De Palmira a Damasco hay una distancia
de doscientos cincuenta kilómetros.
Para salir de Palmira tomamos la
carretera con dirección a Homs cuya intersección dejamos a la izquierda para
continuar por la autovía que une la capital Siria con Bagdad.
Por el espejo retrovisor vemos cómo a
lo lejos se está formando una tormenta de arena. Cuando salimos de Palmira, un
cielo plomizo y la luz tamizada por las nubes presagiaban la tormenta. Por
fortuna según avanzamos por la autovía el cielo se va despejando.
Nuestro viaje transcurre por el
desierto sirio. Por el camino vemos algunas tiendas de los beduinos, algunos
rebaños. Nos vamos cruzando con camionetas y motos, algunos vienen de la
frontera iraquí. Son gentes que se dedican a transportar todo tipo de
mercancías (Siria fue el único país que mantuvo las fronteras abiertas con
Irak, recibiendo a más de dos millones de refugiados que huían de la invasión).
Vemos un mercado de ganado y decidimos
parar. Nos miran extrañados pero cuando pasa la curiosidad vuelven a sus
negociaciones. Hay ovejas, cabras, gallinas, pavos y algún que otro dromedario.
Hace mucho calor.
En nuestro recorrido nos encontramos
con pozos de petróleo fuertemente custodiados por el ejército. También
observamos el gaseoducto que están construyendo hacia el Mediterráneo. En cada
cruce de caminos hay un puesto donde un soldado del ejército monta guardia. De
manera dispersa hay numerosos tanques de almacenamiento de agua. Nuestro
conductor nos dice que han sido construidos por el gobierno para abastecer a
las tribus nómadas de agua.
A mitad de camino hacemos una parada
en el mítico café Bagdad. Se encuentra en una población
pequeña, rodeado de casas de adobe. El café tiene una terraza sombreada por un
entramado de cañas, además, de una pequeña tienda donde venden minerales,
fósiles, cerámica y alfombras.
Mientras estamos tomando un té vemos
que uno de los beduinos saca un ordenador portátil. Ante nuestro asombro nos
dice que tienen conexión Wifi y nos echamos a reír.
Más tarde se acerca para invitarnos a
su jaima. Cuando entramos notamos enseguida el cambio de temperatura. Allí bajo
las lonas el ambiente es más fresco. Nos explica que por las noches tienen que
encender la estufa situada en el centro de la tienda.
Salimos de allí y nos rodean los pavos
y las gallinas.
Antes de continuar nuestro viaje
hacemos unas fotos.
Llegamos a Damasco al atardecer. Hay
mucho tráfico y los conductores discuten, tocan el claxon, aceleran para
colarse en un hueco. A la luz de la tarde Damasco se nos ofrece azafranado.
El hotel donde nos alojaremos los
próximos días está al pie del monte Qasium y frente a la sede del partido Baas
(el partido del gobierno). A la izquierda la sede del Gobierno Militar.
Desde la terraza vemos el espectáculo
multicolor del monte Qasium, que a medida que avanza el ocaso, su ladera se va
llenando de luces (verdes para las mezquitas, violetas para las iglesias
cristianas, blancas, azules, etc.)
Un arco iris que presagia la
multiculturalidad de una ciudad tantas veces soñada, tantas veces deseada,
tantas veces amada.
Camino de Damasco por Carmen Dorado Vedia se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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