sábado, 20 de julio de 2013

DE DAMASCO A PALMIRA, un viaje soñado.

Prólogo


P
oco sabíamos de  Siria, cuando decidimos hacer éste viaje. Corría el año 2007.



Junto a la información que nos facilitó la agencia de viajes, nosotros indagamos en Internet, recabamos información y descargamos fotos y planos de los lugares que recorreríamos.




En nuestro recorrido por Siria descubrimos un gran país, seguro y tranquilo para el visitante. Comprobamos el carácter afable y hospitalario de sus habitantes, pese a las informaciones que llegaban a Occidente.



Siria nos sorprendió gratamente, nos cautivó y enamoró.



Conocimos un Damasco caótico, pero vivo, cosmopolita y hospitalario, donde cada una de sus calles, monumentos y rincones te hablan de un pasado glorioso, cargado de historia.



No existe en occidente nada comparable con pasear por sus coloridos zocos, visitar la mezquita Omeya, el palacio Azem, el Museo Nacional… No en vano dicen que cuando el Profeta Mahoma divisó la ciudad desde el Monte Cassium, dijo que al paraíso solo se accede una vez muerto.



Iniciamos nuestro recorrido hacia el norte, adentrándonos en las aldeas cristianas de Seydnaya y Maalula, donde se sigue hablando el arameo.



Paseamos por las ruinas de Apamea, ciudad greco-romana construida por el primer rey de los seléucidas hacia el año 300 antes de Cristo y llamada originalmente Afamia, en honor a su bella esposa persa.



Pudimos escuchar el lamento de las grandes norias de Hama, mientras distribuyen el agua del río Orontes desde la época romana.



Camino de Alepo paramos para visitar el monasterio de San Simeón, santuario gregoriano del siglo V y de estilo bizantino, que debe su nombre a Simeón “el estilita”, personaje peculiar que vivió sobre una columna de 15 metros de altura, de la que actualmente sólo queda la base.



En la señorial Alepo, o Halab, nos fascinó su ciudadela, asentada sobre una colina de 40 metros de altura, que según la tradición, fue el lugar donde Abraham se detuvo en su búsqueda de la Tierra Prometida, y que sirvió de residencia al hijo de Saladino (siglo XIII).



La ciudadela o fortaleza está compuesta de un castillo medieval, que obstaculiza la entrada por tres enormes puertas, presidida por dos grandes torres y defendida por una maciza obra coronada por una muralla almenada, dominando en silencio toda la ciudad. Además se trata de una fortaleza inexpugnable, y nunca fue tomada, ni rendida.



En Alepo también visitamos el  Caravasar Al Wassir (Karavansarai), antiguo alberque de caravanas, donde la planta baja estaba destinada a los comercios, mientras que el piso superior servía de alojamiento a los caravaneros.



Además visitamos la gran mezquita Omawi, donde se encuentra el nicho que oculta la cabeza de Zacarías, padre de Juan el Bautista, y que es muy venerado por los musulmanes. Paseamos por sus zocos, compramos pañuelos de seda, jabones de aceite de oliva y laurel (típicos de Alepo), oro…, y comprobamos cómo los árabes, expertos comerciantes, hacen de la transacción comercial un verdadero arte.



En ruta hacia Palmira, visitamos Ebla (Tell Mardikh), interesante yacimiento arqueológico de la Edad de Bronce, y considerada, junto con Ugarit (Ras Shamra) y Mari (Tell Hariri), los más importantes de Siria. La cautivadora ubicación y los hallazgos arqueológicos que se pueden ver "in situ" nos hicieron retroceder en el tiempo. Esta poderosa ciudad-estado, jugó un papel importante como centro comercial durante el III milenio y principios del II a. Cristo, hacia el 2.000 a. Cristo Ebla fue anexionada al reino Ymjad, bajo cuya hegemonía conoció durante los siglor XVIII y XVII a. Cristo un nuevo resurgimiento truncado con la invasión hitita en el año 1600 y donde se encontraron más de 1.700 tablillas de arcilla; son los documentos escritos más antiguos encontrados en Siria, entre los que está el diccionario bilingüe más antiguo del mundo. Las excavaciones arqueológicas han revelado su fundación entre el segundo y tercer milenio antes de Cristo. Fue destruida por un terremoto hacia el año 2.500 antes de Cristo.



Abandonamos Ebla para dirigirnos a Homs y visitar la mezquita mausoleo de Kaled- ib-el-Walid.



