El señor Ahmad Abd
el-Gawwad cerró la puerta tras sí y atravesó el patio con pasos relajados, bajo
la débil luz de las estrellas, mientras la contera de su bastón se clavaba en
la tierra polvorienta cada vez que se apoyaba sobre él en su marcha tranquila.
Esperaba con ansiedad, ya que su cuerpo estaba ardiendo, el agua fría con la
que se lavaría la cara, la cabeza y el cuello, para mitigar –siquiera por un
momento- el calor de julio y el fuego que abrasaba sus entrañas y su cabeza.
Esta idea del agua fría le gustó tanto que se relajaron sus facciones. Cuando
atravesó la puerta de la escalera, le llegó la débil luz procedente de arriba,
que se agitaba sobre las paredes delatando el movimiento de la mano al sujetar la lámpara. Subió a
saltos la escalera, con una mano en la barandilla y la otra en su bastón, cuya
contera producía sucesivos golpecitos que habían adquirido hacía tiempo un
ritmo especial, el cual había llegado a ser tan representativo como su propia
persona. En lo alto de la escalera apareció Amina con la lámpara en la mano. Cuando llego
adonde estaba ella, se detuvo jadeando en espera de recobrar el aliento;
después le dirigió su habitual saludo nocturno:
-Buenas noches.
Así comienza el segundo libro “Palacio del Deseo” y que forma
parte junto con “Entre dos palacios” y “la Azucarera” de la Trilogía de El
Cairo, obra cumbre del escritor egipcio Naguib Mahfuz, galardonado con el
Premio Nobel de Literatura en 1988.
En este libro Naguib nos sumerge de nuevo en la vida de la familia Abd el-Gawwad,
cuyo protagonismo adquiere ahora Kamal (con unos diálogos ingeniosos y fluidos)
da un repaso a la moral tradicional, a la lucha nacionalista y, en definitiva,
al desencanto de las gentes.
En un país todavía bajo la influencia británica, la población
asiste a un cierto aperturismo y a la relajación de las costumbres religiosas
en forma de diversiones y excesos, en el sexo y en la bebida.
En esta segunda parte de la Trilogía trata con maestría los
sentimientos.
Tras la muerte de Fahmi,
su madre Amina muy afectada por su
muerte (antaño dócil y puritana) relaja sus costumbres, incluso la sumisión a
su marido Ahmad que sigue llevando
una doble vida, y que deberá decidir entre tomar una segunda esposa o abandonar
la pasión que suscita en él la tañedora de laúd. El hijo mayor Yasín, sigue fielmente los pasos de su
padre en cuanto a vicios y aventuras con mujeres, constándole a la familia más
de un disgusto. Como cuando comunica la intención de tomar a Maryam (la que en su día pretendiera su
hermano difunto Fahmi) como esposa.
(…) ¡Cuanta pena y temor
sintió cuando se disponía a expresar lo que había en su interior! Pero no tenía
más remedio que hablar, y así lo hizo tras vaciar su café de un trago sin ni
siquiera tomarle el gusto:
-
¡Por Dios, mamá! Tengo un asunto sobre
el que quiero pedirte consejo… E intercambió con Kamal una mirada, que indicaba
que éste estaba en antecedentes del tema de la conversación, y permanecía al
acecho de sus consecuencias con un nterés no menor que el del mismo Yasín.
-
Bien, hijo mío… -dijo Amina.
-
¡He decidido casarme! Repuso Yasín
brevemente.
Brilló en los pequeños
ojos melados de Amina un risueño interés. Luego dijo:
-
Está bien lo que has decidido, hijo
mío. No es necesario que prolongues tu espera más de lo que lo has hecho.
