viernes, 16 de mayo de 2014

La Frontera y El sueño por ALEJANDRO CHANES CARDIEL

A continuación os ofrezco estos dos cuentos de Alejandro Chanes Cardiel (amigo, compañero del Taller de Escritura Clara Obligado y desde hoy colaborador de este blog)
Ambos cuentos están publicados en el libro La Isla



La Frontera

Tras el vivir y el soñar está lo que
más importa: el despertar.
Antonio MACHADO 


Aún hoy ignoro si lo que me sucedió fue real; yo así lo tomé. Como profesor de matemáticas soy poco dado a elucubraciones fantásticas. Mi vida de hombre solitario está muy acorde con la lógica de la asignatura que enseño y se mueve en unos parámetros con soluciones razonadas.

Ese día no hubo clase y, al salir de casa, pensé en caminar por el parque. En el paso de peatones la luz del semáforo cambió de color, fui a iniciar la marcha pero, ya con el pie en el aire, me detuve. Había algo que no estaba como siempre. Miré a uno y otro lado de la calle, estaba desierta, ningún coche o autobús parado o en la lejanía; junto al semáforo, yo solo, rodeado de silencio.

Decidí cambiar el rumbo y dirigirme al centro de la ciudad. El ruido de mis pasos era el único sonido. en las calles, normalmente bulliciosas, no había nadie. envuelto por aquella sonora soledad, la angustia se iba apoderando de mí. Los bares y cafeterías, abiertos, pero sin camareros ni clientes. Todo el ambiente era ocupado por el silencio. entraba en los locales vacíos para salir con el pánico en el rostro. Las calles y plazas enmudecidas, fueron testigos de mi búsqueda para escuchar el ladrido de un perro o el gorjeo de un pájaro, pero solo pude oír el continuo golpeteo de mi corazón, cada vez más rápido. Mis ojos lanzaban su mirada por todas partes a la espera de algún signo de vida, mientras el sudor empapaba mi cuerpo.

Junto a una farola, y ya sin fuerzas, fui resbalando hasta el suelo. Tuve la sensación de que mi cerebro caía en la nada y que mi cuerpo, ingrávido, era arrastrado hacia algo desconocido. Entonces, muy lejos, casi inaudible, una voz de inflexiones suaves detuvo mi marcha: "Se ha recuperado el ritmo cardiaco y la tensión arterial se ha estabilizado".


El sueño

... y los sueños, sueños son.
Calderón DE LA BARCA


El coche avanzaba rebasando el límite marcado en la señal de tráfico. Entró en el pueblo por la calle principal; un perro salió corriendo entre aullidos, revolotearon las gallinas en medio de cacareos y dos mujeres, de negro, se metieron en su casa a tiempo de no ser atropelladas.

Al final de la plaza, se perfilaba la fuente. Hasta allí llegó el coche y quedó empotrado mientras el pilón vertía el agua, empapando el suelo. Salieron a duras penas los ocupantes, un hombre y una mujer, y se abrazaron. La gente que había acudido al oír el estruendo, se arremolinó y entre el grupo, una mujer, con el pelo recogido en un moño y un vestido a medio abotonar, vociferaba con los brazos en jarras: <<¡Desgraciado!, ¿Dónde pescaste a esa puta?>>. El aludido se hizo el sordo, ella le arreó un guantazo y empujó a la presunta puta al pilón. Una vieja, de mirada maliciosa, cuchicheaba al oído a otra comadre: <<Es la novia>>. Los espectadores aplaudieron el gesto de la chillona, mientras el agua gorgoteaba en el motor del coche.

Tras el suceso, la gente iba abandonando la plaza. El compañero de viaje fue uno de los últimos. Miró a la mujer que salía del pilón. Hizo un gesto de impotencia con los brazos abiertos y desapareció al doblar una esquina.

La mujer, con el pelo pegado a la cara y el vestido chorreando, observaba, desde uno de los escalones, la plaza solitaria. Con la mano se apartó una guedeja y, de nuevo, su vista fue de uno a otro lado de su entorno.

Años atrás había abandonado su pueblo. Le ahogaba la estrechez de sus calles y quiso respirar en horizontes más amplios. A su memoria vino el recuerdo de la mañana, en la que, al comenzar el sol su andadura, con la maleta a sus pies, detuvo su mirada, por última vez, sobre las siluetas de los edificios que iban tomando forma. Al fin, con el equipaje en la mano, avanzó despacio hasta dejar las últimas casas, camino de la estación de tren. Más tarde, envuelta en su abrigo, contemplaba, desde la ventanilla del vagón, el discurrir del paisaje. Con el traqueteo quedó adormecida y al despertar, pudo ver, a lo lejos el contorno de la ciudad de su destino. Ya en el andén, le agobió, en principio, el trasiego de la multitud. Después de instalarse en una pensión céntrica y barata, fue recorriendo las calles con los ojos abiertos a todo lo nuevo. Por la noche, al contemplar los luminosos, le parecía que, con sus guiños, le daban la bienvenida a una nueva existencia. Sin embargo sus previsiones no se cumplieron. Trabajó en los empleos más diversos, pero o eran mal pagados o carecía de la suficiente experiencia; no obstante continuaba su búsqueda para no admitir el fracaso.

Y se sucedieron los meses y las estaciones, en su cambio, la acompañaron en el descenso hasta caer en un bar de copas, como chica de alterne. Allí lo había conocido, le pareció un buen tipo, atento y cariñoso. sus encuentros fueron cada vez más frecuentes. Él le hizo promesas y ella quiso creerlas, estableciéndose entre los dos una creciente intimidad.

Aquel día el hombre vino muy alegre y, después de unos whiskys, le pidió que le acompañara a dar una vuelta en el coche que acababa de comprar. Y así fue como salieron de la ciudad por la autopista que, más tarde, abandonaron para tomar una carretera local. El coche recorría los kilómetros en competencia con el pasar de las nubes. Ella sacó una mano por la ventanilla para sentir el golpeteo del viento. Estaba contenta.

Dejaron atrás árboles y prados. Un riachuelo les seguía, contiguo a una de las lindes del camino. Tras dos horas desde su salida, avistaron un conjunto de casas. Ella pudo ver, al entrar, el nombre del pueblo, después la calle principal y la fuente, luego el final de un sueño.
 


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La Frontera y El Sueño por Alejandro Chanes Cardiel se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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