Herencia de
Mesopotamia
A finales del tercer milenio antes de Cristo, un médico Sumerio,
escribió en las tablillas de arcilla para uso de sus colegas, las más
importantes recetas médicas. El documento nos informa que el médico sumerio
para hacer sus medicamentos utilizaba sustancias vegetales, animales y
minerales. Entre sus recetas describía el proceso del jabón como reacción entre
el aceite y las cenizas alcalinas.
Se encontraron también restos en Babilonia, 2.800 años a.C., de grasa mezclada con ceniza. Los egipcios, 1.500 años a.C., parece que
también usaban un producto semejante. Pero fueron los fenicios quienes empezaron a utilizar el jabón para limpiar las
fibras textiles de lana y algodón. Su expansión comercial por todo el Mediterráneo permitió que el jabón
fuera traído a Europa. Así fue como romanos y griegos lo adoptaron en principio para uso medicinal. En su higiene personal empleaban aceite y
arcilla.
El Islam, potenció la
higiene del cuerpo y fue lo que desarrolló su fabricación a gran escala.
Muestra de ello fue Alepo, en Siria, cuyas primeras fábricas datan
del siglo VIII.
En Europa, llegó con las Cruzadas y España, Italia y Francia
fueron los primeros centros de producción masiva del jabón (como el conocido de
Savona, de Castilla y de Marsella) desde el siglo XII hasta el siglo XV,
utilizado por las clases altas, por su elevado coste.
La I Guerra Mundial, cuando la grasa escaseaba,
llevó a los químicos a desarrollar productos sintéticos (detergentes)
combinados con sales minerales.
Situada en el corazón de una región entre el mar Mediterráneo y la mítica Mesopotamia, Alepo es la capital de la alta Siria,
de las montañas que la separan del mar y de las llanuras que la acercan al
azulísimo curso de uno de los grandes ríos de la historia: el Éufrates.
Uno de los productos más genuinos y característicos de Alepo, y por el cual la ciudad es
famosa desde la antigüedad, es el jabón.
La higiene del cuerpo es muy importante para el Islam, y es por
ello que los árabes destacaron enseguida en la fabricación de éste tipo de
productos.
Los famosos jabones perfumados de laurel de Alepo se fabricaban en la ciudad desde el siglo VIII y sus
jabonerías producían al día una cantidad que se acercaba a las 6 toneladas, es
decir unas 25.000 piezas. Asimismo, el jabón de laurel podía probarse en los
diferentes y bellos baños (los hammams) que había por toda la ciudad. El más
famoso de ellos era el Hammam al Yalbuga
an-Nasri, construido en 1491.
En el barrio antiguo de la imponente ciudad, podíamos encontrar
una auténtica fábrica de jabón de laurel. La
casa Zanabili fabricaba desde 1870 el jabón de Alepo. Allí recibía al visitante su propietario, el señor Mohamed
Mazen Zanabili, octogenario maestro jabonero. Él guardaba el secreto de la fórmula
magistral, probablemente era el jabonero más anciano de la ciudad y heredero de
Mesopotamia.
Lúcido y dispuesto mostraba las bodegas donde atesoraban los
enjambres de jabón, impasibles ante el bullicio, respetando escrupulosamente la
tradición ancestral.
Tras una gran puerta de hierro, sinuosas paredes de piedra,
impregnadas de historia y de esencia, nos conducía hasta las tripas donde hasta
antes de la guerra se cocinaba el
jabón; porque éste es el término que se utilizaba para el proceso que se realizaba
durante dos o tres días, donde se mezclaban, en un caldero circular, los 4.200 litros de aceite
de oliva, sosa y agua purificada. Con ello se formaba una pasta que llegaba a
alcanzar los 200º centígrados y que se movía con la ayuda de unas palas de
madera.
