El jardín huerto
En el mundo andalusí, los jardines tuvieron una función
mucho más amplia que la meramente estética. El jardín-huerto fue receptáculo de
plantas aromáticas, árboles frutales y productos hortícolas. Al placer de la
vista y el olfato se unió el deseo de un aprovechamiento agrícola, que puso en
marcha una sabia distribución del agua y toda una ciencia de aclimatación de
especies botánicas nuevas. Los andalusíes habían heredado estos saberes de sus
antepasados del mundo oriental islámico y, en parte, de sus predecesores romanos.
Su proverbial sed de conocimiento propició un gran desarrollo botánico y
científico. Se produjo una auténtica «revolución verde» que significó la
expansión agrícola de Al Ándalus y el principio de un incipiente comercio.
Apenas quedan referencias de cómo pudo ser aquel
jardín-huerto. El geópono almeriense Ibn Luyun (s. XIV), fue el autor de una célebre
obra llamada Kitab al-filaha (‘Libro de Agricultura’), que
escribió en verso con el fin de que pudiera memorizarse fácilmente. En ella ha
dejado unos apuntes de la morfología de este jardín. Según describía, los
macizos de plantas, generalmente aromáticas, estaban situados junto a la
alberca. Un poco más lejos se emplazaban los macizos florales y los árboles de
hoja perenne. Ya rodeando el predio, una cerca de viñas, higueras y otros
árboles semejantes marcaba las lindes, mientras que los paseos se cubrían con
parras, a modo de pérgolas. Uno de estos paseos delimitaría el jardín de flores
y plantas aromáticas, mientras que a cierta distancia de las viñas se situaría
la tierra de labor. Los grandes frutales se plantaban en la parte Norte para
proteger el jardín del viento.
Frutales y productos hortícolas
Entre los frutales que estuvieron omnipresentes en esos
jardines-huertos figuraron las palmeras datileras, como una reminiscencia del
desierto arábigo, cuna del mundo islámico. También, los granados, que se
trajeron a través de Siria, así como los melocotoneros, limoneros, cerezos,
membrilleros y naranjos amargos. Además, figuraban higueras, olivos, vides y
manzanos, milenariamente implantados en la Península Ibérica.
Entre la espesura de los frutales abundaban los cultivos de
melones y sandías, las berenjenas, espinacas y habas, además de alcachofas,
zanahorias y lechugas, entre otros muchos productos hortícolas que se
cultivaban gracias a la abundante agua que suministraban las acequias.
El uso del agua en huertos y grandes predios
El mundo islámico surge en un contexto árido: la península
arábiga. El primer pueblo que lo integra, el pueblo árabe, aprecia el agua como
auténtico tesoro, ya que prácticamente carece de ella, siendo los oasis su
única fuente de abastecimiento. Esa valoración del agua, origen de toda vida,
va a reflejarse constantemente en el Corán.
¿No veis el
agua que Alá ha hecho descender del cielo
y por medio de ella, todo verdea sobre la tierra?
Corán (sura 22, aleya 63)
Él es Quien ha hecho bajar para vosotros agua del cielo.
De ella bebéis y de ella viven las plantas con las que apacentáis.
Gracias a esa agua, hace crecer para vosotros los cereales,
los olivos, las palmeras, las vides y toda clase de frutos.
Corán (sura 16, aleyas 10-11)
y por medio de ella, todo verdea sobre la tierra?
Corán (sura 22, aleya 63)
Él es Quien ha hecho bajar para vosotros agua del cielo.
De ella bebéis y de ella viven las plantas con las que apacentáis.
Gracias a esa agua, hace crecer para vosotros los cereales,
los olivos, las palmeras, las vides y toda clase de frutos.
Corán (sura 16, aleyas 10-11)
Con la expansión del Islam a través del imperio Persa,
Egipto y Siria, entre los siglos VII y VIII, los musulmanes aprendieron las
técnicas de regadío, extracción y aprovechamiento del agua, muy desarrolladas
por entonces en aquellas regiones, especialmente en tierras mesopotámicas
(Iraq).
Además de servir de bebida para los seres humanos y los
animales, el agua será esencial en la agricultura y se convertirá en un
complemento imprescindible de las construcciones palaciegas. Se introducirá
como un elemento decorativo polivalente que proporcionará efectos lumínicos,
refrescará y relajará el ambiente, y hará las veces de un espejo al duplicar el
efecto visual de la arquitectura.
El agua estará omnipresente en todo tipo de jardines y de
almunias, ya sea en forma de fuentes, canalillos, surtidores, estanques,
acequias y albercas, o bien, deslizándose caudalosa por las norias de
corriente.
Las acequias (del árabe al-saqiya)
fueron las principales conducciones empleadas por los musulmanes para la
distribución del agua, tanto en grandes predios como en pequeños jardines. Este
sistema de riego por canales, mayores y menores, ya se utilizaba en la antigua
Babilonia (siglo VII
a.C.) para regar los jardines colgantes, o pensiles, con las
aguas del Éufrates, y se extendió al imperio Persa en ciudades como Persépolis.
Posteriormente, los romanos, herederos de esa tradición, establecieron en sus
provincias de la cuenca mediterránea auténticas redes de regadíos,
especialmente en Hispania.
