Gibran Jalil Gibran
(جبران خليل جبران بن ميخائل بن سعد Ŷibrān Jalīl Ŷibrān ibn Mijā'īl ibn Sa'd)
Poeta, pintor, novelista y ensayista libanés (1883-1931)
Fue el segundo de cuatro hermanos, vivió con ellos hasta los 11 años, cuando gran
parte de su familia emigra a Estados Unidos
en busca de nuevas oportunidades para trabajar y vivir. Antes de ese viaje,
aprende de otras personas, entre ellas su abuelo materno, del conocimiento del
arte y del saber universal, que fueron base para la literatura y la pintura. Ya
con el tiempo aprendió y cultivó con devoción el inglés,
lengua que haría famosas sus novelas, aunque no olvidó el árabe,
que perfeccionó tras su regreso a Líbano
en 1898. Durante esa estancia en su país natal, destaca por su habilidad en el
dibujo y nace en él la idea de escribir un libro, El Profeta, que con el tiempo sería su obra
cumbre.
Su
habilidad por el dibujo y la pintura lo llevó a crear obras tan importantes que
se exhibieron en varias partes del mundo y llegaron a compararse con trabajos
de Auguste Rodin
o William Blake.
En
1902, Gibrán regresó a Boston
y sin dejar de escribir, inicia su vocación por la pintura, que le llevaría a
ser famoso por doquier; y es en París
donde hace exponer sus obras y gana el elogio de la crítica.
Luego, en la capital francesa, saca su mejor provecho cultural.
En 1912 es
publicado el libro Las Alas Rotas que había comenzado en 1906. Sus
primeros textos los publica en la revista libanesa "Al-Manarah", una
publicación fundada por el propio Gibrán, junto a Youssef Howayek.
Inicia también en esa época una serie de viajes por Europa que enriquecerán su
bagaje cultural.
Gibrán
trabaja en la confección de El Profeta, que finalmente logra publicarse
en 1923, con éxito total e imágenes de su propia autoría. Antes había publicado
El Loco y posteriormente El Precursor. En esa época, malos
presentimientos le invaden el alma y desea retornar a su patria, pero su salud
decae constantemente hasta el final de su vida.
En
1917 fija su residencia en Nueva York (ciudad en la que falleció en 1931, a los
48 años).
La
vida me tomó en sus alas y me condujo a la cumbre del Monte de la Juventud. Después me
señaló a su espalda y me invitó a que mirase hacia allá. Ante mis ojos se extendía
una ciudad extraña, de la cual emergía una humareda oscura de múltiples
matices, que se movían lentamente como fantasmas. Una tenue nube ocultaba casi
completamente la ciudad de mi vista.
Tras
un momento de silencio, exclamé:
-¿Qué
es lo que estoy viendo, Vida?
Y
la Vida me contestó:
-Es
la Ciudad del Pasado. Mira y reflexiona.
Contemplé
aquel escenario maravilloso y distinguí numerosos objetos y perspectivas:
atrios erigidos para la acción, que se erguían como gigantes bajo las alas del
Sueño; templos del Habla, en torno a los cuales rondaban espíritus que lloraban
desesperados o entonaban cánticos de esperanzas. Vi iglesias construidas por la
fe y destruidas por la Duda. Divisé minaretes del Pensamiento, cuyas espiras
emergían como brazos levantados de mendigos; vi avenidas de Deseo que se
prolongaban como río a lo largo de los valles; almacenes de secretos
custodiados por centinelas de la Ocultación, y saqueados por ladrones de la
Revelación; torres poderosas erigidas por el Valor y demolidas por el Miedo;
santuarios de Sueños embellecidos por el Letargo y destruidos por la Vigilia;
débiles cabañas habitadas por la Fragilidad; mezquitas de Soledad y Abnegación;
instituciones de enseñanza iluminadas por la Inteligencia y oscurecidas por la
Ignorancia; tabernas del Amor, en que se emborrachaban. los enamorados, y el
Despojo se mofaba de ellos; teatros en cuyos tablados la Vida desarrollaba su
comedia, y la Muerte ponía el colofón a las tragedias de la Vida.
Tal
es la llamada Ciudad del pasado -aparentemente muy lejos, pero en realidad, muy
cerca- visible apenas a través de los crespones tenebrosos de las nubes.
Entonces
la Vida me hizo una señal, mientras me decía:
-Sígueme.
Nos hemos detenido demasiado aquí
Y
yo le contesté:
-¿A
dónde vamos, Vida?
Y
la Vida me dijo:
-Vamos
a la Ciudad del Futuro.
Y
yo repuse:
-Ten
piedad de mí, Vida. Estoy cansado, tengo los pies doloridos y la fuerza me
abandona.
Pero
la Vida insistió:
-Adelante,
amigo mío. Detenerse es cobardía. Quedarse para siempre contemplando la Ciudad
del Pasado es Locura. Mira, la Ciudad del Futuro está ya a la vista...
invitándonos.
EL PRIMER DIOS
Mi corazón
se consume por la sed;
Empero no es mi deseo beber la sangre débil
De una estirpe bastarda;
Pues la copa está sucia
Y el vino que contiene,
es amargo a mi gusto.
