lunes, 13 de octubre de 2014

SEFARDÍES / 2

LA LENGUA DE LOS JUDEOESPAÑOLES: EL LADINO

Los judíos han vivido en siglos pasados en una situación de aislamiento físico (recluidos en barrios), social y cultural. Así desarrollaron formas especiales de hablar para poder comunicarse sin ser entendidos por los goyim (no judíos). De esta forma nacieron lo que los eruditos modernos han llamado judeolenguas (variedades del idioma de cultura dominante utilizadas en la vida social y familiar de las juderías).

Se sabe que la comunidad judía de Roma hablaba (en tiempos del Imperio) un latín con rasgos específicos. En el mundo azquenazí la judeolengua por excelencia es el yidis (derivado del alemán). Existen (o existieron) judeolenguas romances paralelas al francés medieval, al italiano medieval o al provenzal. Los judíos del Magreb hablaban una variedad especial del árabe.

Al producirse la expulsión, los judíos de las diferentes zonas de la península se dispersaron por Europa, el Oriente Mediterráneo y el Norte de África. Debido a los continuos viajes e intercambios entre las comunidades de las distintas zonas peninsulares y a la frecuente vinculación de los judíos con la administracial real, la mayoría de ellos debían conocer y hablar con frecuencia el castellano antes de 1492. El habla de Castilla y Andalucía (más innovadora, conocida por casi todos desde antes del exilio y dotada por aquel entonces de mayor prestigio sociocultural) tendió a imponerse no solo entre los judíos españoles, sino también entre los portugueses, griegos, italianos y centroeuropeos que vivían en las zonas de asentamiento (fundamentalmente en Oriente) y que acabaron por abandonar el griego, el italiano y el yidis para hablar español.

Poco a poco la relación con la península fue haciéndose menos intensa y las comunidades de judíos hispanohablantes comenzaron a quedarse aisladas en su entorno en el que no se hablaba español, sino otras lenguas como el árabe, el turco, el griego, el italiano, el francés o el flamenco. El castellano perdió la batalla frente al empuje de otras lenguas (Francia, Ilatia y Países Bajos). En las actuales Túnez y Argelia; en Egipto y Siria el único resto que ha quedado del español son algunas expresiones del juego de naipes, los números y ciertos términos religiosos.

En otras zonas, como el actual Marruecos o las tierras del entonces floreciente Imperio Turco, las circunstancias socioculturales y económicas fueron más favorables y la presión de otras lenguas de cultura menos intensa, con lo que los sefardíes mantuvieron viva la lengua que sentían como propia: el español.

Esa conciencia de que hablaban la lengua de España se manifiesta en los nombres que los sefardíes han dado a su propio idioma: español, españolit, español ladino, franco español, romance español (sin perder de vista la sinonimia Sefarad=España) sefardí, sefaradí, lingua sefaradit (lengua de los sefardíes o de los judíos españoles).

Los sefardíes tenían muy clara la procedencia hispánica de su idioma, que mantuvieron y conservaron porque la sentían como un rasgo propio y distintivo que los caracterizaba frente a los pueblos que los rodeaban. Así pues, los sefardíes tenían conciencia de que lo que hablaban venía de España, pero sobre todo de que era suyo, patrimonio inalienable de su pueblo. 

El Ladino

La palabra ladino, derivada del español latino, se aplicaba en la Edad Media a uno moro o judío que hablaba el romance o lengua de los cristianos. Aunque a veces se ha llamado así al habla de los sefardíes (y de esta forma se la denomina actualmente en el Estado de Israel).

En realidad el ladino es una lengua-calco del hebreo, que se utilizaba para trasladar a palabras españolas los textos litúrgicos escritos originalmente en la lengua santa, pero no fue una verdadera lengua de comunicación en la vida cotidiana.

Los sefardíes llamaban habitualmente a su lengua de comunicación judésmo o español, distinguiéndola del ladino o lengua calco, aunque este término se haya introducido modernamente como sinónimo de judésmo y judeopespañol es un cultismo tardío. 

No es que últimamente que llaman (solo últimamente se ha empezado a llamar) al idioma sefardita ladino. Ladinar ande nosótros es solo hacer la traducción española de la biblia. Nosótros mesmos, el pueblo, llaman a nuestro idioma simplicemente español. Los entelectuales lo llamaban más tarde judeoespañol; ma mi agüelo, y lo de su generación, la llamaban judésmo, que quiere decir lingua judía; hablar en judésmo era hablar en español, como entre los askenazím llamaban a su propio idioma yidis que también es lingua judía.
Actas, p.322
B. Uziel
Sefardí asentado en Israel y hablante de judésmo

El habla de los judíos sefardíes presenta rasgos arcáicos debidos al conservadurismo de una lengua que ha vivido siglos en situación de aislamiento. Pero, como lengua viva que es, ha sufrido también un proceso de transformación a los largo de la historia. 

El progresivo aislamiento de las comunidades sefardíes entre sí y con respecto a la península produjo la escisión de la judería sefardí en dos grandes bloques: el oriental y el del Norte de África.

En el judeoespañol de Oriente tropezamos con una dificultad: los textos orales, recogidos recientemente, solo reflejan el habla de las capas más populares de la población, que eran la únicas que conservaban con plenitud el dialecto cuando (a finales del siglo XIX y sobre todo durante el siglo XX) los estudiosos occidentales comenzaron a interesarse por él. Y, en cambio, en los siglos XVIII al XX tenemos numerosísimos textos impresos que, aparte de que resultan poco accesibles para el hispanista por estar en caracteres aljamiados, reflejan sobre todo el habla culta o el estilo libresco. Sin embargo de la variada documentación sefardí de que disponemos se desprenden algunos rasgos comunes:

La base del dialecto es el habla castellano-andaluza de los siglos XV y XVI, con mantenimiento de ciertos rasgos arcaicos (fonética, morfosintaxis y léxico).

