Entre risas y cantos, las mujeres se reúnen para coser. Extienden las
velas en el pasillo que une las barracas de la cofradía y las remiendan.
Algunos hombres, mayores para salir a faenar, las ayudan.
Sueños, chistes y los últimos cotilleos se mezclan con canciones, agujas
e hilos. El olor a geranios las envuelve. No hay tiempo ni para comer. Al
atardecer, los pescadores llegarán, algunos con las cestas llenas de peces,
otros vendrán de vacío.
Cuando cae la noche se retiran a sus casas, menos Marieta, que aún cree
en la leyenda que cuenta la albufera y espera la llegada del ocaso para ver
surgir, de entre las marismas, la figura de Viçentet.
Han pasado los días, se han sucedido las estaciones y las lágrimas, su
pelo se ha vuelto blanco como el de su madre y su abuela, pero ella sigue
esperando a su amor de juventud. Se marchó al extranjero, le mintieron los más
benevolentes; se casó con una viuda rica, dijeron los envidiosos. Pero en lo
más profundo de su corazón ella sabe que la alberca se lo tragó y que una noche
se lo devolverá.
Le duelen los huesos y apenas puede sostener la aguja entre las manos.
Aguanta Marieta, aguanta.
Presiente que esta noche es especial. La bruma comienza a subir desde el
pantano y antes de que la oscuridad lo domine todo ve, a lo lejos, una figura
conocida. El corazón no resiste y antes de que la abandone siente cómo una mano
fría y húmeda le acaricia el rostro. Marieta sonríe, entreabre los ojos y
llora, pero esta vez de alegría.
© Carmen Dorado Vedia
“Cosiendo la
vela”
1896. Óleo sobre
lienzo, 93 x 130 cm.
Colección
particular.
Después
de Pescadores Valencianos, comenzó a pintar escenas luminosas que
abordan los trabajos de la clase obrera. Realizó Cosiendo la vela
durante una estancia estival en Cabañal. Esta composición, que parece
inspirada en una estampa popular, muestra a unas mujeres en un patio ajardinado
que cosen una vela blanca, en la que se despliegan las dimensiones de la luz.
La inmensa tela se extiende en diagonal y se pierde en perspectiva en el fondo
del cuadro, a través de una puerta abierta que muestra un paisaje luminoso.
Premiada en
Munich y Viena, el artista envió esta obra a la Exposición General
de Bellas Artes de Madrid en 1889, donde recibió una mala acogida por parte del
público y crítica. El gran protagonismo de aquella vela, remendada por unas
mujeres bajo un emparrado, causó una sorpresa general. Ponía de manifiesto que,
para Sorolla, la pintura no era un instrumento de representación, sino una
celebración de la vida y de la naturaleza.
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