Antes de llegar a Palmira hacemos una parada en la imponente fortaleza cruzada llamada el Crac de los Caballeros. Es el Crac un castillo impresionante que saluda al viajero desde la colina que domina la llanura de la Bukaa, y que cubre un área de 3.000 m2. Levantado por los Templarios de Trípoli en el sitio de un castillo anterior para acomodar a las guarniciones kurdas, tiene 13 enormes torres, almenas, depósitos, pasillos, puentes y establos, que podía albergar hasta 50.000 soldados con sus caballos, equipos y provisiones para cinco años. Sus dimensiones y diseño de villa fortificada, hacían impensable su caída. Al final fue conquistado por los mamelucos en el año 1.271, hecho que se vivió en Europa como una gran desgracia.



Llegamos a Palmira al anochecer y nos dejamos envolver por la magia de sus ruinas, descubiertas a finales del siglo XVII por dos comerciantes ingleses residentes en Alepo. 



Emplazada en el corazón del desierto Sirio, tiene bien merecido el apelativo de “la novia del desierto”. Rodeada de un oasis y un gran palmeral hizo que fuese el paso ideal para las caravanas que se movían entre Mesopotamia y el Mediterráneo, siendo el lugar donde se negociaba el comercio de la seda entre China y los pueblos mediterráneos.



El apogeo de esta metrópoli del desierto, conocida por los locales como Tadmor (del arameo Tadmorto que significa ciudad prodigiosa), coincidió con el reinado de Zenobia durante el siglo III de nuestra era.



Zenobia accedió al poder tras la extraña muerte de su esposo, el rey, convirtiéndose en una de las figuras femeninas más atractivas de la historia antigua. Se trataba de una mujer inteligente, políglota (hablaba palmiriano, griego y egipcio), atractiva y ambiciosa capaz de competir con Roma y Persia. Tenía amplios conocimientos en política, filosofía y teología; consiguió hacer de Palmira la capital de Oriente, y tuvo la osadía de enfrentarse a Roma. Vencida por Aureliano en el año 272, fue llevada a Roma donde acabó tranquilamente sus días.



Las ruinas de Palmira cubren un área de 6 km2.



Palmira no decepciona al viajero. Al pasear por sus ruinas nos dejamos acariciar por la brisa, nos envuelve el aroma de los dátiles, y nuestra imaginación nos retrae a la época de las caravanas, y a los camellos exhaustos por la travesía del desierto, cargados de sedas, perfumes, especias… Palmira es una joya que te envuelve, te seduce y te enamora.

Esta es la crónica de un viaje pensado y soñado mucho tiempo atrás, y que afortunadamente se materializó en octubre de 2007. Fue nuestro primer contacto con Siria y los sirios. A este viaje sucedieron muchos más. 

Hemos conocido lugares y paisajes, gentes y tradiciones que a nuestra vuelta siempre añorábamos con una punzada en el corazón. Desgraciadamente desde hace tres años no puedo (podemos) viajar a la zona.


Recuerdo con nostalgia la hospitalidad de los hombres del desierto, el carácter afable y bonachón de los damascenos, siempre dispuestos a ayudarnos ; la alegría de los niños, el buen hacer de los comerciantes de los zocos, la seguridad y tranquilidad con la que nos movimos por Siria en aquella época, la paciencia infinita y experiencia de nuestro guía Luis Azim, que supo transmitirnos el amor infinito por su pueblo, su historia, su idiosincrasia, y que sin él no hubiéramos disfrutado tanto de los lugares de ensueño que visitamos.



Es injusto pensar que tanta belleza, tanta historia, se vea empañada por un conflicto que dura ya dos años. 


CONVENTO DE SANTA TECLA - MAALULA


CIUDADELA - ALEPO

CRAC DE LOS CABALLEROS

TEMBLO DE BEL - PALMIRA

PALACIO DE AZEM PASHA - DAMASCO

CALLE DEL VIEJO DAMASCO


miércoles, 17 de julio de 2013

EL SEGUNDO VUELO DEL PEZ. Presentación del libro TRAS LAS HUELLAS DE SHEREZADE por Camen Dorado Vedia



Madrid, 24 de mayo de 2013
Cueva del Tapassentao.

El libro que hoy presento, reúne once cuentos cuyas historias transcurren en ciudades árabes.
La mayoría de vosotros sabe del interés que siento por Oriente, pero os preguntaréis por qué, de dónde, y desde cuándo.
La respuesta a estas preguntas es, como cabía esperar, una historia.
Sí, la historia de una niña que creció en mil y una noches.  Que en sueños,  deambulaba por el Patio de los Leones,  o el de los Arrayanes. Que descubría los Recuerdos de Boabdil  o la Leyenda de las Tres Princesas,  y que en las noches de luna llena, se veía en la jaima mientras escuchaba al ciervo convencer al león para que no lo devorase.
Todo bajo la calida voz de mi madre.
A ella le debo, mi pasión por la literatura, además del clima de tolerancia y respeto en el que, junto a mi padre que hoy me acompaña, me educaron.

