En la paz de la mañana
naciente, cuando los resplandores del alba se aferraban aún a los rayos de luz,
se elevó el sonido de la masa desde el horno, en el patio, con golpes
intermitentes, como el eco del tambor. Amina había dejado el lecho una media
hora antes. Tras hacer sus abluciones y rezar, bajó al horno para despertar a
Umm Hanafi, una mujer de unos cuarenta años que había entrado muy joven a
servir en aquella casa, de la que no se separó sino para casarse, y a la que
regresó al divorciarse.
Es ésta la primera de las novelas que componen la Trilogía de El Cairo y que nos introduce en la vida del comerciante Ahmad Abd el-Gawwad, quien tiene sometida hasta la humillación a su esposa Amina amparándose en la ley musulmana. Sin embargo en el barrio es un hombre jovial y divertido con sus amigos, aficionado al buen vino y un eterno seductor con las mujeres.
La ciudad de El Cairo aparece reflejada desde ángulos distintos,
incluyendo perspectivas sociales, ambientales y formales, fijando la atención
en espacios concretos, fundamentalmente en los barrios populares del sector
islámico.
Mahfuz nos describe dos tipos de paisaje: el paisaje externo y el
paisaje endógeno o interno. El primero
es trasmitido por un espectador inmóvil, la esposa (Amina) recluida en la casa,
escudriñando desde la azotea su querido y precioso universo.
(…) Aún cuando Amina se
sentía que en la parte más alta de la casa ella era señora tan sólo por
delegación, y representante de un poder del que no poseía nada, en aquel lugar,
por el contrario, era una reina que no compartía la soberanía con nadie: el
horno moría y vivía según sus órdenes; el carbón y la leña, que esperaban en el
rincón derecho, tenían su destino sujeto a una palabra suya. El hornillo que
ocupaba el rincón de enfrente, bajo las repisas donde estaban las ollas, platos
y bandejas de cobre, dormía o crepitaba con lenguas de fuego a un gesto de su
mano. Ella era allí la madre, la esposa, la maestra y la artista de la que
todos esperaban, con el corazón lleno de confianza, lo que sus manos
ofrecieran.
Los paisajes endógenos o escenas urbanas se muestran a través de
los hombres de la familia, que son los únicos que gozan de libertad para ir y
venir por la ciudad. La descripción pormenorizada de los itinerarios que siguen
en sus recorridos construyen un paisaje (desconocido) a las mujeres de la casa.
Con registros visuales se describe la intensa actividad,
animación y agitación febril de la calle el-Nahhasin (los caldereros) y donde
se sitúa la tienda del señor Ahmad.
(…) Cuando el señor Ahmad
Abd el-Gawwad llegó a su tienda, situada frente a la mezquita de Barquq, en
el-Nahhasín, su encargado, Gamil el-Hamzawi, acababa de abrirla y prepararla
para la venta. El señor lo saludó amablemente con una radiante sonrisa y se
dirigió a su escritorio. El-Hamzawi tenía unos cincuenta años, de los que había
pasado treinta en esta tienda como empleado de su fundador, el hagg Abd
el-Gawwad, luego como dependiente del señor tras la uerte del padre de éste, a
quien siguió fiel tanto en el trabajo como en el afecto. Lo veneraba y lo amaba
como todos los que se relacionaban con él por motivos de trabajo o de amistad.
La verdad es que el señor no era terrible y temido más que con su familia.
(…) no dejaban de pasar
peatones, carretillas, carros, suarés (…) luces y rótulos luminosos en los
cafés y tiendas permanecían en vela hasta que despuntaba el alba (…) las
gargantas de esta calle eran poderosas y en la noche la risa resonaba allí como
si anduviera suelta.
En una vía próxima (Bayn el-Qasrayn) se encuentra la espaciosa
casa de la familia. Más apacible y tranquila ya que, carece, prácticamente, de
cafés y las grandes tiendas cierran temprano.
(…) En ese momento la
chica salió corriendo desde la celosía al salón, fue hacia la ventana lateral y
giró la falleba entreabriendo un poco los postigos. Se quedó detrás mientras el
corazón le saltaba violentamente en el pecho con una mezcla de emoción y miedo.