Como tú soy: modelé el barro
Y con él creé seres animados,
Que respiran y jadean;
Luego se escurrieron de entre mis dedos
En las montañas y en las selvas.
Al igual que tú,
troqué en luz las tenebrosas
Profundidades,
en el Comienzo de la Vida,
Vidas a las que después pude ver reptar
Desde las cavernas y ascender a las elevadas
Cimas de los montes.
Yo, al igual que tú, convoqué a la Primavera,
Para subyugar y fascinar a los jóvenes,
Y le adjudiqué el don de la Belleza,
Para incitarla a evolucionar y producir.
Yo, al igual que tú, dirigí al hombre
De un templo a otro templo,
Y transformé a sus mudos terrores
En algo indestructible, en Fe
Que tiembla a causa nuestra,
Sin que le fuera posible
divisarnos ni comprendernos.
Yo, al igual que tú,
puse por sobre mi cabeza la Tormenta
Huracanada para que se prosterne delante nuestro;
E hice al suelo sacudirse bajo sus pies
Para implorar y rogar nuestra ayuda.
Yo,
al igual que tú, induje al desenfrenado mar,
Que anegó la cuna de su islote,
Hasta que murió gimiendo
E implorando
Todo esto es, y mucho más aún, lo que hice;
Pero todo fue estéril e inútil.
¡Inútil es el despertar!
¡Inútil es el descansar!
Y tres veces es
estéril e inútil el soñar
Empero no es mi deseo beber la sangre débil
De una estirpe bastarda;
Pues la copa está sucia
Y el vino que contiene,
es amargo a mi gusto.
Como tú soy: modelé el barro
Y con él creé seres animados,
Que respiran y jadean;
Luego se escurrieron de entre mis dedos
En las montañas y en las selvas.
Al igual que tú,
troqué en luz las tenebrosas
Profundidades,
en el Comienzo de la Vida,
Vidas a las que después pude ver reptar
Desde las cavernas y ascender a las elevadas
Cimas de los montes.
Yo, al igual que tú, convoqué a la Primavera,
Para subyugar y fascinar a los jóvenes,
Y le adjudiqué el don de la Belleza,
Para incitarla a evolucionar y producir.
Yo, al igual que tú, dirigí al hombre
De un templo a otro templo,
Y transformé a sus mudos terrores
En algo indestructible, en Fe
Que tiembla a causa nuestra,
Sin que le fuera posible
divisarnos ni comprendernos.
Yo, al igual que tú,
puse por sobre mi cabeza la Tormenta
Huracanada para que se prosterne delante nuestro;
E hice al suelo sacudirse bajo sus pies
Para implorar y rogar nuestra ayuda.
Yo,
al igual que tú, induje al desenfrenado mar,
Que anegó la cuna de su islote,
Hasta que murió gimiendo
E implorando
Todo esto es, y mucho más aún, lo que hice;
Pero todo fue estéril e inútil.
¡Inútil es el despertar!
¡Inútil es el descansar!
Y tres veces es
estéril e inútil el soñar
La estatua y El Vagabundo
Cierta vez, entre las colinas, vivía un hombre poseedor de una
estatua cincelada por un anciano maestro. Descansaba contra la puerta, de cara
al sol. Y él nunca le prestaba atención.
Un día pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de
ciencia. Y, advirtiendo la estatua, preguntó al dueño si la vendería.
Riéndose el dueño respondió:
¿Quién desearía comprar esa horrible y sucia estatua?"
El hombre de la ciudad dijo:
"Te daré esta pieza de plata por ella."
El otro quedó atónito pero agradado.
La estatua fue trasladada a la ciudad sobre el lomo de un elefante. Y luego de varias lunas el hombre de las colinas visitó la ciudad, y, mientras caminaba las calles, vio a una multitud ante un negocio, y a un hombre que a voz en cuello gritaba: "Acercaos y comtemplad la más hermosa, la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra."
Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él mismo había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.
La vida
La
vida canta en nuestros silencios y sueña en nuestro sopor. Aún cuando estamos
vencidos y tristes, la Vida está entronizada en lo alto. Y cuando lloramos, la
Vida sonríe a la luz del día, y es libre aún cuando arrastramos nuestras
cadenas. Muchas veces la nombramos con nombres amargos, pero sólo cuando nos
sentimos amargos y oscuros.
Y la juzgamos inútil y vacía, pero sólo cuando el alma vaga por lugares desolados y el corazón esta ebrio de excesiva preocupación por sí mismo.
La Vida es profunda y alta y distante; y aunque vuestra vasta visión apenas alcance a sus pies, ella está cerca; y aunque sólo el aliento de vuestro aliento llegue a su corazón, la sombra de vuestra sombra cruza su rostro y el eco del más débil de vuestros gritos se convierte en su pecho en otoño y primavera.
Y la vida está velada y oculta, así como está oculto y velado vuestro ser más íntimo. Pero cuando la Vida habla, todos los vientos se vuelven palabras; y cuando vuelve a hablar, las sonrisas en nuestros labios y las lágrimas en nuestros ojos se hacen palabras también. Cuando ella canta, los sordos oyen y quedan cautivados; y cuando viene andando, los ciegos la ven y se quedan pasmados, y la siguen maravillados y atónitos.
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