Al llegar a la Península Ibérica,
los árabes eran conocedores de los sistemas de riego orientales. Reaprovecharon
la infraestructura del regadío romano, ya deteriorada, ampliando e intensificando
su utilización, y crearon acequias mayores, menores y brazales, con un
ingenioso sistema de distribución del agua, base de su emergente agricultura.
De ahí que en muchas zonas de España, especialmente en la
región levantina, sean frecuentes los topónimos de origen árabe que aluden a
las acequias: la acequia de Beniscornia (o de los Banu Scornia), al sur del río
Segura, en Murcia, ha dado origen al llamado popularmente «Rincón de
Bernisconia».
Las norias (del árabe na´ura) de
corriente o fluviales, de origen oriental, ya habían sido utilizadas por los
romanos en la Península,
esencialmente en la Bética,
para la extracción del agua de río o corriente de cierto caudal. El agua se
recogía por medio de unos recipientes —arcaduces o cangilones—, instalados en
la propia rueda que la corriente accionaba. Cuando el giro alcanzaba su máxima
altura, los recipientes vertían el agua en un canal, desde el que se distribuía
a las acequias de los huertos y jardines, a las albercas y a las canalizaciones
urbanas.
Los árabes intensificaron el empleo de las norias en Al
Ándalus, como una de las bases de la captación de agua fluvial. Algunas
llegaban a alcanzar más de 15
metros de diámetro. Todavía se pueden contemplar algunas
norias de origen hispano musulmán en La Ñora y Alcantarilla (Murcia), en Casas
del Río (Valencia), en el río Guadalquivir, en el Jalón y también en Portugal.
Existía además otro tipo de noria de tracción animal y de
menor tamaño, llamada al-saniya (‘aceña’). Se utilizaba en
los predios menores para extraer agua de pozo. En los campos de Castilla aún se
pueden observar estos ingenios hoy en desuso.
La función esencial de la alberca (del árabe al-birka)
era servir como depósito de agua, para distribuirla posteriormente por las
acequias. Su funcionalidad se combinó con el característico sentido de la
estética de los hispano musulmanes, constituyéndose en un elemento más del
jardín y la arquitectura. Los principales patios y jardines del mundo islámico
contaron con grandes albercas, como sucede en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra de Granada
(siglo XIV).
En la tradición islámica, el agua se considera un don
divino que no es propiedad de los seres humanos. Éstos son solamente sus
depositarios; por ello tienen la obligación de repartirla con equidad entre
quienes la necesitan. Este concepto sirvió de base para establecer en Al
Ándalus un perfecto sistema de regadío. El agua, remansada en los azudes de los
ríos, se distribuía por riguroso turno a través de las acequias y brazales a
cada predio, según su superficie y el volumen del caudal que repartieran.
En torno a este sistema surgió desde el siglo X una serie de funcionarios
encargados de velar por el reparto justo y ordenado: el wikalat al-saqiya,
o «gobierno de la acequia». Según el insigne arabista francés Levi-Provençal,
esta institución fue el antecedente del Tribunal de las Aguas valenciano.
Otra de las técnicas de distribución del agua empleadas fue
la conocida como de «las señas», que todavía se practica en la Alpujarra. Consiste
en aprovechar el agua de los prados de inundación de alta montaña,
conduciéndola a través de las fisuras de las laderas.
Espacios irrigados
En las fuentes árabes encontramos dos grandes grupos en los
que incluir las explotaciones agrarias irrigadas: de un lado, las ubicadas
extramuros, en los contornos de las ciudades, y que son las más artificiosas; y
por otro los espacios abiertos cuyo diseño y tipología vienen definidos por la
propia naturaleza y que ven crecer especies hortofrutícolas muy concretas.
En el primer grupo hay una serie de unidades: yanna,
bustan y munya. Son espacios agrícolas cerrados y peri-urbanos. Bustan
y munya aparecen como sinónimos, con una múltiple finalidad
estética, económica y experimental, normalmente predominando una de estas
funciones sobre las demás; podían ser explotaciones agrícolas de gran
superficie. Una y otra eran propiedades de la realeza y alto funcionariado del
reino. En todos los casos llevaban asociadas viviendas y otras construcciones,
tanto de carácter ornamental como industrial. El agrónomo Ibn Luyun incluye la
descripción de un bustan ideal, de una finca de recreo ante todo, que
perfectamente podemos asociar al esquema clásico de una almunia, lo que nos
aclara que ambos espacios, aunque designados con voces distintas, revelan un
mismo sentido utilitario.
En lo referente a yanna, nos podemos referir
a una unidad de producción agrícola de regadío básica, en la que ésta
constituye la única funcionalidad, alejada por ello de otras que comportan bustan
y munya, como puede ser la ornamental, recreativa. También posee
vivienda y puede que corresponda a un tipo de propiedad parcelada, minifundio
de pequeños agricultores.
A grandes rasgos, podemos decir que bustan responde
a la actual concepción etimológica y física de huerto o huerto-jardín, mientras
que yanna representa las huertas donde cultivar legumbres y árboles
frutales.
© Instituto Cervantes (España), 2004-2014
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