La niña se hizo grande y viajó.
Recorrió los países árabes y aprendió, que el más precioso de todos los colores es el color secreto de las palabras, pues con ellas se puede transformar la arena del desierto en montañas y cascadas, en selvas y nieve, además de recorrer el mundo con sus alas.
Conoció gentes,  aromas y sabores,  que a su vuelta siempre añoraba con una punzada en el corazón.
El vacío de la nostalgia lo fue llenando con su literatura, con su historia, con su cultura.

Pero como dice el refrán,  “no es oro todo lo que reluce”,  y en esa sucesión de viajes tomó conciencia que de tierra prometida no manaba leche y miel, que tras la exuberancia hay una brutalidad latente dispuesta a estallar en cualquier esquina y en el momento más inesperado.
Entonces sintió la necesidad de escribir porque, como dicen los árabes, la escritura no es la sombra de la voz, sino la huella de sus pasos.
Y ella debía seguir los que le marcaba el corazón.
Buscó un lugar y lo encontró junto a Clara, en su Taller de Escritura.
Hace ya ocho años que mercadeo con sustantivos, verbos y adverbios.
Clara, que del arte de escribir sabe más que nadie, escucha, anota, sugiere, aconseja, CORTA y RECORTA. Algunas veces, quedamos satisfechas, otras no.
En el gran caravasar en que hemos convertido el taller, tejemos sueños, intercambiamos ideas, jugamos con palabras. El resultado lo veis hoy aquí, en este libro.

Un libro creado a partir de experiencias contadas y vividas unas; imaginadas otras.
En ese proceso, he de agradecer a Sahar, que me presto su historia; a papá Abdalá su experiencia; a Luis Azim, a Mohammed y a Maher, sus conocimientos históricos y a la Sra. Salameh, su hospitalidad. A ellos rindo homenaje en el cuento “Lloré”.
Una noche que estábamos en un café del viejo Damasco, se nos acercó un muchacho de apenas catorce o quince años. Vendía globos con una hélice en la boquilla. Con una labia asombrosa nos dijo que sus globos volaban mejor que las alfombras y que él había inventado el arte de pescar en el cielo. Terminamos comprándole toda la bolsa; eso sí, tras una hora de cháchara y un refresco al que le invitamos. Después de conocerle, escribí “El ladrón de palabras”.
La historia de “Unas botas viejas” se me ocurrió después de ver a un chiquillo que trabajaba como limpiabotas en los soportales de un hotel de lujo. Llegaba al amanecer y permanecía allí hasta bien entrada la noche. Nos contó que, junto a sus padres, había abandonado la aldea a causa de los bombardeos, buscando un futuro mejor…Futuro que no llegaba.
Después de vagar por salones orientales; oír el murmullo de las fuentes, el canto del ruiseñor; aspirar la fragancia del jazmín y sentir la influencia de ese embalsamado clima, imaginé “A las puertas del paraíso”.
“El legado de los sueños” fue ideado en una cena con los beduinos; y tras contarnos éstos una vieja leyenda: de cómo el desierto, aburrido de tanta soledad, de que las caravanas huyeran de él, lanzó un grito de socorro; y de cómo ese grito fue escuchado por un anciano que, conmovido, se instaló allí con su gente. De cómo muchos se rieron de él, porque abandonaba los verdes jardines de las ciudades  para buscarse la vida en la arena. De cómo sus hijos y los hijos de sus hijos alejaron la soledad del páramo con sus risas, con sus juegos, con sus sueños. Y de cómo el desierto recompensó su sacrificio dándoles la libertad.
El cuento “Una Tormenta de Verano” está escrito después de visitar el bazar y ver cómo una mujer extranjera intentaba regatear con uno de los vendedores. Al irse la mujer, el comerciante se volvió hacia nosotros y nos dijo que nunca había creído que un precio fuera definitivo ni que una oferta fuese mandato de Dios, al mismo tiempo que nos enseñaba un buen fajo de billetes. Ahora –continuó- me voy al hammam, para después regalarme una buena cena y, si hay suerte, una buena compañía.
El resto de cuentos obedecen, simplemente, a la necesidad de contar una historia, tras leer una crónica o escuchar las noticias.
“Tras las huellas de Sherezade”, cuento que da título al libro, tiene parte real, parte de ficción. Distinguir una y otra os lo dejo a vosotros, mis lectores.

lunes, 15 de julio de 2013

Jorge Luis Borges. Ajedrez



I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.


En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito. 


 II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

domingo, 14 de julio de 2013

Omar Khayyam (1050-1122)




Porque esta vida no es
-como probaros espero-,
Mas que un difuso tablero
de complicado ajedrez.
Los cuadros blancos: los días
los cuadros negros: las noches...
Y ante el tablero, el destino
acciona allí con los hombres,
como con piezas que mueven
a su capricho sin orden...
Y uno tras otro al estuche
van. De la nada sin nombre.