Apareció después en sus
pupilas una mirada interrogadora, pero en lugar de formular su pregunta, dijo
como si lo guiara poco a poco a confesar el secreto que allí había:
-
Habla con tu padre o permíteme que yo
lo haga. No le costará trabajo encontrar una nueva esposa para ti mejor que la
primera…
-
He hablado con mi padre, en efecto
–dijo Yasín mostrando más circunspección de la que requería el asunto- y no hay
necesidad de molestarlo con una nueva dificultad, pues yo he elegido por mí mismo,
mi padre está de acuerdo y espero conseguir también tu conformidad…
El rostro de ella
enrojeció de timidez y alegría, por la importancia que le daban sus hijos.
-
Nuestro Señor estará de acuerdo en lo
que sea lo mejor –dijo-. Apresúrate a llenarnos la casa vacía, pero ¿quién es
la buena chica que tú has decidido tomar por esposa?
Yasín intercambió otra
mirada con Kamal.
-
Unos vecinos a los que tú conoces –dijo
luego con dificultad.
Ella frunció el ceño,
haciendo memoria con la mirada perdida en el vacío, moviendo el índice como si
enumerar los vecinos que se le venían a la imaginación. Luego
dijo:
-
Me haces dudar, Yasín. ¿Por qué no
hablas y me tranquilizas?
-
Nuestros vecinos más próximos –dijo él
mientras sonreía desmayadamente.
-
¿Quién? –exclamó turbada sin dar
crédito, mientras escudriñaba su rostro.
Yasín inclinó la cabeza y
apretó lo labios. Ella volvió a hablar con voz entrecortada, haciendo signos
hacia atrás con los pulgares:
-
¿Ésos? ¡Imposible! ¿Sabes lo que dices,
Yasín?
Él respondió con el
silencio más sombrío, hasta que Amina gritó:
- ¡Es una triste noticia!
¡Aquellos que se regocijaron con nuestra desgracia en el momento mismo del
infortunio! (…)
Por su parte Kamal (el
hijo pequeño), en el que quizás podríamos ver algunos tintes autobiográficos se
enfrenta al desamor de Aida hermana
de uno de sus mejores amigos. Son estos los que permiten al lector adentrarse
en los entresijos de la clase alta cairota. Kamal es, además uno de los personajes más completos y complejos de
la obra. En
las primeras páginas de esta parte vemos a un joven entusiasmado por el amor y
la política y que a lo largo de la novela irá perdiendo ese entusiasmo.
(…) – Los que aman de
verdad no se casan.
-
¿Qué has dicho? –preguntó Fuad
sorprendido.
-
Los que aman por encima de la vida no
se casan. Eso es lo que he querido decir.
Fuad esbozó una leve
sonrisa –o quizás estuviera aguantando la risa-, pero sus profundos ojos no
delataron lo que se escondía tras ellos (…)
Por otro lado las dos hijas, Aisha
y Jadiga, casadas con los hermanos
Jalil e Ibrahim son madres de tres y un hijo.
El palacio del deseo termina, como el anterior libro, con la
muerte de algunos miembros de la familia (que no desvelo) y con la enfermedad y
decadencia del señor Ahmad.
(…) En eso llegaron
todos. Entro Ibrahim delante, seguido de Jalil y Aisha. Luego Jadiga. Saludaron
al señor, uno a uno, hasta que le tocó el turno a Jadiga. Esta se inclinó con
una educación ejemplar, para besar la mano de su padre. La anciana no pudo
contenerse, y exclamó asombrada:
- ¡Dios mío! Pero ¿qué es
este teatro? ¿Eres realmente tú, Jadiga? No te fíes de las apariencias, señor
Ahmad (…)
A partir de estos y otros personajes cercanos a la familia (que
se van incorporando a lo largo de las páginas) se van sucediendo los
acontecimientos. Egipto asiste a la concesión británica de cierta soberanía,
mientras la moda de vestir parisina y nuevos conceptos de vida y belleza se van
introduciendo en el país. Se entremezclan aspectos viejos como el nepotismo, la
influencia de la religión y brotes de enfermedades como el tifus, con novedades
como la ciencia a través de Darwin, los coches o ciertos derechos para las
mujeres. Además de cuestionarse la diferencia entre clases sociales.
