viernes, 14 de febrero de 2014

ENTRE DOS PALACIOS (Bayn el-Qasrayn) de Naguib Mahfuz




En la paz de la mañana naciente, cuando los resplandores del alba se aferraban aún a los rayos de luz, se elevó el sonido de la masa desde el horno, en el patio, con golpes intermitentes, como el eco del tambor. Amina había dejado el lecho una media hora antes. Tras hacer sus abluciones y rezar, bajó al horno para despertar a Umm Hanafi, una mujer de unos cuarenta años que había entrado muy joven a servir en aquella casa, de la que no se separó sino para casarse, y a la que regresó al divorciarse.














Es ésta la primera de las novelas que componen la Trilogía de El Cairo  y que nos introduce en la vida del comerciante Ahmad Abd el-Gawwad, quien tiene sometida hasta la humillación a su esposa Amina amparándose en la ley musulmana. Sin embargo en el barrio es un hombre jovial y divertido con sus amigos, aficionado al buen vino y un eterno seductor con las mujeres.

La ciudad de El Cairo aparece reflejada desde ángulos distintos, incluyendo perspectivas sociales, ambientales y formales, fijando la atención en espacios concretos, fundamentalmente en los barrios populares del sector islámico.

Mahfuz nos describe dos tipos de paisaje: el paisaje externo y el paisaje endógeno o interno.  El primero es trasmitido por un espectador inmóvil, la esposa (Amina) recluida en la casa, escudriñando desde la azotea su querido y precioso universo.

(…) Aún cuando Amina se sentía que en la parte más alta de la casa ella era señora tan sólo por delegación, y representante de un poder del que no poseía nada, en aquel lugar, por el contrario, era una reina que no compartía la soberanía con nadie: el horno moría y vivía según sus órdenes; el carbón y la leña, que esperaban en el rincón derecho, tenían su destino sujeto a una palabra suya. El hornillo que ocupaba el rincón de enfrente, bajo las repisas donde estaban las ollas, platos y bandejas de cobre, dormía o crepitaba con lenguas de fuego a un gesto de su mano. Ella era allí la madre, la esposa, la maestra y la artista de la que todos esperaban, con el corazón lleno de confianza, lo que sus manos ofrecieran.

Los paisajes endógenos o escenas urbanas se muestran a través de los hombres de la familia, que son los únicos que gozan de libertad para ir y venir por la ciudad. La descripción pormenorizada de los itinerarios que siguen en sus recorridos construyen un paisaje (desconocido) a las mujeres de la casa.

Con registros visuales se describe la intensa actividad, animación y agitación febril de la calle el-Nahhasin (los caldereros) y donde se sitúa la tienda del señor Ahmad.

(…) Cuando el señor Ahmad Abd el-Gawwad llegó a su tienda, situada frente a la mezquita de Barquq, en el-Nahhasín, su encargado, Gamil el-Hamzawi, acababa de abrirla y prepararla para la venta. El señor lo saludó amablemente con una radiante sonrisa y se dirigió a su escritorio. El-Hamzawi tenía unos cincuenta años, de los que había pasado treinta en esta tienda como empleado de su fundador, el hagg Abd el-Gawwad, luego como dependiente del señor tras la uerte del padre de éste, a quien siguió fiel tanto en el trabajo como en el afecto. Lo veneraba y lo amaba como todos los que se relacionaban con él por motivos de trabajo o de amistad. La verdad es que el señor no era terrible y temido más que con su familia.

(…) no dejaban de pasar peatones, carretillas, carros, suarés (…) luces y rótulos luminosos en los cafés y tiendas permanecían en vela hasta que despuntaba el alba (…) las gargantas de esta calle eran poderosas y en la noche la risa resonaba allí como si anduviera suelta.

En una vía próxima (Bayn el-Qasrayn) se encuentra la espaciosa casa de la familia. Más apacible y tranquila ya que, carece, prácticamente, de cafés y las grandes tiendas cierran temprano.

