardín islámico es la vivificación
de un trozo de desierto, un oasis, alcanzada mediante el aporte de agua,
considerada ésta como un bien superior, origen de vida. Inevitablemente tienen
que existir muros que confinen el jardín y lo salvaguarden de los vientos
cálidos.
Paralelamente, la función simbólica es primordial.
El jardín islámico tiene una función de ostentación de prestigio; su uso
responde a la idea de placer sensual en una atmósfera de paz y, desde un punto
de vista espiritual, el lugar que permite llegar a un estado de comunicación
con Dios o de reflexión y entendimiento.
Lo sensorial se encuentra en los
elementos de la composición que estimulan la vista, el oído, el gusto o el
tacto. Se utilizan recursos como los colores, las texturas y esencias de las
especies vegetales, los acabados y colores de los materiales del suelo y muros,
o mediante el uso del agua en estanques, canales y surtidores.
En los muros que rodeaban al jardín,
se desarrolló un arte ornamental. Los atauriques, dibujos en relieve
formados con yeso, generalmente representan simplificaciones de motivos
vegetales. Otro recurso presente en las yeserías de los muros, fue la propia
escritura árabe, hilvanando frases relativas al Corán, poesías o frases en
homenaje al califa. El empleo de material cerámico para la ornamentación,
añadió un contraste brillante y colorista. Incluso, se sabe de la existencia de
estatuas (animales y, excepcionalmente, humanas) en algunos jardines omeyas de
Palestina y de Al Ándalus. Los autómatas eran otro elemento ineludible de los
jardines islámicos.
El modelo centrípeto, el centro del
jardín es el punto hacia el cual convergen las tensiones del espacio. La
presencia en este punto central de un pabellón ligero, responde a la esencia del jardín islámico. Es una
estructura abierta por sus cuatro lados desde la cual se descubre el jardín en
todas las direcciones. Los pabellones adoptan formas muy diversas y sus orígenes se remontan a las pérgolas del jardín romano o a las
construcciones ligeras que se abren a jardines frondosos en las pinturas
murales romanas. Una variante del pabellón la constituye un quiosco situado en
la copa de un árbol, provisto de una escalera de acceso. Una segunda vista es
la que se produce desde la entrada, en el límite, hacia el centro. Esta vista
está controlada mediante uno de los ejes compositivos, que se encarga de
conducirla, dirigiéndola hacia el elemento situado en el cruce de los ejes.
El agua es el elemento primordial del jardín islámico. Los recursos se
dirigen a un uso óptimo de la misma, mediante técnicas de recogida,
almacenamiento y distribución, exaltándola en la composición. Su forma está
determinada por los canales y los estanques que la contienen. Aparece tanto de
forma estática, contenida en estanques, como en movimiento, circulando por los
canales y saliendo de surtidores, de manera que ofrece un fondo sonoro y un
contraste dinámico.
La luz también desempeña un papel importante en los jardines. La
cultura islámica considera la luz símbolo de bondad, verdad y armonía. Así,
cada elemento del jardín está pensado según su manera particular de absorber o
reflejar la luz. Desde la arquitectura, en donde arcos y yeserías caladas
introducen rayos y puntos de luz en el peristilo del patio, o su decoración con
azulejos vidriados o metalizados que producen destellos desde el fondo; al
agua, cuya utilización como lámina de espejo provoca una luminosidad en el
centro del jardín; pasando por los tonos cálidos de frutos y flores de las
especies vegetales.
La disposición de los elementos vegetales atiende a dos criterios diferentes: por un lado, a una
disposición geométrica siguiendo los caminos, que ayuda a dirigir las vistas
(aquí se encuentran árboles como el ciprés, o de flor como el almendro); y por
otro, a una composición sin orden geométrico en los cuadrantes, donde los
arbustos y herbáceas se seleccionan por sus colores, texturas, aromas. Fuera
del jardín, en huertas y vergeles, se introducen frutales y viñedos.
JARDINES BAHAI |
© Textos
Instituto Cervantes (España), 2004-2014.
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