El
Emirato (756-929)
Tras
la invasión musulmana, la mayor parte de la península ibérica se convirtió en
una nueva provincia del califato islámico (imperio musulmán), Al-Andalus.
Al frente de este territorio se colocó a un Emir o gobernador que
actuaba como delegado del Califa musulmán, por entonces perteneciente a
la dinastía Omeya, con capital en ciudad de Damasco.
Los
musulmanes realizaron algunas incursiones por el norte de la Península, pero
fueron derrotados por los astures en Covadonga (722). También penetraron en
suelo franco, donde ocuparon ciudades como Narbona, pero sufrieron un duro
golpe ante el ejército de los francos en las proximidades de Poitiers (732).
Esta batalla supuso el fin de la expansión árabe musulmana en Europa.
A
mediados del siglo VIII tuvo lugar un hecho clave. La dinastía Omeya fue
víctima de la revolución Abasí, familia que se adueñó del Califato. Un
miembro de la familia derrotada logró escapar, refugiándose en Al-Andalus,
donde, gracias a los apoyos que encontró, se proclamó emir. Se trataba de Abd-al-Rahman I (756-788), con quien
comenzaba en Al-Andalus el período conocido como emirato independiente,
debido a que acabó con la dependencia política de los califas abasíes,
que habían establecido su sede en la ciudad de Bagdad. Al-Andalus siguió
reconociendo al Califa Abasí como líder espiritual del mundo musulmán.
Abd-al-Rahman I fijó su capital en la ciudad de Córdoba
e inició la tarea de construcción de un estado independiente en Al Andalus.
Para ello necesitaba fundamentalmente tres cosas: un ejército, unos ingresos
económicos, y sofocar las posibles revueltas de sus enemigos. El desafío al
poder central de Córdoba fue una constante en las grandes familias nobles
musulmanas asentadas en las diversas regiones de Al-Andalus.
Un
importante paso en el fortalecimiento de Al-Andalus se dio en el año 929, cuando el emir Abd-al-Rahman III (912-961) decidió
proclamarse Califa, cargo en el que confluían el poder político y el
religioso. “Nos parece oportuno que, en adelante, seamos llamado Príncipe
de los Creyentes”, se escribía en una carta que el nuevo califa envió a sus
gobernadores.
El Califa
residía en el alcázar de Córdoba, situado junto a la gran mezquita. Unos años después de su
autoproclamación, Abd-al-Rahman III ordenó construir, al oeste de la capital,
la impresionante ciudad-palacio de Madinat al-Zahra, convertida en residencia
califal y en el centro del poder político de Al-Andalus.
Almanzor
y la crisis del Califato de Córdoba
En
las últimas décadas del siglo X, Almanzor
se hizo con el poder efectivo en Al-Andalus; ejercía el cargo de hachib,
una especie de primer ministro. Mientras tanto, el califa de la época, Hisham
II (976-1009), vivía recluido en el palacio de Madinat al-Zahra sin ejercer en
lo más mínimo el poder político.
Almanzor, que basó su poder en el Ejército,
integrado sobre todo por soldados bereberes, organizó terroríficas campañas
contra los cristianos del norte peninsular. Su muerte en año 1002 inició el
proceso de descomposición política (fitna) que llevó al fin del
Califato en el 1031.
La crisis del siglo XI: los Reinos de Taifas
La
muerte de Almanzor en 1002, tras sufrir una derrota en Calatañazor,
abrió en al-Ándalus una larga etapa de fragmentación y disputa (fitna).
En menos de treinta años nueve califas se sucedieron en el trono, finalmente el
califato de Córdoba terminó por desaparecer en el año 1031. En su lugar
surgió un mosaico de pequeños reinos, llamados de taifas
expresión que significa “banderías”.
De
forma paulatinas las taifas o banderías de Almería,
Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón,
Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza fueron independizándose del poder
central de Córdoba.
En
un principio el Califato se fragmentó en veintisiete reinos de taifas. Los más
débiles fueron desapareciendo y fueron anexionados por los más poderosos.
Estos
pequeños reinos, mucho más débiles que el Califato, se mostraron sumisos hacia
los dirigentes cristianos, a los que entregaban unos tributos llamados parias.
Mientras tanto, el avance de la reconquista cristiana culminó con la conquista
de Toledo en el 1085.
Una
vez rota su unidad, al-Ándalus estuvo a merced de los cristianos del norte, que
procedieron a la ocupación paulatina de los territorios que habían
estado bajo el poder musulmán. No obstante, ese proceso no fue lineal, pues
hubo momentos de corta duración en los que la unidad andalusí pudo
reconstruirse.
En
esos casos, el impulso vino del norte de África, con las invasiones de los almorávides
y los almohades. Pero, a partir de la derrota de
estos últimos en las Navas de Tolosa (1212), el avance cristiano fue
imparable y la España musulmana acabó reducida al pequeño reino de Granada.
La crisis del siglo XI:
Los imperios norteafricanos
La
debilidad del Al-Andalus fragmentado en los reinos de Taifas permitió a los
reinos cristianos del norte tomar la iniciativa militar en la península.
Esta superioridad cristiana se vio dos veces interrumpida por la irrupción en
Al-Andalus de dos invasiones norteafricanas que consiguieron de forma
efímera recuperar la unidad de la España musulmana.
La pérdida
de Toledo en el año 1085 fue un duro golpe para los musulmanes de Al
Andalus. La reacción fue llamar en su ayuda al poder que se se había hecho
fuerte al otro lado del estrecho de Gibraltar: el imperio almorávide.
En
el año 1086 llegaron los almorávides,
agrupación de tribus bereberes dedicadas a la ganadería, que poco antes
habían creado un imperio en el norte de África.
Caracterizados
por el rigor religioso, los almorávides acabaron con los taifas, unificaron
el poder político en al-Ándalus y lograron contener el avance de los
cristianos hacia el sur. Sus éxitos militares más importantes fueron las
batallas de Sagrajas (1086) y de Uclés (1108).
El
poder almorávide fue efímero. A mediados del siglo XII la unidad de
Al-Andalus se vino abajo y la fragmentación política trajo los conocidos como Segundos
Reinos de Taifas.
Más
tarde llegaron a la Península Ibérica los almohades,
que habían constituido unos años antes en el Magreb un nuevo imperio, también
formado por bereberes.
Los
almohades no solo unificaron nuevamente al-Ándalus, sino que hicieron
frente a los cristianos logrando algunos éxitos notables, como el obtenido en
Alarcos (1195) contra Alfonso VIII de Castilla. También en este período se
construyeron algunos edificios emblemáticos de la España musulmana como la
Giralda de Sevilla.
Sin
embargo, el intento almohade de reunificación de Al-Andalus también fracasó. El
momento clave fue la aplastante derrota sufrida ante los cristianos en
las Navas de Tolosa (1212). El hundimiento del imperio almohade llevó de
nuevo a la fitna. Las nuevas taifas no pudieron resistir el
avance cristiano que resultó prácticamente incontenible. La España musulmana
quedó reducida al reino nazarí de Granada.
Historiasiglo20.org/Al-Andalus
Síntesis de este periodo básico de la historia de Al Andalus expuesto con pedagogía
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