(…) En ese momento la chica salió corriendo desde la celosía al salón, fue hacia la ventana lateral y giró la falleba entreabriendo un poco los postigos. Se quedó detrás mientras el corazón le saltaba violentamente en el pecho con una mezcla de emoción y miedo. Cuando el oficial se acercó a la casa levantó los ojos con precaución, sin alzar la cabeza –pues no había nadie que levantara la cabeza en el Egipto de entonces-, y sus facciones se iluminaron con la luz de una discreta sonrisa que hizo brotar en el rostro de la chica una aureola sonrosada de rubor. Suspiró y cerró la ventana empujándola con nerviosismo, como si ocultara las huellas de un crimen sangriento (…)

El callejón Quirmiz: sombrío túnel con techa abovedado, sin apenas peatones o tiendas. El misterio, silencio y oscuridad se expresan a través del pequeño Kamal:

(…) con una voz que hacía eco en la oscuridad recitó una azora, mientras lo recorría, para defenderse de los demonios (…)

Personajes.-

Ahmad Abd el-Gawwad, el patriarca es autoritario que tiene a su familia sometida al terror, sin embargo con sus amigos se muestra locuaz, amante de la música, el buen vino y de las mujeres más bellas, no duda en tener una aventura con su vecina  cuando ésta se queda viuda, entrando en su casa algo que prohibe a su hijo Fahmi cuando solicita la mano de la hija.

La señora Amina (segunda esposa del señor Ahmad), hija de un seij, supersticiosa no deja de recitar el Corán para auyentar de su casa y de la vida de sus hijos los ifrit (espíritus malignos). Vive subordinada a los deseos de su esposo.

Yasín. Fruto del primer matrimonio del señor Ahmad es el que más se le parece. Frecuenta las tabernas y las malas compañías. Pasa de los brazos de una amante hasta los de la siguiente.

Jadiga. Hija del matrimonio Ahmad y Amina. Poco agraciada físicamente, pero de carácter rebelde y autoritario su único deseo es casarse antes que su hermana Aisha.

Fahmi. Quizás el más noble y apasionado de todos los hijos del matrimonio al que la negativa de su padre a que se prometa a su vecina hace que su pasión se vuelva hacia la política y sus deseos de liberar a Egipto del protectorado inglés. Es el gran perdedor de la historia.

Aisha. La bella y sumisa como su madre no le importa renunciar al amor de su vida, aunque el destino le lleva a casarse con su primo y tener una vida apacible.

Kamal. El pequeño, travieso y ojito derecho de su padre. Aunque éste nunca se lo demuestre.

Fragmentos.-

(…) Yasín se levantó y abandonó el café, pero se encontró con que el carromato ya se había puesto en marcha. Corrió tras él, jadeando y rechinándole los dientes de emoción. El carromato inició su lenta e indolente marcha bamboleándose, mientras las mujeres se columpiaban sobre su plataforma de un lado para otro. El joven centró la mirada en el “almohadón” de la tañedora de laúd y siguió su vaivén hasta que, al cabo de un rato, se la imaginó bailando.

(…) Abatido y taciturno, se arrojó sobre el primer asiento que encontró cerca de la puerta, luego llamó al camarero y le pidió una botella de coñac con tono impaciente. La taberna era una especie de habitación, con una gran lámpara colgada del techo, mesas de madera y sillas de bambú alineadas a lo largo de las paredes, en las que estaban sentados grupos de parroquianos, obreros y efendis, y, justo bajo la lámpara, en el centro del local, unas cuantas macetas de claveles.

(…) Al hacerlo, quizá influyó en su imaginación el espectáculo de las enormes nalgas que iban a llenar el asiento y a desparramarse inexorablemente por los bordes. La mujer le dio las gracias con una sonrisa en su rostro resplandeciente de belleza y tomó asiento, mientras sus afeites y sus joyas despedían destellos luminosos.

(…) Apareció ante sus ojos el callejón de Qasr el-Shawq. Su corazón se puso a latir con tanta fuerza que sus oídos casi ensordecieron. Luego, en el comienzo de la curva, a la derecha, aparecieron las cestas de naranjas y manzanas dispuestas sobre la acera, delante de la frutería. Se mordió los labios y agachó la cabeza avergonzado. El pasado, se decía Yasín, está manchado de indecencia.

(…) Cuando Kamal atravesó la puerta de la casa, la noche avanzaba con pasos decididos envolviendo las calles, los callejones, los alminares y las cúpulas. Quizá su alegría por esta salida fugaz, que tan raramente se le presentaba a una hora tan tardía, sólo podía compararse con su vanidad por el recado oral que Fahmi le había encargado, pues no se le ocultaba que se lo había confiado a él solo y a nadie más; en tal ambiente de secreto y misterio, que confería el recado –y a él en consecuencia- una importancia especial que su corazoncito percibía y por la que bailaba conmovido y orgulloso, se preguntaba sorprendido qué habría sucedido a Fahmi hasta el punto de haberse apoderado de él tal estado de ansiedad y tristeza que le hacía parecer, con sus sombríos ropajes, un extraño personaje como nunca lo viera u oyera anteriormente.