Cuando el oficial se acercó a la casa levantó los ojos con precaución, sin
alzar la cabeza –pues no había nadie que levantara la cabeza en el Egipto de
entonces-, y sus facciones se iluminaron con la luz de una discreta sonrisa que
hizo brotar en el rostro de la chica una aureola sonrosada de rubor. Suspiró y
cerró la ventana empujándola con nerviosismo, como si ocultara las huellas de
un crimen sangriento (…)
El callejón Quirmiz: sombrío túnel con techa abovedado, sin
apenas peatones o tiendas. El misterio, silencio y oscuridad se expresan a
través del pequeño Kamal:
(…) con una voz que hacía
eco en la oscuridad recitó una azora, mientras lo recorría, para defenderse de
los demonios (…)
Personajes.-
Ahmad Abd el-Gawwad, el patriarca es autoritario que tiene a su familia sometida al
terror, sin embargo con sus amigos se muestra locuaz, amante de la música, el
buen vino y de las mujeres más bellas, no duda en tener una aventura con su
vecina cuando ésta se queda viuda,
entrando en su casa algo que prohibe a su hijo Fahmi cuando solicita la mano de
la hija.
La señora Amina
(segunda esposa del señor Ahmad), hija de un seij, supersticiosa no deja de
recitar el Corán para auyentar de su casa y de la vida de sus hijos los ifrit
(espíritus malignos). Vive subordinada a los deseos de su esposo.
Yasín. Fruto
del primer matrimonio del señor Ahmad es el que más se le parece. Frecuenta las
tabernas y las malas compañías. Pasa de los brazos de una amante hasta los de
la siguiente.
Jadiga. Hija
del matrimonio Ahmad y Amina. Poco agraciada físicamente, pero de carácter
rebelde y autoritario su único deseo es casarse antes que su hermana Aisha.
Fahmi.
Quizás el más noble y apasionado de todos los hijos del matrimonio al que la
negativa de su padre a que se prometa a su vecina hace que su pasión se vuelva
hacia la política y sus deseos de liberar a Egipto del protectorado inglés. Es
el gran perdedor de la historia.
Aisha. La
bella y sumisa como su madre no le importa renunciar al amor de su vida, aunque
el destino le lleva a casarse con su primo y tener una vida apacible.
Kamal. El
pequeño, travieso y ojito derecho de su padre. Aunque éste nunca se lo
demuestre.
Fragmentos.-
(…) Yasín se levantó y
abandonó el café, pero se encontró con que el carromato ya se había puesto en
marcha. Corrió tras él, jadeando y rechinándole los dientes de emoción. El
carromato inició su lenta e indolente marcha bamboleándose, mientras las
mujeres se columpiaban sobre su plataforma de un lado para otro. El joven
centró la mirada en el “almohadón” de la tañedora de laúd y siguió su vaivén
hasta que, al cabo de un rato, se la imaginó bailando.
(…) Abatido y taciturno,
se arrojó sobre el primer asiento que encontró cerca de la puerta, luego llamó
al camarero y le pidió una botella de coñac con tono impaciente. La taberna era
una especie de habitación, con una gran lámpara colgada del techo, mesas de
madera y sillas de bambú alineadas a lo largo de las paredes, en las que
estaban sentados grupos de parroquianos, obreros y efendis, y, justo bajo la
lámpara, en el centro del local, unas cuantas macetas de claveles.
(…) Al hacerlo, quizá
influyó en su imaginación el espectáculo de las enormes nalgas que iban a
llenar el asiento y a desparramarse inexorablemente por los bordes. La mujer le
dio las gracias con una sonrisa en su rostro resplandeciente de belleza y tomó
asiento, mientras sus afeites y sus joyas despedían destellos luminosos.
(…) Apareció ante sus
ojos el callejón de Qasr el-Shawq. Su corazón se puso a latir con tanta fuerza
que sus oídos casi ensordecieron. Luego, en el comienzo de la curva, a la
derecha, aparecieron las cestas de naranjas y manzanas dispuestas sobre la
acera, delante de la frutería. Se mordió los labios y agachó la cabeza
avergonzado. El pasado, se decía Yasín, está manchado de indecencia.
(…) Cuando Kamal atravesó
la puerta de la casa, la noche avanzaba con pasos decididos envolviendo las
calles, los callejones, los alminares y las cúpulas. Quizá su alegría por esta
salida fugaz, que tan raramente se le presentaba a una hora tan tardía, sólo
podía compararse con su vanidad por el recado oral que Fahmi le había
encargado, pues no se le ocultaba que se lo había confiado a él solo y a nadie
más; en tal ambiente de secreto y misterio, que confería el recado –y a él en
consecuencia- una importancia especial que su corazoncito percibía y por la que
bailaba conmovido y orgulloso, se preguntaba sorprendido qué habría sucedido a
Fahmi hasta el punto de haberse apoderado de él tal estado de ansiedad y
tristeza que le hacía parecer, con sus sombríos ropajes, un extraño personaje
como nunca lo viera u oyera anteriormente.
