martes, 17 de septiembre de 2013

EL LECTOR DE BAGDAD de Jabbar Yassin Hussin. Editorial Siruela

La tristeza es un sufrimiento anímico que se produce por la ausencia de las cosas amadas o por la falta de realización de los deseos. Al-Kindi, filósofo de Bagdad fallecido en el año 860.




Así, con este epígrafe,  comienza el libro de Jabbar Yassin Hussin (Bagdad 1954). Novelista, poeta y autor de cuentos para niños que ha publicado una decena de libros en árabe, la mayoría sobre el exilio.

Ocho cuentos que oscilan entre lo fantástico y lo documental, entre el sueño y la memoria. 

En "El lector de Bagdad" (cuento que da título al libro) la realidad reciente es insólitamente reflejada en las crónicas árabes del siglo XIII, crónicas que cuentan otras invasiones y otros saqueos, como aquella vez que los invasores mongoles construyeron puentes con los libros de la Biblioteca de Bagdad y el Tigris se volvió negro de tinta. 

En algún otro, Bagdad se convierte en una ciudad del hemisferio sur y el protagonista no es Jabbar sino un cierto Jorge Luis Borges, bibliotecario (El día de Buenos Aires).

En Babilonia había un espejo de metal. Si un hombre se hallaba ausente de algún lugar y alguien quería saber de su paradero o situación, entonces miraba en ese espejo y podía recibir noticias del desaparecido. Puede que eso ocurra también en otros lugares. Del cuento Tras las huellas de los lobos.

El autor exiliado en Francia desde hace más de treinta años escribe impulsado por la nostalgia de lo perdido. Los recientes acontecimientos históricos permitieron a Jabar (a finales de 2003) regresar a su país natal. Allí, entre bombardeos y diplomacias encontró ruinas y fantasmas, la Biblioteca de Bagadad saqueado y a muchos de sus familiares y amigos muertos. Pero un encuentro misterioso marcó aquel regreso. Una mañana, al borde del Tigris, Jabbar vio a un joven sentado en un banco. Se saludaron y al cabo de un momento el joven dijo: "Mi abuelo me contaba que los lobos recorrían estos palmerales y destrozaban a quien se arriesgaba a pasar por aquí tras el crepúsculo". Jabbar se sobrecogió. El muchacho, ese perfecto desconocido, le había recitado un pasaje de su cuento Tras las huellas de los lobos. (Del prólogo de Alberto Manguel).








 

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