(…) Amina se levantó para quitarse la melaya, al tiempo que Sadica, triste y apenada por lo que había oído, se retiraba de la puerta de la habitación, junto a la que había estado de pie durante la conversación. Luego, la mujer volvió a sentarse al lado de su madre y no tardaron en cambiar de conversación, para hablar de todo lo divino y lo humano. Al compararlas, una al lado de la otra, había algo que invitaba a meditar en las extrañas leyes de la herencia y la inexorable ley del tiempo. Era como si ambas fueran una sola persona con su imagen reflejada en el espejo del futuro, o esa misma persona con su imagen reflejada en el espejo del pasado; en los dos casos había algo entre el original y la imagen que indicaba la terrible lucha que se desarrollaba entre las leyes de la herencia por un lado, que obraban a favor del parecido y la supervivencia, y la ley del tiempo por otro, que empujaba hacia el cambio y la muerte; esa lucha que suele acabar en una serie de derrotas infligidas de forma sucesiva en relación la inexorable ley del tiempo.

(…) Los niños del barrio corrieron dando vivas y se elevaron albórbolas de la casa de los Sháwkat, la primera a la derecha de la entrada, cuyas ventanas estaban llenas con las cabezas de las mujeres que se asomaban, produciendo el vocerío.

(…) Yo soy más capaz que tú de satisfacer a cualquier mujer. No pude contener la risa y di por buena su voluntad, excusándome. Recordó todo eso y le vino a la mente el proverbio que dice “cuando crezca tu hijo, hazte su hermano”, sintiendo –quizás por primera vez en su vida- lo complicada e importante que era la paternidad, como jamás lo sintiera antes.

(…) Apenas llegaron a la plaza de Sayyida Zaynab, se juntaron a una gran manifestación a la que se había unido mucha gente. Los gritos por Egipto, la independencia y Saad se fueron alzando a medida que avanzaban, crecía el entusiasmo, la confianza y la fe por la participación espontánea y la respuesta intuitiva que hallaron por todas parte, y por todas aquellas almas dispuestas que encontraban a su paso, desgarradas por la cólera hasta encontrar en su manifestación un lugar de respiro.

(…) Ningún suceso la arrancaría de pensar en poner la mesa, lavar la ropa y limpiar los muebles. Por grandes que fueran los acontecimientos, no se descuidaría el menor trabajo. El pecho de la comunidad sería siempre lo suficientemente ancho para las cosas grandes y las insignificantes, y para darles buena acogida a las unas junto a las otras.

(…) Encontró el aire agradable, la noche tranquila y una oscuridad total, aunque espesa, bajo la techumbre de hiedra y jazmín, y más suave en la otra mitad de la azotea, cubierta por la cúpula del cielo taraceado con perlas de estrellas. Se puso a recorrer la azotea, yendo y viniendo entre el muro que daba a la casa de Maryam y el fondo del jardín de hiedra que daba sobre Qalawún, entregándose a fantasías diversas.

(…) – Es imposible convivir con las chicas de hoy.
Luego, mirando a la señora Amina:
-¿Dónde están las damas de antaño?
Amina bajó la cabeza, aparentemente avergonzada y, en verdad, para disimular una sonrisa que no pudo vencer cuando su mente comparó la imagen que Yasín adoptaba en ese momento –la del meditador, la del predicador ofendido- con la imagen con la que fue sorprendido la noche anterior en la terraza.

(…) - Las noticias sobre los caídos se suceden a cada hora –dijo el señor con tristeza-, anunciando señales de advertencia para quien sepa reconocerlas; pero ¿qué será lo que ha afectado su inteligencia? (…) Aquél joven había estado repartiendo cuencos de yogur, y entonces coincidió casualmente con la manifestación. El destino lo incitó a participar en ella inconscientemente, y no pasaría una hora cuando cayó abatido en la plaza de el-Azhar…

(…) – Desde la celosía he visto algo que mis ojos no habían visto antes; ¿es que ha empezado el Juicio Final y han instalado la balanza? ¿Están locas esas mujeres? El eco de lo que repetían no deja de resonar en mis oídos: “¡Oh, Huseyn, era una carga y ha sido levantada!”
- Era un saludo para despedir a los ingleses que se van, como se despide al invitado pesado, rompiendo la cántara tras él –dijo Yasín riendo y jugueteando con el cabello de Kamal.

