En un tiempo no demasiado lejano pero no demasiado
cercano, cuando todo se repetía de tal manera que de no ser por el
envejecimiento y la muerte los hombres no habrían percibido que había algo
llamado tiempo y cuando el mundo era ilustrado con las mismas historias y
pinturas como si el tiempo no existiera, el pequeño ejército del sha Fahir
“pulverizó” a las tropas del jan Selahattin, según se cuenta en la breve Historia
de Salim de Samarcanda. El victorioso sha Fahir, después de torturar hasta la
muerte al jan Selahattin, a quien había tomado prisionero, en primer lugar,
siguiendo la costumbre, visitó la biblioteca y el harén del difunto soberano
para imprimirles su propio sello. El experimentado encuadernador de la biblioteca
ya había comenzado a desencuadernar los libros del rey muerto, a combinar las
páginas y a encuadernar nuevos volúmenes, los calígrafos a cambiar en las
inscripciones el nombre del “siempre vencedor” Selahattin Jan por el de Fahir
Sha el Victorioso y los ilustradores a borrar de las más hermosas pinturas de
los libros las caras, magistralmente trabajadas, del fallecido Selahattin Jan,
desde ese momento condenado al olvido, para pintar en su lugar el rostro más
joven de Fahir Sha. A Fahir Sha no le costó el menor esfuerzo encontrar
la mujer más bella en cuanto entró en el harén, pero siendo como era un hombre
delicado que entendía de libros y pintura, en lugar de poseerlas por la fuerza,
decidió ganarse su corazón y habló con ella. Y la sultana Neriman, bella entre
las bellas y viuda llorosa del difunto Selahattin Jan, le pidió una única cosa
a Fahir Sha, que había de ser nuevo marido. Su deseo era que la cara de
Selahattin Jan no se borrara de un libro que relataba los amores de Leyla y
Mecnun y en el que Leyla aparecía con los rasgos de ella y Mecnun con los de
él. El derecho a la inmortalidad, que su marido había estado años intentando
conseguir encargando libros, no debía ser le arrebatado al difunto, al menos en
una página. Fahir Sha el Victorioso aceptó generosamente cumplir con aquel
deseo tan simple y ésa fue la única pintura que no retocaron los ilustradores.
Y así Neriman y Fahir hicieron el amor, se enamoraron sin que pasara mucho
tiempo y olvidaron el pasado terrible. Pero Fahir Sha no había olvidado aquella
pintura del volumen de Leyla y Mecnun. Lo que lo inquietaba no era que su mujer
estuviera pintada con su antiguo marido ni los celos, no. Le reconcomía el
hecho de que, como no estaba pintado en aquel libro maravilloso, entre las
leyendas antiguas, se le impedía alcanzar el tiempo infinito, unirse a los
inmortales junto con su esposa. Tras cinco años de que el gusano de aquella
inquietud le royera los huesos, al final de una noche feliz en la que había
hecho el amor largamente con Neriman, Fahir Sha tomó un candelabro, entró a
escondidas como un ladrón en su propia biblioteca, abrió el tomo de Leyla y
Mecnun e intentó pintar su cara en lugar de la del difunto marido de Neriman.
Pero como tantos monarcas aficionados a la pintura, él mismo no era sino un
ilustrador mediocre y no acertó a pintar bien su rostro. Y así fue como el
bibliotecario, que abrió el libro aquella mañana sospechando algo, se encontró
con que frente a la Leyla
con el rostro de Neriman aparecía una cara nueva que no era la del difunto
Selahattin Jan y proclamó a los cuatro vientos que tampoco se trataba de la de
Fahir Sha, sino la de su principal enemigo, el joven y apuesto Abdullah Sha.
Aquel rumor desmoralizó tanto a los soldados de Fahir Sha como envalentonó a
Abdullah Sha, el joven y agresivo nuevo soberano del país vecino. Y así fue
como también él derrotó en la primera batalla a Fahir Sha, lo tomó prisionero,
lo mató, imprimió su propio sello en su harén y en su biblioteca y se convirtió
en el nuevo marido de la siempre hermosa sultana Neriman.
Me gusta mucho, mucho.
ResponderEliminarTexto tomado del libro Me llamo Rojo, capítulo 13, Me llaman Cigüeña, TRES HISTORIAS SOBRE LA PINTURA Y EL TIEMPO, Bä. En edición DEBOLSILLO, páginas 112 y 113.
ResponderEliminarAutor del libro: Orhan Pamuk, Premio nobel de literatura, 2006.
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