Se conservan algunos elementos hispánicos no castellanos (catalanes, aragoneses, leoneses, portugueses, etc.)

Se han introducido numerosos componentes no hispánicos, fundamentalemente en el léxico.

No podemos olvidar que en el Oriente mediterráneo hubo importantes centros editoriales (controlados totalmente por judíos hasta el siglo XVIII) lo cual ha posibilitado que lleguen a nuestras manos un buen número de publicaciones literarias, religiosas, de organización interna de las comunidades y periodísticas).


La Haketía o judeoespañol de Marruecos resulta para nosotros bastante difícil por la escasez de testimonios de cómo era la lengua hasta el siglo XIX y la práctica desaparición del dialecto en el siglo XX. 

En Marruecos no hubo un desarrollo editorial y los textos se transmitieron por dos vías: los manuescritos para uso personal o familiar y la tradición oral.

Sin embargo varios de sus rasgos se han conservado en el habla de los sefardíes de Marruecos; algunos de los cuales se han asentado en la península, de modo que es posible escuchar elementos de haketía en las modernas comunidades de Madrid, Málaga o Sevilla.
 
Sobre la escritura ya durante la Edad Media los musulmanes y judíos de la penísula se servían de sus respectivos alfabetos semíticos para escribir en lengua romance; así nació la escritura que se ha dado en llamar aljamiada (del árabe agamîya o lengua extranjera, como designaban los musulmanes a la de los cristianos). En aljamía árabe o hebraica nos han llegado, por ejemplo, las famosas jarchas mozárabes.
 
Tras su expulsión de la península, los judíos que fueron a asentarse en el imperio turco despepeñaron un papel fundamental en el desarrollo de la imprenta en Oriente. Aunque los sefardíes escribieron e imprimieron en alfabeto latino en los Países Bajos y en Italia, en Oriente y el Norte de África se mantuvo como habitual la escritura aljamiada, es decir, en lengua española pero con caracteres hebraicos.
 
El uso de un alfabeto semítico para representar el sistema fonético de una lengua románica implicaba una serie de dificultades: cómo representar las vocales, ya que en hebreo (como en todas las lenguas semíticas) se escriben habitualmente solo las consonantes; únicamente en los textos religiosos (cuya lectura importa no desvirtuar) se utiliza una suerte de complicada puntuación llamada masorética, que representa las vocales y, en algunos casos, la acentuación, por medio de una serie de puntos colocados debajo, encima o en el interior de las letras. 
 
En el siglo XVIII los impresores sefardíes crearon un auténtico sistema de enorme coherencia y sorprendente adecuación fonénica. Se sirvieron para ello de una serie de tildes o signos diacríticos, o bien de combinaciones de letras, para representar los fonemas castellanos que no tienen correspondencia en el alfabeto semítico.

Muchos fueron los libros que se imprimieron por este sistema gráfico (nacido en los grandes editoriales de Salónica y Constantinopla).

Existía también una grafía aljamiada manuscrita, que se llamó solitreo o soletreo (seguramente derivación del deletreo), letra de carta, letras españolas o simplemente español o judésmo, como la lengua. En esta escritura (que naturalmente, tiene muchas variedades) se nos ha transmitido la mayoría de la literatura de Marruecos, donde no hubo centros editoriales importantes como en Oriente.
 
La tardía cosmopolitización de los sefardíes afectó también a su forma de escribir. Empezaron a utilizarse otros alfabetos, fundamentalmente el latino con sus variedades gráficas: a la manera turca en la nueva Turquía de Atatürk y hasta hoy (aún se publica en Estambul algún periódico en este tipo de escritura); con influencia de la grafía francesa en otras partes del Oriente mediterráneo y en el Norte de África; acorde con la ortografía castellana entre los sefardíes del protectorado español de Marruecos.
 
Además, el intento de integrarse en los recién nacidos países balcánicos hizo que algunas publicaciones sefardíes adoptasen el alfabeto cirílico para escribir su judeoespañol en los países en que aquél era el habitural, lo mismo que ya antes habían escrito judeoespañol en caracteres griegos.
 
En los años veinte del siglo XX aún se publicaban en Salónica y Constantinobla libros aljamiados. Hoy este timpo de grafía se ha perdido totalmente. En las últimas décadas la mayor parte de los sefardíes que aún escriben judeoespañol han adoptado el sistema gráfico de la revista Aki Yerushalayim, que se publica en Jerusalén y ha tenido un llamativo efecto unificador.
 
 




Textos del libro: Los Sefardíes. Historia, lengua y cultura
Autora: Paloma Díaz-Mas
Riopiedras Ediciones


 

5 comentarios:

  1. Mª Josefa Sánchez Ramos13 de octubre de 2014, 12:06

    Muy aleccionadora porque desconozco mucho de estos temas. Gracias por tus publicaciones.

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  2. Se ve que has hecho bastante investigación. El resultado fue estupendo. Y la "variedad" enorme que ha sufrido la lengua a través de los siglos implica también otro aspecte bastante específico de los judíos: la "movilidad" especial y las razones históricas de la misma. Muy interesante, Carmen. Gracias.

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  3. Muchas gracias a todos (Marieta, Mariché, Justo). Es cierto que es una parte de nuestra historia (muy interesante) y que ha estado muchos años olvidada. Ahora, con la reciente publicación de los apellidos de origen sefardí y la posible nacionalización (española) de todos aquellos que desciendan de los antiguos sefardíes he visto en la prensa las largas colas (de judíos de todo el mundo) frente a los Consulados españoles. Por ese motivo me animé ha publicar en el blog estas entradas.

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