Cuando hablamos de
los jardines de Al Ándalus surge la imagen de un lugar evocador que invita al
recogimiento y la contemplación. Repleto de flores, plantas aromáticas,
árboles, surtidores, fuentes, albercas y acequias. En el que el agua refleja la
arquitectura, y la luz roza la vegetación transformándola con el paso de las
horas y las estaciones. Pero también, la de un espacio amplio y en ocasiones
escalonado, en el que la vista se dilata para contemplar el paisaje, enfatizando
el concepto de jardín de poder.
El jardín medieval
en el mundo islámico, del que apenas nos quedan descripciones gráficas ni
literarias, debió de diferir según las regiones, recibiendo la impronta de la
tradición local, aunque siempre basado en el concepto espiritual del jardín
como Paraíso. Los jardines orientales tuvieron un referente próximo en el
jardín persa de legendaria tradición, con grandes avenidas, canales, fuentes y
pabellones entre una vegetación exuberante. La dinastía omeya trasladó consigo
al occidente islámico el amor por el jardín, combinando las inspiraciones
orientales de horizontes amplios con el jardín cerrado rodeado de muros, según
descripción coránica, igualmente atractivo y sugerente.
En Al Ándalus y el
Magreb se crearon jardines-patio con alberca central o estanque y el llamado
posteriormente «de crucero», introducido al menos desde época califal, con sus
primeros ejemplos conocidos en el Palacio de Medina Azahara.
Constaba de cuatro canalillos en ángulo recto que
simbolizaban los ríos del Edén, y cuatro parterres rehundidos para contemplar
mejor la vegetación desde
los
paseos o andenes.
Ejemplos de estas dos tipologías se han conservado en
patios y jardines de Medina Azahara, de la Aljafería de Zaragoza, del Alcázar taifa y almohade
de Sevilla, de los palacios mardanisíes de Murcia o de La Alhambra de Granada,
entre otros.
En estos patios-jardín, generalmente ubicados en el recinto
de la casa o el palacio, abundaban las flores aromáticas y ornamentales. Entre
ellas, las rosas, violetas, azucenas y lirios. También crecían trepadoras como
el jazmín, y plantas acuáticas como el nenúfar, sin olvidar arrayanes,
granados, cipreses y naranjos amargos. Este tipo de jardín estuvo emparentado
con el hortus conclusus de tradición semítica. Se denominaba riyad, vocablo
que con el tiempo ha pasado a designar en el Magreb también la propia vivienda.
Junto a estos jardines intramuros se desarrolló el concepto
de jardín-huerto, de horizontes más despejados, donde se combinaban flores,
plantas aromáticas, frutales y hortalizas, con albercas, acequias y pabellones
destinados al reposo. Este jardín periurbano se conocía como al-munya, o
almunia. Además, se crearon vastos espacios dedicados a las experiencias
botánicas.
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