(…) Recibió sus palabras con unos oídos ensordecidos por la desgracia, a la vez que el silencio sellaba sus labios y sus ojos se entregaban a una mirada vagabunda, ausente. Transcurrió un instante en el qu el silencio se adueñó de todos ellos; incluso Gamil el-Hamzawi se quedó clavado bajo los estantes, aturdido, tendiendo una mirada llena de tristeza hacia el señor.
(…) Quizá ella esté ahora em medio de la reunión del café, entre Yasín y Kamal, preguntándose qué habrá retrasado a Fahmi…Se retrasará mucho; no lo verás nunca más (…) ¡Qué crueldad!... Yo lo veré en el-Qasr, pero tú no lo verás, no lo permitiré… ¿Es crueldad o misericordia? ¿De qué serviría? (…) Se encontró delante de la puerta de su casa, alargó la mano hacia el llamador y luego recordó que tenía la llave en el bolsillo; la sacó, abrió la puerta y entró. Entonces le llegó a los oídos la voz de Kamal cantando con dulzura:

Venid a visitarme cada año,
Que es pecado el adiós si es para siempre.



Naguib Mahfuz,
(El Cairo, 1911-2006)
Escritor egipcio. Conocido especialmente por su obra narrativa, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura del año 1988, siendo así el primer escritor en lengua árabe en recibir dicho galardón, y el más reconocido.

Fue el último de ocho hijos que crecieron en el célebre barrio Al-Gamaliyya, una de las zonas históricas más antiguas de la capital. Siendo un muchacho ya dedicado desde su temprana juventud a las letras, se dejó inspirar en el colegio por la Filosofía y comenzó a escribir artículos en revistas de entonces. Interesado en lenguas extranjeras, sobre todo el inglés, Naguib se propuso la tarea de traducir obras literarias al árabe, de la cual la más conocida fue aquella de James Baikie, El antiguo Egipto en 1932.

El joven Naguib se dedicó a componer obras de ficción y publicó algo más de 80 relatos una vez hubo terminado sus estudios medios, en 1934. Heredero del oficio de su padre, estuvo trabajando en el Ministerio de Asuntos Religiosos entre 1939 y 1954. Desde allí su nivel productivo literario no menguaría, sino por el contrario, alcanzaría su esplendor con grandes proyectos. De aquel tiempo quedaron inconclusas obras como La maldición de Ra (1939), Radophis la cortesana (1943) y La batalla de Tebas (1944).

La segunda etapa del escritor la constituye entonces la novelística social y hace además sus primeras incursiones como libretista cinematográfico.

Tan intensa labor tendría sus consecuencias y premios: Entre 1956 y 1957 su obra Trilogía de El Cairo (integrada por las novelas "Entre dos palacios", "Palacio del deseo" y "La azucarera") se posiciona como una obra exitosa durante una época de grandes cambios sociales y políticos que se dieron en Egipto después del derrocamiento de la monarquía en 1952. El régimen egipcio le publica por entregas en un periódico semioficial la novela que aparecería como libro en Beirut en 1967: Hijos de nuestro barrio. En la actualidad dicha obra está vetada en su país.

El 19 de julio de 2006, a la edad de 94 años, ingresó en un hospital de El Cairo para aplicarle cinco puntos de sutura en la cabeza, después de resultar lesionado al tropezar con una alfombra en su casa. Presentó posteriormente varias complicaciones respiratorias por lo que precisó la asistencia de un respirador artificial. El 23 de agosto fue operado de nuevo durante dos horas y media debido a una úlcera de colon que comenzó a sangrar. Permaneció en el hospital hasta su fallecimiento el 30 de agosto de 2006. Mientras tanto su familia negaba la información emitida por televisión de que se encontrara en Estados Unidos para tratarse de una dolencia anterior.

Pero el autor no solo ha sido acreedor del Premio Nobel de literatura en 1988. En 1972 recibía el Premio Nacional de las Letras Egipcias y con ello el más alto honor patrio: el Collar de la República. En 1995 el director mexicano Jorge Fons, llevó al cine su obra El callejón de los milagros, aunque ambientada en México, la cual recibió el Premio Goya

Fue candidato al Premio Príncipe de Asturias en 2000.


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