lunes, 7 de abril de 2014

LLORÉ


La vacía tarde de primavera en que descubrí mi antiguo cuaderno de viajes me llevó a evocar aromas, sonidos, gentes, lugares y paisajes de primaveras pasadas. Lo abrí. De entre sus páginas cayó una flor, y comencé a llorar.

Lloré por el desierto y sus moradores, por el límpido Éufrates y las aldeas que baña; lloré por Palmira y sus ruinas de oro y mármol; por Damasco, por sus zocos, y los imaginé vacíos; lloré por sus mezquitas, por el canto del almuédano, y añoré el dulce despertar que me proporcionaba; lloré por los niños
que jugaban al pie de la Ciudadela; por Luis, Mohammed y Maher, nuestros guías; lloré por Mustafá y Víctor, mis proveedores de sedas y perfumes, por Papá Abdalá y sus dagas damascenas; por Huda y Lina, siempre dispuestas a ayudarnos; por Safia, que en una tarde lluviosa nos llevó en su coche hasta el hotel; y lloré por los niños que a la entrada de las Ciudades Muertas me obsequiaron con la flor que ahora reposaba entre las páginas de mi diario.


Sentí infinita conmoción, infinita lástima, y con esas lágrimas restauré el mosaico de mis recuerdos.





Licencia Creative Commons
Lloré del libro Tras las huellas de Sherezade por Carmen Dorado Vedia se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

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