viernes, 4 de abril de 2014

Palacio del Deseo (Qasr el-Shawq) de Naguib Mahfuz



El señor Ahmad Abd el-Gawwad cerró la puerta tras sí y atravesó el patio con pasos relajados, bajo la débil luz de las estrellas, mientras la contera de su bastón se clavaba en la tierra polvorienta cada vez que se apoyaba sobre él en su marcha tranquila. Esperaba con ansiedad, ya que su cuerpo estaba ardiendo, el agua fría con la que se lavaría la cara, la cabeza y el cuello, para mitigar –siquiera por un momento- el calor de julio y el fuego que abrasaba sus entrañas y su cabeza. Esta idea del agua fría le gustó tanto que se relajaron sus facciones. Cuando atravesó la puerta de la escalera, le llegó la débil luz procedente de arriba, que se agitaba sobre las paredes delatando el movimiento de la mano al sujetar la lámpara. Subió a saltos la escalera, con una mano en la barandilla y la otra en su bastón, cuya contera producía sucesivos golpecitos que habían adquirido hacía tiempo un ritmo especial, el cual había llegado a ser tan representativo como su propia persona. En lo alto de la escalera apareció Amina con la lámpara en la mano. Cuando llego adonde estaba ella, se detuvo jadeando en espera de recobrar el aliento; después le dirigió su habitual saludo nocturno:
-Buenas noches.



Así comienza el segundo libro “Palacio del Deseo” y que forma parte junto con “Entre dos palacios” y “la Azucarera” de la Trilogía de El Cairo, obra cumbre del escritor egipcio Naguib Mahfuz, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1988.

En este libro Naguib nos sumerge de nuevo en la vida de la familia Abd el-Gawwad, cuyo protagonismo adquiere ahora Kamal (con unos diálogos ingeniosos y fluidos) da un repaso a la moral tradicional, a la lucha nacionalista y, en definitiva, al desencanto de las gentes.

En un país todavía bajo la influencia británica, la población asiste a un cierto aperturismo y a la relajación de las costumbres religiosas en forma de diversiones y excesos, en el sexo y en la bebida.

En esta segunda parte de la Trilogía trata con maestría los sentimientos.

Tras la muerte de Fahmi, su madre Amina muy afectada por su muerte (antaño dócil y puritana) relaja sus costumbres, incluso la sumisión a su marido Ahmad que sigue llevando una doble vida, y que deberá decidir entre tomar una segunda esposa o abandonar la pasión que suscita en él la tañedora de laúd. El hijo mayor Yasín, sigue fielmente los pasos de su padre en cuanto a vicios y aventuras con mujeres, constándole a la familia más de un disgusto. Como cuando comunica la intención de tomar a Maryam (la que en su día pretendiera su hermano difunto Fahmi) como esposa.

(…) ¡Cuanta pena y temor sintió cuando se disponía a expresar lo que había en su interior! Pero no tenía más remedio que hablar, y así lo hizo tras vaciar su café de un trago sin ni siquiera tomarle el gusto:
-         ¡Por Dios, mamá! Tengo un asunto sobre el que quiero pedirte consejo… E intercambió con Kamal una mirada, que indicaba que éste estaba en antecedentes del tema de la conversación, y permanecía al acecho de sus consecuencias con un nterés no menor que el del mismo Yasín.
-         Bien, hijo mío… -dijo Amina.
-         ¡He decidido casarme! Repuso Yasín brevemente.
Brilló en los pequeños ojos melados de Amina un risueño interés. Luego dijo:
-         Está bien lo que has decidido, hijo mío. No es necesario que prolongues tu espera más de lo que lo has hecho.
Apareció después en sus pupilas una mirada interrogadora, pero en lugar de formular su pregunta, dijo como si lo guiara poco a poco a confesar el secreto que allí había:
-         Habla con tu padre o permíteme que yo lo haga. No le costará trabajo encontrar una nueva esposa para ti mejor que la primera…
-         He hablado con mi padre, en efecto –dijo Yasín mostrando más circunspección de la que requería el asunto- y no hay necesidad de molestarlo con una nueva dificultad, pues yo he elegido por mí mismo, mi padre está de acuerdo y espero conseguir también tu conformidad…
El rostro de ella enrojeció de timidez y alegría, por la importancia que le daban sus hijos.
-         Nuestro Señor estará de acuerdo en lo que sea lo mejor –dijo-. Apresúrate a llenarnos la casa vacía, pero ¿quién es la buena chica que tú has decidido tomar por esposa?
Yasín intercambió otra mirada con Kamal.
-         Unos vecinos a los que tú conoces –dijo luego con dificultad.
Ella frunció el ceño, haciendo memoria con la mirada perdida en el vacío, moviendo el índice como si enumerar los vecinos que se le venían a la imaginación. Luego dijo:
-         Me haces dudar, Yasín. ¿Por qué no hablas y me tranquilizas?
-         Nuestros vecinos más próximos –dijo él mientras sonreía desmayadamente.
-         ¿Quién? –exclamó turbada sin dar crédito, mientras escudriñaba su rostro.
Yasín inclinó la cabeza y apretó lo labios. Ella volvió a hablar con voz entrecortada, haciendo signos hacia atrás con los pulgares:
-         ¿Ésos? ¡Imposible! ¿Sabes lo que dices, Yasín?
Él respondió con el silencio más sombrío, hasta que Amina gritó:
- ¡Es una triste noticia! ¡Aquellos que se regocijaron con nuestra desgracia en el momento mismo del infortunio! (…)

Por su parte Kamal (el hijo pequeño), en el que quizás podríamos ver algunos tintes autobiográficos se enfrenta al desamor de Aida hermana de uno de sus mejores amigos. Son estos los que permiten al lector adentrarse en los entresijos de la clase alta cairota. Kamal es, además uno de los personajes más completos y complejos de la obra. En las primeras páginas de esta parte vemos a un joven entusiasmado por el amor y la política y que a lo largo de la novela irá perdiendo ese entusiasmo.