Tras caminar unos
minutos, llegaron a la entrada del café de Ahmad Abdu y bajaron al extraño
establecimiento, en las entrañas de la tierra, bajo el barrio de Jan el-Jalili.
Se dirigieron hacia una dependencia vacía y, mientras se sentaban frente a
frente alrededor de la mesa, Fuad murmuró con cierta timidez:
-Creía que esta noche
ibas a ir al cine.
Sus palabras denunciaban
su deseo de ir al cine, deseo que quizás sentía antes de ir a buscar a Kamal a
su casa, pero que no había manifestado, no sólo porque no pudiera hacer cambiar
de opinión a Kamal, sino por el mero hecho de que era este último quien pagaba
la entrada del cine cuando iban juntos (…)
(…) El suar atravesó la
calle de el-Huseyniyya (…) Kamal iba sentado en la parte delantera del coche,
con solo girar la cabeza, pudo ver la calle de el-Abbasiyya que se extendía
ante sus ojos con una anchura inhabitual en el barrio antiguo y una longitud
que parecía no tener fin. Su suelo era plano y liso, y las casas que había a
ambos lados de ella eran imponentes y tenían vastos patios, algunos de los
cuales se adornaban con ricos jardines.
Sentía una gran
admiración hacia el-Abbasiyya, y albergaba hacia ella un amor y un respeto que
llegaban al extremo de la veneración (…) El amor y el respeto se debían a que
era la patria de su corazón, la morada de la inspiración de su amor, y el lugar
donde se alzaba el palacio de su adorada.
Desde hacía cuatro años
frecuentaba aquella calle con un corazón tan alerta y unos sentidos tan aguzaos
que ya se la sabía de memoria (…) Sacó de su bolsillo una carta que había
encontrado en el correo hacía dos días. Su remitente era Huseyn Shaddad. En
ella le anunciaba su regreso –y el de sus dos amigos, Hasan Selim e Ismail
Latif- del veraneo, y le invitaba a reunirse con ellos en su casa (…) Miró la
carta con ojos soñadores, agradecidos y enamorados, con ojos lánguidos, devotos
y fieles, no sólo porque el remitente fuera el hermano de su adorada, sino
porque pensaba que la carta había estado depositada en algún lugar de la casa
antes de que Huseyn escribiera en ella su mensaje, y en tales circunstancias no
era improbable que los bellos ojos de Aida hubieran caído sobre ella (…)
(…)Somos amigos de las
dos partes –apostilló Kamal sonriendo-. Si nos olvida el novio, no nos olvidará
la novia.
Hablaba para demostrar
que estaba vivo. Vivo, aunque sufriendo. Sufriendo intensamente. ¿No sería
verdad que al menos en su pensamiento había existido un final para su amor
distinto a éste? En modo alguno. Aunque la seguridad de que la muerte es el
último destino no impide la angustia del día que llega. Era un dolor desgarrado,
ilógico, sin piedad. Quizás podría delimitarlo si supiera en qué lugar se
escondía o qué virus lo producía. Entre estos accesos de dolor lo asaltaba el
hastío y la apatía…
¿Cuándo se celebrará la
boda?
(…) Abd el-Munim extendió
sus manos y miró a Ahmad, invitándole a hacer otro tanto. El otro lo hizo sin
que el aburrimiento dejara su rostro. Luego juntos, como estaban acostumbrados
en los últimos días, dijeron:
¡Señor, cura a nuestro
tío Jalil y a nuestros primos Uzmán y Muhammad, para que podamos volver a casa
tranquilos!
La emoción apareció en el
rostro de Naíma. Los rasgos de su cara se relajaron por la tristeza y sus ojos
azules se llenaron de lágrimas (…)
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