(…) Amina se levantó para
quitarse la melaya, al tiempo que Sadica, triste y apenada por lo que había
oído, se retiraba de la puerta de la habitación, junto a la que había estado de
pie durante la conversación. Luego, la mujer volvió a sentarse al lado de su
madre y no tardaron en cambiar de conversación, para hablar de todo lo divino y
lo humano. Al compararlas, una al lado de la otra, había algo que invitaba a
meditar en las extrañas leyes de la herencia y la inexorable ley del tiempo.
Era como si ambas fueran una sola persona con su imagen reflejada en el espejo
del futuro, o esa misma persona con su imagen reflejada en el espejo del
pasado; en los dos casos había algo entre el original y la imagen que indicaba
la terrible lucha que se desarrollaba entre las leyes de la herencia por un
lado, que obraban a favor del parecido y la supervivencia, y la ley del tiempo
por otro, que empujaba hacia el cambio y la muerte; esa lucha que suele acabar
en una serie de derrotas infligidas de forma sucesiva en relación la inexorable
ley del tiempo.
(…) Los niños del barrio
corrieron dando vivas y se elevaron albórbolas de la casa de los Sháwkat, la
primera a la derecha de la entrada, cuyas ventanas estaban llenas con las
cabezas de las mujeres que se asomaban, produciendo el vocerío.
(…) Yo soy más capaz que
tú de satisfacer a cualquier mujer. No pude contener la risa y di por buena su
voluntad, excusándome. Recordó todo eso y le vino a la mente el proverbio que
dice “cuando crezca tu hijo, hazte su hermano”, sintiendo –quizás por primera
vez en su vida- lo complicada e importante que era la paternidad, como jamás lo
sintiera antes.
(…) Apenas llegaron a la
plaza de Sayyida Zaynab, se juntaron a una gran manifestación a la que se había
unido mucha gente. Los gritos por Egipto, la independencia y Saad se fueron
alzando a medida que avanzaban, crecía el entusiasmo, la confianza y la fe por
la participación espontánea y la respuesta intuitiva que hallaron por todas
parte, y por todas aquellas almas dispuestas que encontraban a su paso,
desgarradas por la cólera hasta encontrar en su manifestación un lugar de
respiro.
(…) Ningún suceso la
arrancaría de pensar en poner la mesa, lavar la ropa y limpiar los muebles. Por
grandes que fueran los acontecimientos, no se descuidaría el menor trabajo. El
pecho de la comunidad sería siempre lo suficientemente ancho para las cosas
grandes y las insignificantes, y para darles buena acogida a las unas junto a
las otras.
(…) Encontró el aire
agradable, la noche tranquila y una oscuridad total, aunque espesa, bajo la
techumbre de hiedra y jazmín, y más suave en la otra mitad de la azotea,
cubierta por la cúpula del cielo taraceado con perlas de estrellas. Se puso a
recorrer la azotea, yendo y viniendo entre el muro que daba a la casa de Maryam
y el fondo del jardín de hiedra que daba sobre Qalawún, entregándose a
fantasías diversas.
(…) – Es imposible
convivir con las chicas de hoy.
Luego, mirando a la
señora Amina:
-¿Dónde están las damas
de antaño?
Amina bajó la cabeza,
aparentemente avergonzada y, en verdad, para disimular una sonrisa que no pudo
vencer cuando su mente comparó la imagen que Yasín adoptaba en ese momento –la
del meditador, la del predicador ofendido- con la imagen con la que fue sorprendido
la noche anterior en la terraza.
(…) - Las noticias sobre
los caídos se suceden a cada hora –dijo el señor con tristeza-, anunciando
señales de advertencia para quien sepa reconocerlas; pero ¿qué será lo que ha
afectado su inteligencia? (…) Aquél joven había estado repartiendo cuencos de
yogur, y entonces coincidió casualmente con la manifestación. El destino lo
incitó a participar en ella inconscientemente, y no pasaría una hora cuando
cayó abatido en la plaza de el-Azhar…
(…) – Desde la celosía he
visto algo que mis ojos no habían visto antes; ¿es que ha empezado el Juicio
Final y han instalado la balanza? ¿Están locas esas mujeres? El eco de lo que
repetían no deja de resonar en mis oídos: “¡Oh, Huseyn, era una carga y ha sido
levantada!”