Años atrás se utilizaba una hierba muy rica en sosa (Salsola
Kali). Los beduinos observaron que producía espuma al mojarse. Con el tiempo
desarrollaron una técnica que consistía en quemar la mata en hoyo en la tierra,
hasta convertirse en ceniza. Luego la cubrían para su posterior endurecimiento,
gracias al cambio de temperatura. Se mezclaba con calcio y una vez triturado y
pasado por un cedazo, se aplicaba al guiso del jabón, como álcali, para generar
la saponificación de los aceites, por un período no inferior a siete días. Una
vez terminado el proceso de saponificación, se le añade el aceite de laurel,
según la concentración deseada. Se habla de barriles. Si una cocción son en
total 24 barriles, cuando se habla del jabón de 4 barriles quiere decir que 20
son de oliva y 4 de laurel.
El experto jabonero examina la densidad de la mezcla, incluso
probándola para observar un ligero dulzor. Luego se dispone extendida en el
suelo, previamente forrado de papel, entre unas guías metálicas paralelas, procurando
el mismo grosor en toda la superficie.
El segundo día, cuando ha perdido una parte del agua y se ha
endurecido, se procede al cortado. Una rudimentaria herramienta con cuatro
filos recorre, como un arado, la cremosa mezcla. Uno sobre el arado y dos que
tiran del mismo, darán forma a unas pastillas cúbicas. Los jaboneros caminan
sobre la pasta con unas sandalias de madera, para no quemar sus pies y no
desnivelar la superficie.
El sello se estampará pastilla por pastilla. Como una obra de
arte, la firma del artista será la garantía de calidad.
Después las pastillas, separadas entre sí, se colocarán en
construcciones cilíndricas. Ello permitirá la circulación del aire favoreciendo
así un proceso de secado que durará por lo menos un años, en óptimas
condiciones ambientales. Durante este tiempo se enfriará y se oscurecerá su
color sólo por fuera, adoptando un ocre oscuro. En su interior seguirá
albergando el tono verdoso del laurel.
Como en una bodega, los jabones envejecerán y en este proceso de
curación, como si las pastillas conocieran el secreto, adoptarán las mejores
propiedades para su uso.
Cuanto mayor es el tiempo de secado, más apreciado resulta.
Disminuye su peso pero no sus principios, y aunque de aspecto leñoso, podría
perdurar si es de calidad, hasta 50 años.
Por los mercados de la
Medina había tiendas dedicadas casi exclusivamente al jabón.
Clasificado según los barriles de laurel, los tenderos cortaban jabón para oler
su interior y así apreciar intensamente el aroma.
En Siria nunca se cuestionó el uso habitual del jabón de Alepo.
No faltaba en ninguna casa. Formaba parte del entrañable olor familiar y de la
misma esencia de su cultura.
Los médicos prescribían su empleo como una de las fórmulas
naturales más adecuadas para cualquier problema dermatológico.
Son muchas las propiedades del Jabón de Alepo:
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El
aceite de oliva nutre, regenera y suaviza la piel
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El
aceite de laurel es antiséptico y antiinflamatorio.
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Protege
de las infecciones cutáneas y agentes externos.
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Cuida
las pieles sensibles y secas.
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Ayuda
en problemas cutáneos como psoriasis, eccema, acné, dermatitis, quemaduras…
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Desinfecta,
cicatriza, es antioxidante.
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Regula
el cuero cabelludo.
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Reduce
las irritaciones propias del afeitado.
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Antipolillas
situado entre la ropa.
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Se
recomienda, en épocas de calor para lavar la fruta y la verdura, como
bactericida.
Publicado en la revista SIRIA MAGAZINE
Es un gran artículo que informa del jabón más antiguo del mundo, con un olor a olivas y laurel que provoca un estado de éxtasis pasajero, una suavidad sedosa y un color verde esmeralda que dan ganas de comerlo. Congratula tíos.
ResponderEliminarEs un artículo que parece bien documentado. Sólo lamento la parafernalia en torno a la presunta antigüedad, propiedades casi mágicas y demás tonterías, de algo que es tan sólo jabón.
ResponderEliminarEn los vídeos de los fabricantes he observado que elaboran dos pastillas: una, la rústica más conocida; y otra, que se obtiene moliendo la primera y mezclándola con aceite de laurel, de manera que se obtiene un jabón aceitoso. No me queda claro cuando se añade el aceite de laurel en la primera pastilla. No sé si podrían aclarármelo.
Gracias.