Oasis en el instante
Si venís a buscarme
estaré más allá de la tierranada.
Más allá de la tierranada hay un lugar.
Más allá de la tierranada las venas del aire
están llenas de milanos que nos traen noticias
de una flor recién abierta en el arbusto del extremo confín de la
tierra.
En la arena hay dibujos de cascos de caballos,
de sutiles jinetes que al alba se dirigieron hacia
las alturas ebrias de la asunción de la amapola.
Más allá de esa tierranada, el abanico del deseo permanece
abierto:
en cuanto la brisa de la sed corre por el fondo de una hoja
se oyen las campanas de la lluvia.
Aquí el hombre está solo
y en su soledad
la sombra de un olmo se extiende hasta la eternidad.
Si venís a buscarme,
venid, pues, lenta y suavemente para que no se raye
la porcelana de mi soledad.
Y ahora la caída de los
colores
Semejante a los misterios del nacimiento
los instantes escoltaron al año entre dos parpadeos.
En las mojadas cumbres del encuentro
se levantaba poco a poco
el santuario de la luz.
El suceso se tejía con la materia del pavor.
Un pavor
que penetraba en la estructura primordial de la piedra.
En la fresca gravedad del viento
murmuraba una garganta
la nostalgia del amigo.
Desde el principio de la lluvia
hasta el fin del otoño
fluían huellas de palomas.
Cuando cesó la lluvia
el paisaje estaba desguazado.
Las vastas extensiones mojadas
quedaron sin aliento.
Y en nuestra boca de paciencia
se fundió
el arco iris.
Traducciones
de Clara Janés
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