- Era un saludo para
despedir a los ingleses que se van, como se despide al invitado pesado,
rompiendo la cántara tras él –dijo Yasín riendo y jugueteando con el cabello de
Kamal.
(…) Recibió sus palabras
con unos oídos ensordecidos por la desgracia, a la vez que el silencio sellaba
sus labios y sus ojos se entregaban a una mirada vagabunda, ausente.
Transcurrió un instante en el qu el silencio se adueñó de todos ellos; incluso
Gamil el-Hamzawi se quedó clavado bajo los estantes, aturdido, tendiendo una
mirada llena de tristeza hacia el señor.
(…) Quizá ella esté ahora
em medio de la reunión del café, entre Yasín y Kamal, preguntándose qué habrá
retrasado a Fahmi…Se retrasará mucho; no lo verás nunca más (…) ¡Qué
crueldad!... Yo lo veré en el-Qasr, pero tú no lo verás, no lo permitiré… ¿Es
crueldad o misericordia? ¿De qué serviría? (…) Se encontró delante de la puerta
de su casa, alargó la mano hacia el llamador y luego recordó que tenía la llave
en el bolsillo; la sacó, abrió la puerta y entró. Entonces le llegó a los oídos
la voz de Kamal cantando con dulzura:
Venid a visitarme cada
año,
Que es pecado el adiós si
es para siempre.
(El Cairo,
1911-2006)
Escritor egipcio.
Conocido especialmente por su obra narrativa, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura del año 1988, siendo así el primer
escritor en lengua árabe en recibir dicho galardón, y el más reconocido.
Fue el último de ocho hijos que crecieron en el célebre barrio
Al-Gamaliyya, una de las zonas históricas más antiguas de la capital. Siendo un
muchacho ya dedicado desde su temprana juventud a las letras, se dejó inspirar
en el colegio por la Filosofía y comenzó a escribir artículos en revistas de
entonces. Interesado en lenguas extranjeras, sobre todo el inglés,
Naguib se propuso la tarea de traducir obras literarias al árabe, de la cual la
más conocida fue aquella de James Baikie, El antiguo Egipto en 1932.
El
joven Naguib se dedicó a componer obras de ficción y publicó algo más de 80
relatos una vez hubo terminado sus estudios medios, en 1934. Heredero del
oficio de su padre, estuvo trabajando en el Ministerio de Asuntos Religiosos
entre 1939 y 1954. Desde allí su nivel productivo literario no menguaría, sino
por el contrario, alcanzaría su esplendor con grandes proyectos. De aquel
tiempo quedaron inconclusas obras como La
maldición de Ra (1939), Radophis
la cortesana (1943) y La batalla
de Tebas (1944).
La
segunda etapa del escritor la constituye entonces la novelística social y hace
además sus primeras incursiones como libretista cinematográfico.
Tan
intensa labor tendría sus consecuencias y premios: Entre 1956 y 1957 su obra Trilogía de El Cairo (integrada por
las novelas "Entre dos palacios", "Palacio del deseo" y
"La azucarera") se posiciona como una obra exitosa durante
una época de grandes cambios sociales y políticos que se dieron en Egipto después del
derrocamiento de la monarquía en 1952.
El régimen egipcio le publica por entregas en un periódico semioficial la
novela que aparecería como libro en Beirut en 1967: Hijos de nuestro barrio. En la
actualidad dicha obra está vetada en su país.
El 19 de julio
de 2006, a
la edad de 94 años, ingresó en un hospital de El Cairo
para aplicarle cinco puntos de sutura en la cabeza, después de resultar
lesionado al tropezar con una alfombra en su casa. Presentó posteriormente
varias complicaciones respiratorias por lo que precisó la asistencia de un
respirador artificial. El 23 de agosto fue operado de nuevo durante dos horas y
media debido a una úlcera de colon que comenzó a sangrar. Permaneció en el
hospital hasta su fallecimiento el 30 de agosto
de 2006.
Mientras tanto su familia negaba la información emitida por televisión de que
se encontrara en Estados Unidos para tratarse de una dolencia anterior.
Pero
el autor no solo ha sido acreedor del Premio Nobel de literatura en 1988. En 1972 recibía el Premio
Nacional de las Letras Egipcias y con ello el más alto honor patrio: el Collar
de la República. En 1995 el
director mexicano Jorge Fons, llevó al cine su obra El callejón de los milagros, aunque ambientada en México,
la cual recibió el Premio Goya.
Fue
candidato al Premio Príncipe de Asturias en 2000.
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