(…) – Los que aman de verdad no se casan.

-         ¿Qué has dicho? –preguntó Fuad sorprendido.
-         Los que aman por encima de la vida no se casan. Eso es lo que he querido decir.
Fuad esbozó una leve sonrisa –o quizás estuviera aguantando la risa-, pero sus profundos ojos no delataron lo que se escondía tras ellos (…)


Por otro lado las dos hijas, Aisha y Jadiga, casadas con los hermanos Jalil e Ibrahim son madres de tres y un hijo.
El palacio del deseo termina, como el anterior libro, con la muerte de algunos miembros de la familia (que no desvelo) y con la enfermedad y decadencia del señor Ahmad.

(…) En eso llegaron todos. Entro Ibrahim delante, seguido de Jalil y Aisha. Luego Jadiga. Saludaron al señor, uno a uno, hasta que le tocó el turno a Jadiga. Esta se inclinó con una educación ejemplar, para besar la mano de su padre. La anciana no pudo contenerse, y exclamó asombrada:
- ¡Dios mío! Pero ¿qué es este teatro? ¿Eres realmente tú, Jadiga? No te fíes de las apariencias, señor Ahmad (…)

A partir de estos y otros personajes cercanos a la familia (que se van incorporando a lo largo de las páginas) se van sucediendo los acontecimientos. Egipto asiste a la concesión británica de cierta soberanía, mientras la moda de vestir parisina y nuevos conceptos de vida y belleza se van introduciendo en el país. Se entremezclan aspectos viejos como el nepotismo, la influencia de la religión y brotes de enfermedades como el tifus, con novedades como la ciencia a través de Darwin, los coches o ciertos derechos para las mujeres. Además de cuestionarse la diferencia entre clases sociales.

Tras caminar unos minutos, llegaron a la entrada del café de Ahmad Abdu y bajaron al extraño establecimiento, en las entrañas de la tierra, bajo el barrio de Jan el-Jalili. Se dirigieron hacia una dependencia vacía y, mientras se sentaban frente a frente alrededor de la mesa, Fuad murmuró con cierta timidez:
-Creía que esta noche ibas a ir al cine.
Sus palabras denunciaban su deseo de ir al cine, deseo que quizás sentía antes de ir a buscar a Kamal a su casa, pero que no había manifestado, no sólo porque no pudiera hacer cambiar de opinión a Kamal, sino por el mero hecho de que era este último quien pagaba la entrada del cine cuando iban juntos (…)

(…) El suar atravesó la calle de el-Huseyniyya (…) Kamal iba sentado en la parte delantera del coche, con solo girar la cabeza, pudo ver la calle de el-Abbasiyya que se extendía ante sus ojos con una anchura inhabitual en el barrio antiguo y una longitud que parecía no tener fin. Su suelo era plano y liso, y las casas que había a ambos lados de ella eran imponentes y tenían vastos patios, algunos de los cuales se adornaban con ricos jardines.
Sentía una gran admiración hacia el-Abbasiyya, y albergaba hacia ella un amor y un respeto que llegaban al extremo de la veneración (…) El amor y el respeto se debían a que era la patria de su corazón, la morada de la inspiración de su amor, y el lugar donde se alzaba el palacio de su adorada.
Desde hacía cuatro años frecuentaba aquella calle con un corazón tan alerta y unos sentidos tan aguzaos que ya se la sabía de memoria (…) Sacó de su bolsillo una carta que había encontrado en el correo hacía dos días. Su remitente era Huseyn Shaddad. En ella le anunciaba su regreso –y el de sus dos amigos, Hasan Selim e Ismail Latif- del veraneo, y le invitaba a reunirse con ellos en su casa (…) Miró la carta con ojos soñadores, agradecidos y enamorados, con ojos lánguidos, devotos y fieles, no sólo porque el remitente fuera el hermano de su adorada, sino porque pensaba que la carta había estado depositada en algún lugar de la casa antes de que Huseyn escribiera en ella su mensaje, y en tales circunstancias no era improbable que los bellos ojos de Aida hubieran caído sobre ella (…)

(…)Somos amigos de las dos partes –apostilló Kamal sonriendo-. Si nos olvida el novio, no nos olvidará la novia.
Hablaba para demostrar que estaba vivo. Vivo, aunque sufriendo. Sufriendo intensamente. ¿No sería verdad que al menos en su pensamiento había existido un final para su amor distinto a éste? En modo alguno. Aunque la seguridad de que la muerte es el último destino no impide la angustia del día que llega. Era un dolor desgarrado, ilógico, sin piedad. Quizás podría delimitarlo si supiera en qué lugar se escondía o qué virus lo producía. Entre estos accesos de dolor lo asaltaba el hastío y la apatía…
¿Cuándo se celebrará la boda?


(…) Abd el-Munim extendió sus manos y miró a Ahmad, invitándole a hacer otro tanto. El otro lo hizo sin que el aburrimiento dejara su rostro. Luego juntos, como estaban acostumbrados en los últimos días, dijeron:
¡Señor, cura a nuestro tío Jalil y a nuestros primos Uzmán y Muhammad, para que podamos volver a casa tranquilos!
La emoción apareció en el rostro de Naíma. Los rasgos de su cara se relajaron por la tristeza y sus ojos azules se llenaron de lágrimas (…)

No hay comentarios:

Publicar un comentario